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Carmelo ha pasado su vida ligado a la minería. Fotos: Fernando Gómez
El hombre que puso en marcha el Museo Minero de Gallarta

El hombre que puso en marcha el Museo Minero de Gallarta

Los formidables de Bizkaia (IV) ·

Carmelo Uriarte ha llevado una vida ligada al hierro y al pueblo de Gallarta. Empezó cargando mineral en las vagonetas y llegó a hacer sondeos en el Sáhara

SERGIO LLAMAS

Lunes, 9 de diciembre 2019, 00:32

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Aunque nació en Bilbao en septiembre de 1931 y el trabajo le llevó a destinos tan exóticos como el desierto del Sahara, la historia de Carmelo Uriarte está ligada a la del pueblo de Gallarta. Conoció bien sus minas antes de que pasaran a ser un recuerdo. Con 13 años empezó a trabajar en la de la Orconera y más tarde se especializó en la realización de sondeos, lo que le acercaría a muchas más. «Comencé cargando mineral en las vagonetas. Íbamos a tarea, así que tenías que cargar 15 toneladas y te podías ir, pero si querías metías una o dos más que llamábamos de extraperlo y te cobrabas otras dos o tres pesetas (el sueldo base era de 14)», recuerda el hombre que muchos años más tarde, en 2002, fundaría el Museo de la Minería del País Vasco, ubicado en Abanto, donde ahora reside la mayor colección de este tipo de vagonetas.

Los inicios del centro, que cada año recibe del orden de 16.000 visitas y que supera las 2.000 piezas catalogadas (en sus almacenes hay cientos de ellas más), se remontan a 1985, cuando una cuadrilla de amigos decidió comenzar a recorrer las minas que todavía no habían cesado completamente su actividad –lo harían para el año 1993– en «busca de material». Carmelo, ahora a sus 88 años, con alguna arruga más en el rostro y su permanente txapela sobre la cabeza, todavía recuerda la primera vagoneta que recuperó junto a sus 'socios' en esta singladura, Adolfo Brazaola y Carlos López. «Estaba tirada por ahí. La vi cuando estaba en un sondeo, y la iban a romper. Entonces nos la llevamos», resume.

Poner en marcha el museo del que ha sido presidente hasta hace dos años –ahora el cargo lo ocupa su hijo, aunque Carmelo afirma que es una especie de presidente 'emérito', «como el antiguo rey»– no fue sencillo. En el proyecto también tuvo un papel fundamental Luis Andrés Merodio, exalcalde de la localidad. Fue el mecenas, el que con su financiación pudo materializarse el sueño. «No teníamos ni un puñetero real y al principio nadie le prestaba atención porque ni la Diputación ni el Ayuntamiento creían en él», confiesa. La misma incredulidad la vivió cuando fue a Bilbao a constituir la asociación. «Le dije a la trabajadora de la oficina que esto iba a ser un museo y la mujer no lo entendía. Me decía que para qué si en Bilbao ya había dos, y yo le dije que este iba a ser un museo minero», relata Carmelo.

Imagen principal - El hombre que puso en marcha el Museo Minero de Gallarta
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Fue su trabajo y el de media docena más de voluntarios el que lo sacó adelante. Los principios fueron muy duros. «Cuando en 1986 nos dejaron el edificio del matadero no tenía ni puertas y nos robaban continuamente. Traíamos cinco piezas y nos llevaban tres o cuatro para la chatarra», lamenta el fundador, orgulloso de lo que han conseguido con el trabajo altruista. «Cuando empezamos no imaginaba que esto iba a ser algo tan grande. Ahora somos un regimiento. Toda las semanas te vienen aquí a trabajar 18 o 20 personas. Si por ejemplo hay que hacer una tejavana, compramos el material y lo montamos nosotros. Algunos llevan 30 años viniendo, y sin cobrar nunca un céntimo», remarca el hombre, que advierte que «todavía hay camino para engrandecer el museo». «Yo siempre le digo a todo el que viene que esto aquí no se hace para la semana que viene, sino para dentro de 200 años», añade con la misma voz gastada, pero sin titubeos, con la que lo que es capaz de hablar sobre lo ocurrido ayer, o de lo acontecido hace décadas.

Viajando entre minas... hasta el Sáhara

Aunque sea el presidente emérito, Carmelo sigue siendo uno de esos voluntarios infatigables. Los años cumplidos no le impiden ponerse su ropa de faena, con la que es posible encontrarle cualquier día de la semana repasando una vagoneta, brocha en mano, o poniendo en orden antiguos papeles y fotografías de la mina: un chaleco azul oscuro con manchas de pintura, pantalones de deporte y calzado gastado. Conserva además una buena colección de fotografías en blanco y negro de sus viajes realizando sondeos y algunos de los testigos que extrajo con la máquina que utilizaba entonces. Pueden verse en el museo, donde están expuestos en una vitrina a pocos metros de donde tiene su mesa de trabajo.

Minas recorrió muchas. Tanto por la zona, en Carranza, Galdames o Sopuerta, como por toda España. «La compañía te llamaba y te decía sal para Castellón, sal para Soria, sal para Cádiz, sal para Coruña … y siempre eran sondeos urgentes», asegura. Entonces a él le tocaba coger a toda la familia y marchar con ella a su nuevo destino. «A mis hijos he tenido que cambiarlos de colegio hasta cuatro veces en un mismo curso, pero los cuatro me han salido con carrera», detalla echado adelante en la silla y con el pecho henchido de orgullo.

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A donde no se llevó la familia fue al Sáhara. La empresa le envió allí para buscar hierro en un triángulo de 20 kilómetros cuadrados. «Fue en los 60, años antes de la marcha. Estábamos solo cuatro o cinco españoles, además de un retén de militares que estaban para protegernos. Yo era el que más me interesaba por los saharauis, que eran muy hospitalarios. Te ibas a tomar el té con ellos a las jaimas y veías que pasaban miserias, pero lo poco que tenían te lo ofrecían», rememora.

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Pero por muchos kilómetros que haya recorrido, Carmelo siempre ha estado unido a Gallarta. Él fue uno de los que tuvo que abandonar su hogar cuando la actividad de la mina obligó a trasladar todo el pueblo. El antiguo matadero, que ahora es el museo a pocos metros de la corta, fue el único edificio que permaneció. «He escuchado a muchos compañeros contar aquello en los bares y creo que no fue traumático. La mayoría fueron a mejor, porque entonces Gallarta era un pueblo muy pobre», opina. Aunque sus padres y su hermana sí recibieron una vivienda, a él no le tocó nada y tuvo que marchar a Santurtzi, donde vivió 12 años. «Luego por añoranza volví a Gallarta, porque mis raíces siempre han sido mineras y siempre he recordado sus minas como parte de mi sangre», reivindica.

Media docena de empleos

Desde sus inicios cargando vagonetas, trabajo que realizó apenas durante tres meses, hasta las décadas dedicadas a sondear con una máquina que ahora puede verse en el museo minero, sus recuerdos también forman parte del legado del centro. «Lo más difícil de cargar mineral era cuando había una piedra o un bloque grande y tenías que romperla. Yo les decía: 'Mete un taco, o una catalana o un cartucho de dinamita'. Y ellos para ahorrar me contestaban: 'Dale al mayo', que era como llamábamos a la porra. ¡Aquello era duro!», recuerda ahora, y al hacerlo esboza una sonrisa que transforma su rostro, casi siempre serio.

De la dureza de aquellos trabajos da buena fe el material recogido en el museo, cuya evolución ha permitido crear con el tiempo media docena de empleos y dar a conocer el nombre de Gallarta. Y todavía queda mucho por conocer. Por eso, los voluntarios del centro siguen recorriendo antiguas minas para tratar de rescatar herramientas y materiales olvidados. «No todo se trae. Algunas cosas que conocemos siguen allí para que las próximas generaciones puedan conservarlas, porque igual tienen otros métodos más modernos que nosotros», apunta Carmelo, siempre con un ojo puesto en el pasado y otro en el futuro.

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