«Todo lo que tengo se lo debo a la mina»
La desaparición del antiguo pueblo de Gallarta, el trabajo en las galerías o los accidentes son parte de las memorias de una vida bajo tierra
sergio llamas
Domingo, 12 de septiembre 2021, 17:58
Los más de 50 kilómetros de galerías subterráneas por los que se extiende la mina Bodovalle, bajo los cimientos de Abanto, conectan a su manera ... las biografías de Magdalena Martínez, Andrés Rentas y Floren Martínez. La vida de los tres está vinculada al tesoro de hierro que se escondía bajo el antiguo pueblo de Gallarta. «Yo tengo claro que todo lo que tengo se lo debo a la mina. A mi trabajo en ella», subraya Floren, el último en abandonarla.
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Él entró a trabajar en la década de los 60 al taller de la mina, «a los 14 años y con pantalón corto», recuerda con una sonrisa. «Lo primero que hice fue aprender a limar», añade. A lo largo de su vida combinó trabajo con estudios y llegó vivir el cese de la actividad en el año 93. «Me marché en el 98. Los últimos años estuve cuando se hacían los trabajos de desguace», relata. En ese tiempo vivió una transformación total de los antiguos sistemas. «Cuando entré había máquinas a vapor que bajaban el mineral a los trenes, y cuando me fui teníamos circuitos de televisión en las galerías», ejemplifica a sus 75 años.
«Cuando mi padre llegaba a casa de vuelta de la mina no le reconocía, porque venía todo cubierto de un polvo marrón»
Magdalena Martínez | Hija de un minero
Su padre también vivió los sacrificios de la mina. «Era viero en la Franco-Belga. Calzaba las traviesas, que eran de roble. Un trabajo duro porque tenía que estar todo el día agachado», relata.
También Magdalena Martínez lleva en sus venas la sangre de un antiguo minero. Su padre, Saturnino, trabajó vinculado al hierro desde el año 48. «Tenía que menear los vagones y estaba prácticamente debajo del horno, donde había un señor que abría la escotilla. ¡Cuántas veces le caía lo que no le tenía que caer!», se duele esta mujer de 86 años, que recuerda a su padre regresando a casa de la mina. «Cuando llegaba no le conocía porque venía todo cubierto de un polvo marrón», explica.
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Uno de sus recuerdos de aquella época es el de su madre acudiendo a la mina para hacerle volver a casa. «Él iba a trabajar hasta con pulmonía y mi madre le decía al encargado: 'Llame a mi marido que no se tiene en pie'. Le hacían salir y le auscultaban, y entonces le decían que se fuera para casa, a meterse en la cama», señala. Los tres últimos años los pasó trabajando en los jardines «porque estaba asmático perdido, pero nunca le reconocieron la silicosis», subraya la mujer. Con todo, su padre tuvo más suerte que los familiares de algunas de sus amigas, fallecidos por culpa de un barreno.
«Trabajábamos de noche, pero dentro de la galería daba igual que fuera o no de día, y la temperatura era la misma todo el año»
Andrés Rentas | Camionero en las galerías
Recuerdos sin cielo
Los recuerdos de Andrés Rentas, de 87 años, son diferentes y carecen de cielo. Él se dedicaba a conducir camiones por el interior de las galerías. «Trabajaba de noche, sacando el escombro a la corta. Empezábamos a las diez y teníamos que estar siete horas, pero daba igual porque una vez dentro no te importaba que fuera de día o de noche», incide. Detrás del volante seguía a un hilera de vehículos pasando de una galería a otra. «Creo que estuve en todas menos en la Florencia; ahí no entraban los camiones. Y recuerdo que de puertas para dentro llevábamos siempre la misma ropa, fuera verano o invierno, porque la temperatura allí era la misma», apunta. En torno a los 19 grados.
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El trabajo en las galerías podía ser duro, pero Andrés recuerda que «el que entraba a trabajar en el subterráneo ya no quería salir». Entre otros motivos porque sólo se trabajaban siete horas, incluyendo el transporte.
En lo que a trabajo se refiere, Andrés no se queja. Llegó a Bizkaia a los 21 años, procedente de Granada, y enseguida comenzó como conductor en las minas. «Vine sin conocer nada y al tercer día ya estaba trabajando, moviendo minerales. En aquella época había trabajo a punta pala. Podías tener una bronca con un encargado y mandarle a paseo, porque al día siguiente trabajabas en otro sitio», afirma.
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Aunque en su época los años más duros de la minería ya habían quedado atrás, los recuerdos de Magdalena, Floren y Andrés también están teñidos de tragedias, como la de la rotura de la balsa de la Orconera en octubre de 1964, que dejó varios muertos y hundió una casa en la que hacía vida Andrés. «Teníamos allí el tractor y se salvó de milagro», apunta. El episodio también tuvo un antes y un después. «Aprovechando la rotura se reformaron todas las instalaciones de la mina», apunta Floren, lo que trajo muchas mejoras, como un cambio de trabajo para el padre de Magdalena.
«Cuando entré a la mina todavía había máquinas de vapor, y cuando salí ya había hasta circuito de televisión en las galerías»
Floren Martínez | Trabajó hasta su cierre
Traslado de Gallarta
Para la mujer, sin embargo, el recuerdo más duro sigue siendo el del traslado de su casa cuando movieron a todo el pueblo de Gallarta y nació el actual socavón sobre el que se alza el Museo Minero, la llamada corta de Concha II. En algún punto de ese agujero de 700 metros de longitud y 150 de profundidad estaba el pueblo de su infancia.
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A comienzos de los años 60 más de 200 propietarios se vieron exiliados a distintas zonas de municipios como Santurtzi o Portugalete. «Eso fue catastrófico. Las familias tuvimos que ir a donde nos llevaban, como borregos», se duele Magdalena, que recuerda además que aquella época coincidió con el fallecimiento de su madre. «El año 60 fue el más duro de mi vida. Recuerdo que decían que el pueblo se tiraba sí o sí, y cómo a las personas que vivían en la calle Peñucas les sacaban los muebles a la calle», relata.
La vida en la mina está salpicada por el recuerdo de las voladuras y los socavones, como el aparecido en marzo de 1999 tras el hundimiento de una cámara. Floren advierte que, con todo, las galerías son completamente seguras. «Se pueden hundir las cámaras que están a los lados, pero por donde pasa la gente es completamente seguro porque están diseñadas de esa manera», detalla el hombre, que apuesta por abrirlas al público. «El futuro del Museo Minero pasa por hacer visitable la mina. Es que la gente ni siquiera se puede imaginar lo que hay ahí abajo», reivindica.
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Fin de la minería
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1993 es el año del cierre de Bodovalle, la última mina de hierro en activo de Bizkaia.
Las ilustraciones de un antropólogo recrean el pasado minero
Los recuerdos de la mina también viven en las plumillas y las acuarelas de Unai Sánchez, un bilbaíno de 21 años que compagina el final de sus estudios de Antropología con las prácticas en el Museo de la Minería del País Vasco. Allí no tardaron en descubrir su talento para la ilustración, que ya le ha valido dos encargos.
Por un lado sus paisajes de la época acompañarán a la reedición de 'El Intruso' que lanzará el museo. La novela de Blasco Ibáñez, de principios del XIX, recoge la vida de los mineros en aquellos años. El segundo trabajo del joven antropólogo son las láminas elaboradas para la exposición sobre los carburos y las lámparas mineras. «El dibujo siempre ha sido una de mis pasiones», reconoce el joven, que ha tomado detalles de las fotografías y materiales del museo, de la prosa de Blasco Ibáñez y de sus propios conocimientos sobre la sociedad de la época.
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