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Isabel Sevilla y Merche Muñoz, nietas de la guerra, en la exposición. D. M.

«No nos conocíamos ninguno pero acabamos siendo una gran familia»

Una exposición rinde homenaje a los 3.000 menores evacuados de Santurtzi y Gijón a la antigua URSS para huir de la Guerra Civil

Diana Martínez

Martes, 7 de diciembre 2021

Despedirse de los hijos y enviarlos a un país desconocido, totalmente solos, sin saber cuándo podrán volver, es, seguramente, la decisión más difícil que pueden llegar a tomar los padres. Es a lo que tuvieron que hacer frente miles de familias. «Pero es que no te podías imaginar cuál era la situación que se vivía...», le decían sus abuelas a Isabel Sevilla, hija de dos de los menores que, como otros tres mil fueron evacuados durante la Guerra Civil a la antigua Unión Soviética desde Santurtzi y Gijón. Allí fueron cuidados, pero en 1941, cuando las fuerzas del Eje invadieron la URSS, sufrieron los entresijos de un nuevo enfrentamiento bélico. Su vida fue «muy dura».

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La asociación Niños de Rusia expone en la Casa Torre de Santurtzi hasta el día 27 vivencias de aquellos menores. «Se sabe muy poco de su memoria histórica». Huían de los peligros de la guerra. «Me decía mi padre 'no te puedes ni imaginar el miedo que teníamos. Íbamos con muy pocas personas mayores, que no podían atender a tantos niños y nunca habíamos ido en barco'. Tras siete días de viaje, llegaron aterrados», explica Sevilla.

Después llegó la Segunda Guerra Mundial. «Salieron de Guatemala para entrar en Guatepeor», expresa Isabel. Varios intervinieron en la contienda, otros se quedaron en la retaguardia y el resto huyó por rutas de evacuación. Cuando tuvieron la oportunidad de volver, en 1956, «no lo pensaron dos veces», aunque la readaptación fue difícil. «Estábamos muy aislados», lamenta. «La situación política era muy dura con el franquismo. Juntarse con nosotros era problemático. El régimen creía que traíamos la revolución y no, volvíamos a casa para estar con nuestras familias», dice.

«Mucha incompresión»

«La vuelta fue difícil para nosotras también», afirma Merche Muñoz, nieta de la guerra, que llegó con dos años. «La gente nos miraba. Nos levantaban la falda para ver si teníamos cola y decían 'hala, si no tienen rabo ni son rojos'. Fíjate la publicidad que había sobre nosotros...», añade.

«Vivimos mucha incomprensión», coincide Sevilla. «Se había extendido que los niños de Rusia eran raros y se sorprendían de que fuéramos normales. Lo de rabo y cuernos lo teníamos escrito en la frente. Y la única diferencia eran nuestros ropajes, pues veníamos de un clima sumamente frío».

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Esa sensación de discriminación les unió más aún. Familias llegadas de Rusia se reunían para recordar lo que compartieron en las denominadas casas de niños. El Gobierno soviético no permitió que estos menores fueran adoptados temporalmente y los distribuyó en 16 de estas instalaciones, donde se fomentó el cariño y la amistad entre ellos. «No nos conocíamos pero acabamos siendo una gran familia». Este es uno de los testimonios de la exposición. ¿Qué recuerdo les queda de esa época? Isabel lo tiene claro. «La camaradería. En ningún momento, como hijos y nietos de la guerra, hemos olvidado aquello».

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