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Sólo hay que echar un vistazo a esta fotografía, sacada en la madrugada de ayer, para comprobar las ganas de fiesta de bilbaínos y visitantes. Luis Ángel Gómez
Limones salvajes

Limones salvajes

Arranca la fiesta entre el cálculo poblacional y la recepción de consejos

Pablo Martínez Zarracina

Lunes, 20 de agosto 2018, 00:16

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Desinfectante cítrico y cálculos demográficos. Es lo que asalta la cabeza del bilbaíno medio al pisar la calle la primera mañana de fiestas. «Me encanta el olor del detergente por la mañana», se dice el bilbaíno al salir del portal, poniéndose las gafas de sol y apretando los dientes, como Robert Duvall en 'Apocalipsis Now', pero no por lo de combatir el comunismo en Indochina, sino por lo de la resaca.

Lo siguiente es un vistazo alrededor y una rápida evaluación de la distribución de la población humana circundante. «La noche del sábado había mucha gente en la ciudad», reflexiona el bilbaíno medio, sorprendido quizá de conservar alguna neurona operativa. «El domingo, como cada año, se notan las bajas y todo se estabiliza. Hay ambiente, pero sin grandes aglomeraciones. Estos días son los mejores de las fiestas».

La transformación del bilbaíno medio en un centro de investigación sociológica ambulante no es el menor de los episodios asombrosos que propicia la Semana Grande. Hay incluso quien establece cálculos comparativos en lo tocante a la afluencia y consigue recordar cuánta gente se reunió en El Arenal el segundo sábado de fiestas de 1998. Es la clase de dato que contribuye a apuntalar un axioma festivo imperecedero: los primeros días es cuando se está realmente bien.

Lo curioso es que en estos primeros días que se está realmente bien ya hay quien se encuentre realmente mal, con el estómago transformado en un cementerio nuclear y la cabeza convertida en una ruina con resonancias reguetón. Recordemos a ese respecto lo que recomendó el sábado el pregonero: fuste, ganora y zentzun. En realidad, es un poco lo mismo, una triple apelación al fundamento, pero en fiestas hay que repetir los consejos convenientes. Es que no se oye nada estando la música tan alta.

Otra cosa es que los consejos sean abundantísimos y adquieran sin escándalo un tonillo cada vez más moralizante. Este año hay una campaña municipal que incluso señala de refilón cuáles son los chistes que no se pueden contar. Los estudiosos de la filosofía de la fiesta deberían ponerse con esta desviación del espíritu fundacional, que era más libertario que edificante. Por fortuna, la Semana Grande es ante todo una poderosa máquina de desactivar contradicciones. Ahí está el bilbaíno medio, diciéndose hoy que estos días primeros son los mejores y diciéndose el jueves que lo mejor es sin duda lo que queda: la traquísima final.

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