Por una vez Vista Alegre dio una alegría tanto a quienes aman las corridas como a quienes abogan por erradicarlas. La culpa la tuvo Tapaboca. ... No podía tener otro nombre. Un toro bravo que, si no le abren la puerta de toriles, habría seguido embistiendo hasta el hotel del matador. Utilizo este último término para recordar el cometido oficial del torero. Ahora que se tapa hasta la muerte de la madre de Bambi, resulta obligado y honesto recordar que pocas veces se puede presenciar el indulto de un toro de lidia. De hecho era la primera vez que pasaba en esta plaza y la segunda en Euskadi desde hace 20 años. En esa ocasión en Donostia. De ahí el motivo de estas líneas. Muy pocos pueden decir que han renacido en Bilbao.
Cuando Álvaro Martínez Conradi responde está recorriendo la finca a caballo. Queremos saber cómo está el nuevo paisano. «Se le ve buen ojo», resume tirando de léxico taurino. Álvaro heredó el nombre del padre y tiene un hermano, Pepe, y dos hermanas, Marta e Isabel. Una saga de ganaderos que hace casi cuatro décadas apostaron por este mundo tan incierto como debatido. Dado que somos neófitos nos explica la importancia de la genética, la selección, el cuidado y, no olvidemos, la suerte. Tapaboca es el ejemplo. Cárdeno claro, bragado, jirón calcetero, careto, caribello y coletero. Según el aficionado al que pregunten añadirá más adjetivos. Ejemplar hermoso, tanto por su belleza natural como por su original tonalidad que, por cierto, es marca de la casa. En un mes cumplirá cinco octubres.
El padre era un bravo semental que ya había dado alegrías. La madre una vaca excepcional en el tentadero. Los toros heredan el nombre materno. Así fue. De hecho es hijo único. Ella murió poco después del destete. No quedaba otra que mantener al huérfano entre algodones. Pocos daban un euro por él. Pero fiel a su nombre empezó a tapar bocas y alcanzó los 525 kilos. Así llega a agosto de 2025. Aste Nagusia. Una Semana Grande que, desde sus orígenes y aunque algunos quieran borrarlo, lleva la lidia en su ser. Es miércoles. El cielo busca asemejarse al gris ceniza de la arena. Bochorno y viento juguetón. La tarde transcurre correcta, tirando a sosa.
Hasta que sale él. Se para el tiempo. Torero, capote, picador, banderilleros, muleta y, de repente, pañuelo naranja. Aplauden, pero él sigue a lo suyo. Otros habrían desistido. Se entendería. No es su caso. De repente abren la puerta por la que entró. Un minuto después siente el efecto de una manguera sobre su cuerpo. La ducha de su vida. Le quitan las banderillas y al camión. Toca viajar a la finca Fuente la Higuera de Palma del Río, provincia de Córdoba, rozando Sevilla. El veterinario está esperando. Entra en el cajón de cura. Limpian los pullazos y le introducen pastillas cicatrizantes que curan desde abajo hacia arriba. Después inyecciones con antibiótico y antiinflamatorio. Terminada la cura toca reposar en un cercado, acompañado de becerros pequeños, para evitar que otros toros le puedan incordiar. El primer día se pasa en un suspiro. En el segundo pierde el apetito, por efecto de la medicación. El tercero está como siempre y como nunca. Toca vivir como un semental.
Álvaro y compañía lo van a ver varias veces al día. Cuando termine la temporada recibirá otra visita. La de Borja Jiménez. El torero que le ayudó a lograr el indulto. Esa es la gran paradoja. Quien debía matarlo para alcanzar su triunfo, fue quien le guió hacia el perdón. Si uno de los dos hubiera fallado no habrían existido indulto ni gloria compartida. Por eso Jiménez ansía verlo. Pero esa es otra historia. Hoy nos quedamos con la foto de Tapaboca y su nueva vida. Da gusto verlo. Habrá quien diga que jamás debió nacer para ser matado y quien crea que esa es su razón de ser. Pero consiguió lo que muy pocos. Volver a nacer. Y de eso nos alegramos todos. Además lo hizo en Bilbao. Que le vaya bonito, nuevo paisano. Y que sea muy feliz el resto de sus días.
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