Cuando la ría se llevó el Noruega
Siempre que atravesaba el túnel temía que el tren se le cayera encima. Entra por él a Olabeaga. Son las 5 de la mañana. Txindu, ... el botero, le ve aparcar y se acerca para ayudar a subir la persiana. La liturgia diaria. Comparten mistela y arrancan, cada cual por su lado, la jornada. Aguardando las primeras y remolonas luces del día el bar comienza a recibir clientes.
Todo empezó dos años antes. En 1981. Y tuvo que ver con la Bolsa. Allí trabajaba quien nos abre hoy aquel local que ya solo existe en la memoria: Txema Olano Ullibarri. Lo conocemos, entre otras cosas, por su legendario Okela de García Rivero. Pero antes, allá donde reinaban las angulas y olía a astillero y a bacalao, regentó un bar con alma de taberna: el Noruega.
El jefe de Txema en la Bolsa de Bilbao decidió trasladarse a Barcelona. A él, que es de Rekalde, le pareció buen negocio, pero mal plan. Prefería seguir en el botxo con su novia, Marian Pereda Rámila, el Athletic y la cuadrilla. Dejó el trabajo y decidió empezar de cero con su socio y amigo, Carlos Ferrarios Gallo. Como en casi todo, hay algo de casualidad. El Perdi, personaje popular de Olabeaga, les habla de un local. Van a verlo y se quedan con él. Para que se hagan una idea, si no lo conocieron, lo abrimos de nuevo.
Nada más entrar, a la derecha, encontramos dos mesas donde las partidas son sagradas. A la izquierda está la barra y al fondo la cocina. Junto a ella avistamos un comedor. Ocho mesas. Antes de entrar regresamos a la barra. A su izquierda despachaba antaño la antigua carnicería Arriola de Crispín. Ahora encontramos una zona para despensa y bodega.
Volvamos al comedor, porque nos aguarda sorpresa. Hay una puerta que da a una huerta. La trabaja un vecino. Una mitad para él y la otra para surtir de productos al bar. El menú, que incluye copa de coñac Soberano o Garvey, cuesta 225 pesetas. Si toman Magno o Goitisolo 10, un duro más. El comedor está a rebosar y la barra es un ir y venir de codos aguardando café o vino.
Txema señala unas escaleras y desvela que existe otra planta con cuatro habitaciones. No las usan, salvo para guardar enseres. Como en las fiestas del barrio. Fieles a la tradición de los mojojones con tomate, Marian prepara cantidades propias de una bilbainada.
Salvar la cafetera
La clientela se compone de trabajadores de Euskalduna, de otros astilleros, empresas del sector y vecinos del lugar. Por eso duele recordar lo que sucedió en agosto de 1983. Txema celebraba aquella lluviosa Aste Nagusia con su hermano Iñaki, del grupo Indarra, y su amigo Tito, cuando les dicen que la ría se está desbordando. Parten hacía Olabeaga e intentan salvar la cafetera que acaban de comprar. Apenas queda nada. Se retiran desolados.
Y en buena hora. Poco después se va abajo el comedor. El Noruega, al que habían bautizado así en honor a la forma por la que es conocida Olabeaga, parece más Atlántida que nunca. Pero resurgió de las aguas. Lo comprobó Howard Kendall cuando disfrutaba del besugo y el Viña Real de la sidrería que durante décadas fue referente del buen comer. O los habituales del bar la Marina, cuya dueña era muy querida y ahora ocupa el elegante Embarcadero. O el Juantxu que hoy es un txoko.
El túnel sigue resultando inquietante. Como un túnel temporal que conectara presente y pasado. Sacamos una foto. Los turistas nos observan extrañados. Solo ven un aparcamiento. Nosotros un bar. El Noruega. El primigenio. Hubo otro y hay un cartel que así lo recuerda.
Pero el viejo partió con las aguas. Y con ellas se fueron las historias relatadas sobre aquella barra en la que se hacía de día y de noche sin necesidad de pedir permiso al sol.
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