Hace unos meses, paseando por el Parque de los Patos, miré la estatua de Tonetti y recordé la fábula del Príncipe Feliz. Las palabras de ... Wilde encajaban a la perfección en ese bronce. Se quejaba en su día la maravillosa Karmele Larrinaga, actriz y zarambolas de postín, del cruel trato de los vándalos y de la desidia de la Administración. Al fin y al cabo fue su aita Juan Luis quien la esculpió. Llevaba razón. Raro es el día en que un cretino, que haría bien en pintarse los genitales en lugar de manchar estatuas, no decida ensañarse con ella. Quien hace eso no solo daña el bien común y una obra de arte. Además, y sobre todo, mancha nuestra esencia. Bilbao fue, es y será una ciudad que honra al payaso. Solo quien se ríe de sí mismo es capaz de alcanzar la excelencia. Tonetti lo sabía. Y también entendía de cariños en tierra ajena. Junto a su hermano José convirtieron el Botxo en el eje de su pista circense. Parte de la culpa la tuvo un bilbaino llamado Miguel María, de apellido Mendizabal y de sobrenombre 'cura del circo y los feriantes'. Mañana un grupo de amigos se juntarán por él. Para colocar una placa en el lugar de otra que fue robada. Me lo adelantó José Mari Amantes y ha llegado la hora de contarlo.
No es casualidad que sea en Aste Nagusia y liderados por Moskotarrak. Mendizabal era cura de bendición expansiva. De los que abren puertas cuando otros las cierran. Y lo mismo con la carpa. Si te llamaba era para pedirte un favor. Causas nobles para gentes necesitadas. Además era insistente y omnipresente. Cómo sería que logró casar a Bárbara Rey y a Ángel Cristo, enrolarse con Miguel de la Quadra Salcedo en la Ruta Quetzal o bendecir a Currupìpi, el tigre que acabaría adoptando Jesulín de Ubrique. Pertenecía a esa selecta estirpe de bilbainos con solera y divisa. De los que están en todas las salsas. Aunque eso supusiera servir cerebros y orgasmos en una txosna o hacer de jurado en tensos concursos de tortilla. Siempre con su txapela y, si no llovía, con alpargatas. Daba igual que estuviera en la Quinta Parroquia que en Laredo, donde también oficiaba misas. No en vano era hijo de Bilbao. Y, puestos a reincidir, vivió y murió en el mismo lugar. El 46 de Hurtado de Amezaga. Debo confesar que nunca le vi cara de sacerdote. Más bien de tasquero. O empresario bregado en mil batallas. Con aquellas ojeras de serie que guardaban noches en vela pensando en la aventura de mañana. Lo mismo recaudaba dinero para Aspanovas y los niños con cáncer, que echaba un cable para llevar a nuestros bomberos hasta la lejana Australia. Cosas de Mendi. Así lo llamaban sus cercanos. Que eran legión. Entre ellos Tonetti. Por eso al saber que la placa en honor al cura del circo había sido robada pensé que, de alguna manera, se repetía la historia del príncipe y la golondrina. Empeñados en sobrevivir al invierno de los hombres uno fue fundido y el otro herido de muerte. Infamia que no tiene nombre. Bueno sí, pero queda mal en negro sobre blanco. Por eso sus amigos pondrán de nuevo la placa allá donde nació. Gente como la Asociación de Amigos de Tonetti, la de Feriantes de Euskadi, el Circo Mundial, el Circo Holiday, el Club de Payasos Españoles y Artistas de Circo con sede en Madrid o el de Clowns Cultural de Barcelona, amén de otras como la Orden Botxera de Farolín y Zarambolas, el Bar Rimbombín o Cafés de Bilbao. Cuenta Amantes de Moskotarrak que la placa no será de latón fundido, sino de un material menos atractivo para los amigos de lo ajeno, pero mantendrá su esencia. Lo que incluye el cariño y el respeto de un Bilbao con alma de circo. Baldosas por arena y montes por carpa. Sobre todo en esta semana ácrata y empañolada. La que confirma que podrán manchar estatuas y robar placas, pero jamás borrarán el txirene legado del cura del circo y el payaso del parque.
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