«Soltera vieja». Así define Emiliano de Arriaga en su Lexicón Bilbaíno la palabra birrocha. Añade que procede del euskera Birrotxa. De ahí que la ... segunda definición sea «Quedarse para vestir imágenes». Cosa que en los tiempos del legendario cronista era el destino de las mujeres tras llegar a cierta edad sin pasar por el altar. El machismo hacía que ser solterona fuera un drama y solterón una opción de vida. Las cosas han cambiado, pero no tanto. El «se te va a pasar el arroz» lo siguen escuchando muchas. Tengo amigas, de esas que ahora llaman singles, y las veo encantadas. No quisieron o no tuvieron la ocasión de ser pareja y con los años se van acomodando. Y lo mismo ellos. Según el Eustat, en Bilbao hay un 44,4% de personas solteras.
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Son menos que en Donostia, que alcanzan el 45,7% y que en Vitoria-Gasteiz, donde se llevan la palma con un 46,6%. Pero no deja de ser un número significativo. Y palpable. En mi cuadrilla tenemos a cuatro chico-viejos. Es curioso que para el hombre sí exista en nuestro lexicón un termino que suena menos feo que solterón. Otra vez el machismo. Pero da pie a hablar de esa figura tan de nuestra tierra.
En toda familia había una birrocha y un chico-viejo. A ella le exigían una vida ejemplar y casta. Debía ayudar a la familia, pasar el cepillo en misa con cara de puerro, cuidar de los mayores y aguantar a los sobrinos. No ha cambiado mucho la cosa. Él, en cambio, llevaba una vida de Peter Pan. Muchos seguían en casa paterna. Sobre todo si eran hijos de viuda. Impecables, con la ropa planchada por ama y un plato en la mesa, llegaran a la hora que llegaran. Jamás tenían problemas para acudir a comidas, cenas y eventos varios. Aunque en esto existían de dos tipos. Los que se adaptaban a los emparejados y los que intentaban quedar sin chicas. Como al resto les apeteciera o pudieran hacerlo sin vivir una bronca marital.
Habiendo trabajado tras la barra puedo asegurar que se les detectaba enseguida. Llegaban en horario diferente al resto y no tenían prisa por marchar. Al fin y al cabo en casa solo esperaba una madre con preguntas y una televisión aburrida. Respecto a su inamovible estado civil contaban que hubo una novia y que la cosa salió mal. Rara vez daban más detalles. En una cuadrilla de Bilbao puedes convivir sin conocer datos de amores y vidas privadas. Es chico-viejo y punto. Tampoco se preguntaba sobre las andanzas en los días en que no aparecían. Habrá quedado, creo que le vieron en el Arenal con la de la farmacia. Y, como decían en el 'Un, dos, tres' hasta aquí podemos contar.
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Salir del armario
No me olvido de los otros birrochos. Hombres y mujeres que caminaban sin pareja porque había que ser muy valiente, sobre todo consigo mismo, para salir del armario. Sabíamos que fulanito o menganita tenían querencia hacia los de su mismo sexo. Pero no se hablaba. Recuerdo en esa línea a un amigo de mi madre y su cuadrilla. Era gay y resultaba evidente, incluso para los ojos de un niño. Tenía amigos hombres, pero siempre estaba con ellas. Era otro tipo de chico-viejo.
Pero no puedo evitar recordar a quienes vivieron sin nadie a su lado por el qué dirán. O por no sufrir ostracismo. Mujeres que tomaban juntas el café, nunca se separaban, pero no podían mostrar cuánto se querían. O el amigo de mi ama. Murió solo en una cama vacía. La cara triste de aquella soltería. Por eso quiero terminar con la otra. Con la txirene. Como la del cliente que se llamaba a sí mismo y con orgullo, el último birrocho de Abando. Había otros. Pero debo reconocer que nadie presumía de ello tanto como él. La última vez que le vi, tras escuchar a un amigo que acababa de tener una bronca con su mujer, pidió otra ronda y sentenció con retranca «No sabes el placer que da discutir solo contigo mismo».
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