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A sus 79 años, y calzado con sus eternas zapatillas, seguía manteniendo el clásico y elegante porte de deportista universitario. Ya era muy rico. Pero ... lo iba a ser más. Tenía una cita con los dirigentes de las empresas más poderosas del mundo tecnológico. Quizá les suenen. Apple, Microsoft, Facebook y Google, entre otras. Buscaban expandirse y todo pasaba por comprar los terrenos de aquel señor de 197 centímetros que en su día jugó a baloncesto. Tras ese, y otros acuerdos, el hombre del paso ligero se convirtió en una de las personas más ricas de EEUU. Forbes calculó su fortuna en más de 2.300 millones de dólares. Y, aquí viene lo bueno, todo empezó con unos humildes ahorros logrados en cierto lugar llamado Bilbao. Hoy les traigo la increíble historia de Jon Arrillaga. El estadounidense de origen vasco que, tras jugar en el Águilas, regresó y se hizo con unas tierras famosas en todo el planeta. Silicon Valley.
Para refrescar el relato me acerqué el sábado al Hotel Catalonia, donde se juntaron componentes del mítico Club Águilas de Bilbao. 75 años no es nada. De eso hablaban quienes habían compartido dicha camiseta en algún momento. Y de vez en cuando, entre saludos y abrazos, alguien señalaba hacia alguna de las fotografías colgadas en las paredes. También lo hicimos. Y localizamos a Jon Arrillaga. Por cierto, en la Gaceta del Norte del 2 de diciembre de 1960 su nombre figura así y no con la versión en inglés John. Que lo escribieran de esa forma, en aquellos tiempos, no deja de ser curioso. Añadían que Real Madrid y Barcelona andaban tras él, pero que tenía una razón de peso para elegir al equipo bilbaino. Sus antepasados. El abuelo paterno era de Lekeitio. Los Arrillaga formaron parte de aquellos paisanos que cruzaron el charco para hacer las Américas.
En su caso, se fueron a California. Jon era uno de los cinco hijos de una familia que no lo tuvo fácil. Esas penurias forjaron su carácter. Trabajó de todo y en todo mientras estudiaba, gracias a una beca deportiva, en la Universidad de Stanford. Por entonces no jugaba de pivot porque, ya en aquellos tiempos, ese puesto estaba destinado a tipos de más de dos metros. Aún así varios ojeadores se habían fijado en su juego. Parecía que su destino se desarrollaría bajo las canastas de la NBA. Pero entonces tomó una sorprendente decisión. Fichar por un equipo europeo. Vasco. De la tierra de sus mayores. Y eso que el Águilas tenía por costumbre jugar con gente de casa. Con todo en contra, surgió el acuerdo. Jon llegaba a Bilbao para la temporada 60-61. Terminaron segundos en Liga, tras los madridistas, y Arrillaga también logró ese puesto con sus canastas. 469 puntos. En el tiempo que pasó aquí dejó una huella que aún hoy permanece presente entre quienes lo conocieron. Elegante, trabajador, generoso y nada dado a los excesos de las estrellas. Quizá por ello, cuando volvió a EEUU, no disfrutó tanto de su paso por los Philadelphia Warriors, los San Francisco Warriors y los Golden State Warriors. Así que, a mediados de los sesenta y con 2.000 dólares que tenía ahorrados, monta junto a su socio Richard Peerry la empresa Peerry Arrillaga. Compran unos terrenos en Santa Clara Valley y comienzan a construir campus corporativos. El resto es Historia con mayúsculas.
En las universidades de EEUU se estudia lo que hicieron Jon y su compañero de aventuras. No solo por la gesta empresarial. También por su filantropía. Y no solo con el equipo de baloncesto universitario de Stanford. El fútbol americano o el voley le deben mucho. Tenía muy claro que el deporte era el camino de los jóvenes con pocos recursos y una puerta a estudios y profesiones inalcanzables para la mayoría de los bolsillos. Así siguió hasta el día de su muerte, 24 de enero de 2022. No concedía entrevistas y jamás dejó de caminar sus kilómetros diarios. Aunque, según cuentan, los que recordaba con más cariño eran los 5.687 que separaban su casa en Portola Valley de cierto lugar, con forma de canasta, llamado Bilbao.
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