«Se llevan el mono rojo y la careta de 'La casa de papel'»
«Lo que ya nadie quiere son vestiditos cortos y escotados. La gente quiere ir abrigada», indican en los establecimientos especializados
Ni una, ni dos, ni tres, hay cientos de razones por las que merece la pena disfrazarse, la principal de todas, para reírse y divertirse. ... No es cosa solo de niños, los adultos podemos experimentar grandes beneficios, el buen humor, uno de ellos, si decidimos salir de la rutina para interpretar un personaje por unas horas sin miedo a la tiranía del dedo juzgante. Los estrenos de cine y las nuevas temporadas de las series más populares suelen convertirse en la inspiración para los disfraces y para estos Carnavales no ha sido menos. El mono rojo y la careta daliniana de los atracadores de 'La casa de papel' ha arrasado.
El 'boom' de la serie de Netflix ha despertado una gran pasión por sus personajes y en el establecimiento Festival de la calle Gordóniz de Bilbao, que lleva la friolera de 68 años vistiendo a los amantes de esta fiesta y vendiendo al por mayor para las tiendas del gremio de todo el norte de España, se lo han quitado de las manos. «Tanto para niños como para mayores», confirma Begoña Estébanez, la dueña. «Lo que ya nadie quiere son vestiditos cortos y escotados», añade.
Pelucones y maquillaje de calidad
Fuera del mundillo audiovisual hay otros atuendos que gustan mucho. «Abba y los años 80, todo ese estilo con pelucón, por ejemplo. A estos trajes les damos salida por 15, 18, 20 euros, no más. No son de buena calidad, pero tampoco de la peor. La gente no quiere pagar más y hay mucha competencia, bazares chinos, internet...», apunta esta empresaria mientras enseña un colorido almacén de 300 metros cuadrados y unas estanterías con artículos de maquillaje. «Con el maquillaje no jugamos, traemos de las mejores casas porque hay mucho alérgico».
Que se lo digan a Nieves Rodríguez, empleada en Menkes, comercio especializado en artículos de danza, flamenco y disfraces. «El año pasado tuvimos que abandonar el negocio de alquiler de disfraces», indica. Entre el surtido de este año muestra «el nuevo vestido de Frozen. Pensando que venderíamos muchísimos, trajimos un montón, pero no ha tenido nada de éxito. Superhéroes, los niños y las niñas no quieren otra cosa». Nieves se pregunta qué hacer con los soldadito de plomo, los ropajes de romano y de Mozart que cuelgan olvidados en algunas perchas. «¡Si los niños no saben quién es Mozart!», exclama. «Pero fíjese qué acabados, ya no se hacen disfraces así».
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