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Pedro Ontoso
Miércoles, 26 de octubre 2016, 02:10
«Rusia ha iniciado más guerras que cualquier otra potencia contemporánea». Lo escribe Henry Kissinger en un magnífico libro 'Orden mundial' (Debate) en el que el exsecretario de Estado de EE UU realiza un análisis muy certero sobre la enrevesada política internacional, que incluye el enigma ruso, desde la Paz de Westfalia al equilibro nuclear pasando por la Guerra Fría. Lecciones de historia que ayudan a entender la situación actual. Putin, fiel a la tradicional voluntad expansionista de Moscú, está realizando movimientos que han hecho saltar las alarmas en las cancillerías de Occidente. Y su legitimidad política la busca en la religión. Si el zar «era un icono viviente de Dios cuyos mandatos eran incontrovertibles e intrínsecamente justos», Putin vueve a apoyarse en la fe inquebrantable del pueblo ruso para fortalecer su autoridad única, en clara alianza con la Iglesia ortodoxa. No sólo mueve tanques y misiles. La apertura de un templo ortodoxo en pleno corazón de París es como una pica en Flandes y tiene una lectura política con muchas claves.
De aquellos polvos estos lodos. En esa reivindicación de la Gran Rusia, en 2014 Putin se anexionó Crimea sin que la comunidad internacional casi ni pestañeara. Pero la historia viene de muy atrás. La guerra de Crimea (1853-1856) fue uno de los episodios que han jalonado la historia de Euroasia, donde muchos dirigentes han sabido exacerbar la religiosidad de sus ciudadanos. En 988 Vladimir I, el Gran Príncipe de Kiev, fue bautizado en Quersoneso, una antigua colonia griega donde ahora se levanta Sebastopol. Su conversión marcaría un nuevo rumbo. Fue un hecho «que supuso la llegada del cristianismo a la Rus de Kiev, el reino del que Rusia heredó su identidad religiosa y nacional», evocaba hace un tiempo el historiador Orlando Figes, autor de 'Crimea, la primera gran guerra' (Edhasa). Putin lo evoca y reivindica de manera constante.
Kissinger recuerda en su libro que Rusia «siempre ha imbuido sus conquistas de la justificación moral de que estaba propagando el orden y la iluminación intelectual en tierra de herejes». Recuerda que en el alma rusa subyacía la convicción de que algún día Rusia combinaría el poder y la inmendidad de Oriente con los refinamientos de Occidente y la fuerza moral de la religión verdadera, y Moscú la tercera Roma, heredera del manto de Bizancio, cuyo zar era el sucesor de los césares de Roma Oriental, de los organizadores de la Iglesia y los concilios que habían establecido el credo verdadero de la fe cristiana desempeñaría un papel decisivo al inaugurar una nueva era de justicia y fraternidad global».
Ese pensamiento ha tenido continuidad en el tiempo. Hilarión Alfeyev, responsable de relaciones externas del patriarcado de Moscú su 'ministro' de Exteriores y hombre clave en su geopolítica ya advirtió hace un año que las relaciones entre Rusia y Occidente «están yendo a una dirección que puede llevar no a una nueva Guerra Fría, sino a la Tercera Guerra Mundial». El líder religioso, muy duro, por ejemplo, con la legalización de las uniones homosexuales que se han aprobado en muchos países de Europa, coincidía con Putin en su preocupación por la «secularización» en Occidente. La «preservación del orden tradicional» también fue la misión de la Santa Alianza, cuandio los zares se creían instrumentos de la voluntad de Dios.
Ortodoxos en el corazón de París
En 1812 el zar Alejandro I derrotó a la Grande Armée de Napoleón y dos años después entró en París al frente de 160.000 soldados ante el temor y la inquietud de las fuerzas aliadas. Rusia demostró hasta dónde podía llegar si se lo proponía. Este 2016, Putin, el nuevo zar, ha paseado aviones capaces de transportar armento nuclear sobre el cielo de Europa con un mensaje parecido. Pero no ha entrado en París, como pretendía, para inaugurar un templo ortodoxo en el corazón de la ciudad de la luz. Habría sido una fotografía con mucha carga simbólica, pero las tensiones diplomáticas lo han impedido. Hollande quiere juzgar a Putin ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Siria junto a Bashar el-Asad, pero se trata de una iniciativa condenada al fracaso por el veto de Moscú en el Consejo de Seguridad.
Hasta ahora la única iglesia ortodoxa rusa en la capital francesa era la catedral de Saint Alexandre-Nevsky, consagrada en 1861 y dedicada al Gran Príncipe de Rusia. Sin embargo, el templo, en el que se casó Picasso con la bailarina Olga Khokhlova y en el que fue despedido a su muerte Wassily Kandinsky, está bajo la jurisdicción del patriarca de Constantinopla-Estambul, ajena a la obediencia de la jerarquía de Moscú. Ubicado junto al Sena, a unos pasos de la Torre Eiffel y muy cerca del Museo del quai Branly, ha sufrido un rocambolesco proceso antes de ser inaugurado, desde que en 2007 el entonces patriarca de Moscú, Alexis II, convenciera a Sarkozy para ponerla en marcha. Con la llegada de los socialistas al Eliseo, el proyecto quedó paralizado hasta que Putin lo renegoció con Hollande.
También hubo un asunto de presunto espionaje, ya que el templo se encuentra en una zona en la que hay dependencias vinculadas a la Presidencia de la República. «Los servicios de seguridad de Francia temieron que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, ex oficial de inteligencia de la KGB, pudiera tener en mente más que solo un acercamiento religioso», ha señalado el analista Andrew Higgins en 'The New Yok Times'. «Sin embargo, la ansiedad con respecto a si el centro espiritual podría hacer las veces de puesto de escucha oscureció su papel principal y quizá el más intrusivo: un desmedido despliegue en el corazón de París, la capital de la insistentemente secular República Francesa, del poderío de Rusia como una potencia religiosa, no solo militar», argumenta el especialista en asuntos rusos.
¡Este ángulo de análisis entronca con la agenda de la Iglesia ortodoxa, centrada en la defensa de los valores tradicionales la familia y el matrimonio heterosexual, pero que incluye también una crítica a la modernidad y a la «decadencia» de Occidente. Andrew Higins constata que la jerarquía eclesiástica de Moscú «ha hecho una campaña incesante para obstruir la integración de su país en Occidente». Alude a la actividad de los sacerdotes en Montenegro «para descarrilar» los planes de entrada en la OTAN o «la causa antieuropea» de Moldavia, liderada por un obispo ortodoxo nombrado por el patriarca de Moscú. En ese clima de exaltación nacionalista y de apuesta por el puño de hierro, el Kremlin ha levantado en Mosú sendas estatuas de Vladimir el Grande y de Iván el Terrible, mientras prepara la de Kaláshnikov, padre del famoso fusil de asalto AK-47.
Alianzas en el Mediterráneo
En ese afán expansionista Putin sigue dando pasos. Acaba de sellar una alianza con Erdogan, presidente de Turquía, para construir un gasoducto para llevar a Europa el gas ruso a través del mar Negro y sin pasar por Ucrania y levantar una central nuclear. Pero, además, Rusia ya ha anunciado que convertirá sus instalaciones en el puerto sirio de Tartus en una base permanente para su flota. Una cabeza de puente en el Mediterráneo. El cardenal Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados del Vaticano su 'ministro' de Asuntos Exteriores siempre ha defendido que Rusia es un actor internacional de evidente relieve, que puede jugar un papel primordial en «la estabilización del Mediterráneo, si como lo jugó para que se alcanzara el acuerdo nuclear con Irán».
Hay muchas convergencias entre el Vaticano y Rusia. Entre el Papa y Putin. El presidente ruso ya ha visitado en dos ocasiones a Francisco una fotografía muy perseguida, que ha servido para romper el aislamiento del inquilino del Kremlin, para romper el 'cordón sanitario', en el lenguaje de los analistas de Vatican Insider. Putin - y el patriarca de Moscú, Kirill- apreciaron en su día la iniciativa del Papa para que los aviones de Obama no bombardearan Siria. Y la Santa Sede apreció que el Gobierno ruso apoyara su posición sobre el genocidio de Armenia. Es la diplomacia del 'cambio de cromos'. El Vaticano ayudó a Cuba a recomponer sus relaciones con Estados Unidos y Raúl Castro movió ficha para que el Papa Francisco y el patriarca de Moscú, Kirill gran amigo de Putin pudieran coincidir en un encuentro histórico en el aeropuerto de La Habana. El diálogo teológico entre ambas iglesias queda pendiente, al igual que el ansiado viaje apostólico del pontífice a Moscú.
La persecución de los cristianos en Oriente es otro punto de convergencia con el Vaticano. Putín aspira a convertirse en 'protector' de las iglesias perseguidas, en una actualización de la herencia zarista. Kissinger recuerda en su libro 'Orden mundial' que el conflicto de Crimea no se inició por la disputa de este enclave estratégico, sino «por las constantes pretensiones de franceses y rusos en defensa de los derechos de las comunidades cristianas que cada uno favorecía en Jerusalén, por entonces bajo jurisdicción otomana. Durante una disputa sobre cuál confesión, la católica o la ortodoxa, tendría acceso prioritario a lo lugares sagrados, el zar Nicolás I exigió que se reconociera su derecho a actuar como «protector» de todos los súbditos ortodoxos del Imperio otomano, una significativa población que abarcaba territorios estratégicos. La demanda fue expresada en términos de principios morales universales, pero era el golpe mortífero a la soberanía otomana», concluye el 'viejo zorro' de la diplomacia norteamericana.
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