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Un oficial pasa revista a soldados musulmanes capturados en el frente de Francia durante la Gran Guerra.

El campamento de la Media Luna

En la Primera Guerra Mundial, los alemanes confinaron cerca de Berlín a prisioneros musulmanes de los ejércitos francés y británico para adoctrinarlos en la yihad

Javier Muñoz

Domingo, 13 de diciembre 2015, 02:41

Resulta paradójico que los alemanes que combaten al Estado Islámico en coalición con Francia e Inglaterra, y que han pedido a Arabia Saudí que deje de financiar las mezquitas integristas, fomentaran la yihad durante la Primera Guerra Mundial. Lo hicieron para debilitar a sus enemigos de entonces, franceses, ingleses y rusos que gobernaban a decenas de millones de fieles de Mahoma en sus respectivos imperios.

Aquella intentona fue neutralizada por Londres, París y Moscú (no así otra idea de la inteligencia germana de enviar a Lenin a Rusia para provocar una revolución). Sin embargo, el llamamiento a la yihad sirvió para provocar un buen número de deserciones en los bandos francés y británico, y para reclutar combatientes islámicos a fin de que lucharan en Oriente Próximo del lado de Turquía, aliada de las Potencias Centrales (Alemania y Austria Hungría).

Ese grupo de yihadistas no era el principal objetivo de la manipulación alemana del Islam y su utilización como arma de guerra, la 'Islampolitik' que Berlín había puesto en marcha unas décadas antes. El propósito esencial era fomentar rebeliones musulmanas en el África francesa y británica, en la India británica y en el Cáucaso ruso. Inspirado en consideraciones geopolíticas, el plan no tuvo éxito, aunque la inteligencia estadounidense lo recuperó en los años ochenta del siglo pasado para ensayarlo en Afganistán contra la Unión Soviética, desencadenando la catarata de catástrofes colaterales que conocemos. El último capítulo de ese desastre lo protagonizan el Estado Islámico y los demás grupos radicales que se oponen al dictador Bashar el Asad en Siria y que han convertido Libia y el Sahel en un caos.

Con la perspectiva que da un siglo de distancia, el experimento de atizar el fanatismo religioso durante la Primera Guerra Mundial llama la atención porque se gestó en uno de los escenarios más curiosos que hoy cabe imaginar: un campo de prisioneros levantado no lejos Berlín, en el distrito Wündorsf-Zossen, actual lander de Brandeburgo, donde a finales de 1914 los alemanes comenzaron a internar a soldados musulmanes del Ejército francés y británico; cientos de norteafricanos e indios capturados en las batallas del frente europeo occidental.

El lugar era conocido como el campamento de la Media Luna (Halbmondlager, en alemán). Los guardianes hablaban en árabe y proporcionaban comida preparada según los preceptos islámicos. El propio kaiser Guillermo II construyó una mezquita para los cautivos, muchos de ellos campesinos reclutados expeditivamente en sus colonias de origen a los que se bombardeaba con llamamientos a la solidaridad musulmana con un fin: animarlos a enrolarse en el Ejército otomano. El régimen de los 'Jóvenes Turcos', que había entrado en la Primera Guerra Mundial como aliado del emperador, era laico y reformista, pero conocía el poder de la religión y no vaciló en sacar provecho de ella (el sultán de Estambul, nominalmente califa de todos los musulmanes, proclamó la yihad cuando Turquía entró en la contienda).

El campamento de la Media Luna era en cierto modo la culminación de la 'Islampolitik', en la que Guillermo II estaba interesado desde que visitó el imperio turco en 1898. Al emperador le había influido el barón Max Von Oppenheim, un viajero y explorador enamorado de los árabes como T. H. Lawrence, que conocía su libro 'Die Beduinen'.

Oppenheim cayó en la cuenta de que el Islam podía emplearse contra el imperio británico, que le inspiraba una profunda hostilidad. Radicado en El Cairo, todos los veranos viajaban a Alemania para informar al káiser sobre la evolución del Oriente musulmán. En 1906 vaticinó: «El Islam está llamado a desempeñar un papel mucho más importante en el futuro (...), pues la asombrosa energía y el empuje demográfico de las regiones islámicas habrá de tener algún día gran significación para los estados europeos».

¿Esa profecía se está cumpliendo en nuestros días? Apenas ocho años después de que Oppenheim la enunciara, los prisioneros del campo de Zossen empezaron a ser adoctrinados por caudillos musulmanes como el jeque Salih al Sharif, un tunecino opuesto a la dominación francesa de su país. Los alemanes lo habían reclutado para la Nachrichtenstelle für der Orient (servicio de inteligencia de Oriente) y se dedicaba a redactar octavillas en las lenguas árabe y bereber para lanzarlas sobre las trincheras donde se hacinaban los soldados norteafricanos. No era el único agitador islámico al servicio del espionaje alemán. «Un desfile de activistas musulmanes recorrió el campamento de Zossen con el fin de difundir propaganda relacionada con la yihad entre los presentes», escribe el historiador Eugene Rogan en su libro 'La caída de los otomanos. La Gran Guerra en Oriente Próximo' (Editorial Crítica, 2015).

En el campamento de la Media Luna se editaba un periódico llamado 'al-Jihad' y se organizaban conferencias para martillear con el eslogan de que luchar al lado de los franceses y británicos era contrario al Islam. La obligación de todo musulmán era respaldar la yihad proclamada por el sultán de Estambul. El resultado de esas prédicas fue que centenares de prisioneros cambiaron de bando y se presentaron voluntarios para luchar por Turquía. Eugene Rogan recoge el testimonio de un marroquí que relata cómo un oficial alemán y otro otomano dijeron un día a los soldados: «Los que quieran ir a Estambul que levanten la mano». Aquella vez solo una docena respondió afirmativamente.

No es posible saber cuántos musulmanes pudieron empezar la Primera Guerra Mundial en los ejércitos francés o británico y acabarla en el turco (suponiendo que llegaran vivos al final). Pero, según Eugene Rogan, hubo «un constante flujo» de combatientes de Berlín a Estambul para apoyar una yihad que realmente había sido alimentada por los alemanes, cuya influencia era enorme entre los Jóvenes Turcos y su ejército.

La idea parece tan sencilla que se copia una y otra vez: enviar soldados a campos de adiestramiento para reeducarlos y devolverlos al frente «esta vez como combatientes musulmanes y no como soldados coloniales», en palabras de Eugene Rogan.

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