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La Marsellesa

Imanol Villa

Jueves, 19 de noviembre 2015, 20:22

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Francia no es España. España es diferente. La conclusión, fácil a estas horas, aparece así, sin más, tras contemplar a miles de franceses entonando a ... voz en grito La Marsellesa al mismo tiempo que no ocultan su apego por la bandera tricolor. Son sus símbolos. Música, letra y un trozo de tela a tres colores que para los españoles menos avezados en el conocimiento de la historia no dicen mucho. Es más, para buena parte de los españoles, los símbolos nacionales no son más que motivos de disputa, de desacuerdo. Dicho de otro modo, de pura banalización. No hay una bandera, hay banderas. No hay un himno, hay muchos himnos. Así que no extraña que para otra gran parte de los habitantes patrios los símbolos no sean importantes. No significan nada. Es moderno decir esto. Sin embargo, Francia y los franceses son distintos. Totalmente.

Durante estos días se ha cantado La Marsellesa cientos de veces y el azul, el blanco y el rojo lo han podido todo. A modo de mantra tranquilizador y liberador, los sones de la obra de Rouget de Lisle han sonado por todos los rincones del mundo hasta el punto de transmitir el orgullo de ser francés hasta a los que no lo son. Indudablemente, La Marsellesa no es sólo un símbolo y habría que ser muy bruto para no darse cuenta de que la proyección histórica de este himno va mucho más allá de su puntualidad. La Marsellesa es el canto de la Revolución, del cambio total, del devenir traumático de la historia en su inapelable camino hacia el futuro. Y ahí reside, precisamente, su magia porque ella sola contiene el sentir de uno de los episodios más grandes de la historia, tanto para Francia como para el resto del mundo. Sólo visto desde esta perspectiva puede entenderse que para los franceses sea un elemento de cohesión nacional que transciende el mero sentido representativo. Así, de forma intemporal, La Marsellesa compendia el Siglo de las Luces, la Revolución y su defensa, la Comuna y el Mayo del 68. Sobre ella descansan, aun sin quererlo, Voltaire, Robespierre, Napoleón, Víctor Hugo, Dani el Rojo y hasta la mismísima Résistance.

Es más que posible que en España todo esto provoque hilaridad. La ignorancia es atrevida. Sobre todo cuando este país nunca ha visto con buenos ojos a sus vecinos del otro lado de los Pirineos. Una actitud, por cierto, muy reaccionaria. Sin embargo, no estaría de más hacer un esfuerzo de empatía e intentar entender por qué ellos sí y nosotros no. Por qué ellos están orgullosos con su historia y a nosotros nos cuesta tanto. Y es que, una vez más, el pueblo francés nos ha dado una lección. Una lección de historia.

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