Eritrea, el país de ordeno y mando
Es una de las dictaduras militares más herméticas del mundo
gerardo elorriaga
Martes, 10 de noviembre 2015, 02:15
Eritrea es un país de diseño, una rara avis no sólo dentro de África, sino en todo el planeta. Pero, desgraciadamente, la ingeniería política está ... sobrevalorada. La república, que nació en 1993 tras una cruenta guerra de secesión de Etiopía, ha hecho de la amenaza militar su leiv motiv, la razón, vaga y difusa, pero necesaria, para construir una dictadura militar que oprime a una de las naciones más pobres del mundo. El gobierno asegura que los 3.000 o 4.000 jóvenes que, cada mes, abandonan ilegalmente el territorio huyen de esa ancestral miseria, mientras que ONGs de derechos humanos como Amnistía Internacional denuncian que su fuga amalgama la búsqueda de un futuro mejor y la necesidad de huir de la represión institucionalizada e implacable.
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El peligro puede provenir de los vecinos, con los que mantiene una relación tensa tras varios conflictos fronterizos, o de Occidente, que achaca al gobierno del presidente Issaias Afewerki su connivencia con los rebeldes houthis del Yemen y la milicia islamista de Al Shabaab. La paranoia resulta sumamente útil para nutrir con el 25% del presupuesto nacional al segundo ejército del continente tras el sudafricano, a pesar de que la población apenas supera los 6,5 millones de habitantes.
Las fuerzas armadas poseen unos 300.000 soldados, uno de cada 20 ciudadanos se halla enrolado en sus filas, y el servicio militar se extiende durante tres años, aunque la duración final resulta indeterminada y puede prolongarse hasta los 50 años. La realidad es que la conscripción militar esconde un trabajo semiesclavo muy rentable para la elite gobernante.
Secuestrados por las mafias
El éxodo sirio por los Balcanes ha oscurecido el drama de los eritreos que, sin tanto eco mediático, atraviesan campos minados y evitan controles aduaneros para alcanzar Sudán, donde corren el riesgo de ser capturados y engrosar el mercado de rehenes. Al menos, 25.000 jóvenes inmigrantes han sido objeto de secuestro por una mafia que parece asociar a oficiales gubernamentales, la policía sudanesa y bandas de beduinos que, al final del proceso, retienen a sus víctimas en el Sinaí hasta que consiguen el rescate. Muchos son torturados y asesinados durante el cautiverio, pero tampoco resulta favorable el desenlace para otros, aquellos que, tras embarcarse en frágiles naves en Libia, perecen ahogados antes de llegar a las costas europeas.
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La inspiración para este régimen totalitario, el único que ha conocido el país desde su independencia, puede remitirnos al fascismo italiano, cuando el pequeño país era una colonia de Roma. El rico patrimonio art déco y futurista de Asmara, la capital, remite a dicho periodo de grandeza, aunque la ideología de la guerrilla que logró la independencia ha recurrido a un peculiar espíritu de resistencia para sofocar la oposición interna e impedir cualquier intento de cambio.
Las elecciones prometidas para 1997 nunca llegaron a convocarse y, desde entonces, la política represiva impide la formación de partidos políticos, elimina las garantías judiciales y, entre otras medidas curiosas, reduce el número de cultos permitidos al Islam y las iglesias ortodoxa, católica y luterana. La disidencia alimenta los 200 centros de detención que, según cálculos de las organizaciones de derechos humanos, salpican la superficie de este Estado ribereño del Mar Rojo. Al menos unas 10.000 personas penan en cárceles subterráneas o sobreviven hacinados en contenedores industriales reconvertidos en celdas diseminadas por el desierto.
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Salir del país y poder contarlo constituye la esperanza de buena parte de los eritreos. El 5% ya forma parte de una diáspora asentada en la península arábiga, Europa y Norteamérica. Las repúblicas circundantes acogen a 330.000 refugiados y la situación económica amenaza con agudizar el drama humano de quienes permanecen en el interior. Antes de que llegue la crisis alimentaria, el 69% ya carece de medios para una subsistencia digna.
La Administración rechaza la ayuda internacional para preservar su aislamiento, pese a la sombra de la hambruna. El abanderado nacional en las últimas Olimpiadas solicitó asilo en Gran Bretaña y, hace un par de semanas, la selección de fútbol hizo lo propio en Botswana. Quizás el testimonio de los exiliados y la solidaridad internacional sean capaces de que la justicia aflore en uno de los países donde la falacia y el terror rigen desde hace más de dos décadas.
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