Terrorismo islamista. El factor moderación

Jesús Prieto Mendaza

Miércoles, 7 de junio 2017, 01:21

El terrorismo islamista se ha cebado con Reino Unido. En poco más de dos meses se han cometido los ataques del Puente de Westminster, la ... matanza del Manchester Arena y la acción sangrienta entre el puente de Londres y Borough Market. En total 42 asesinados y más de 134 heridos graves. El primer atacante, Khalid Masood, era ciudadano británico, Salman Abedi, el suicida de Manchester de origen libio, había sido acogido por la hospitalidad británica y según los últimos indicios estas mismas características se cumplen en Khuram Shazad Butt, en Rachid Reduane y en Youssef Zagbha. Es evidente que el Estado Islámico ha intentado castigar a uno de los países que integra las fuerzas de la coalición cristiana («ejército cruzado», en su demencial jerga) que ha mermado su influencia y poder tanto en Siria como en Irak; y una vez más se utiliza para ello a kamikazes insertos en las sociedades a atacar. Si esto es así, se podría esperar que los ataques pudieran reproducirse en otros países de una Europa que ya ha conocido los zarpazos de este terrorismo, y que intenta blindarse ante él. Sin que cunda el pánico, es necesario ser realistas y reconocer que es relativamente fácil fortificar un país ante un enemigo exterior, pero es mucho más difícil hacerlo frente a un enemigo interior, invisible, imprevisible y sigiloso.

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En esta situación, poco podrá hacer Europa si no entiende que la lucha contra lo que muchos denominamos «fascismo islamista» ha de tener en cuenta el componente global del fenómeno pero también el local, por decirlo de otra forma un aspecto macro y otro micro de esta forma de terrorismo, y en ambos es fundamental conseguir la colaboración del islam moderado y en concreto (sin desdeñar a chiíes u otras ramas) del islam sunní. Sin ser un fenómeno nuevo, recordemos el Nasserismo o el Baazismo, el nuevo concepto del islam político se desarrolla como un panarabismo renovado en el que se recupera un fuerte nacionalismo que pretende unir a todos los musulmanes de la umma. Como todo nacionalismo, participa de unas características invariables: reivindicación de un pasado primigenio, un enemigo exterior causante de sus males, reivindicación territorial y de anexión de territorios, identificación con una lengua, construcción identitaria, recuperación de una simbología común, etc... Y esos factores son transversalizados por el catalizador del integrismo religioso. De raíz sunní, fueron las escuelas wahabi y salafista desde las que surgen las primeras interpretaciones rigoristas del islam político como los Hermanos Musulmanes, el Movimiento Tabligh o el primer Movimiento Talibán. Sus desviaciones más radicales, por desgracia, son franquicias tan terribles como Al Qaeda, ISIS, Daesh, Boko Haram, Grupo Salafista Predicación y Combate o la asiática Jemaa Islamiya.

La complicidad del Islam moderado ha de lograrse en Oriente Medio para combatir y vencer, cuanto antes y de forma imperiosa, a los yihadistas que combaten en Mosul, al norte de Alepo o Palmira y anulando las estructuras de su autodenominado Estado Islámico. Si bien pocas alternativas reales observo a esta propuesta global, insisto en que ha de ser complementada con la visión local, que no es otra que buscar la complicidad, o solicitar la ayuda y solidaridad, de los líderes religiosos moderados de Europa, con objeto de combatir, desde la escuela, las atractivas propuestas con las que el islamismo radical está seduciendo, envenenando y reclutando a jóvenes europeos vulnerables, a los que el señuelo de la revolución islámica, del paraíso y del reconocimiento como mártires se les antoja una misión no exenta de épica y una cierta erótica de la violencia. En nuestro país, también, es necesario estrechar las relaciones con organizaciones islámicas moderadas de España como Cie, Ucide, Feeri No es labor fácil, pues como se ha comprobado en situaciones similares de terror (el vasco puede presentar ciertas similitudes) el islam moderado también puede sucumbir a dos potentes fuerzas: La primera es el miedo; a enfrentarse a quien porta las pistolas, a quien representa un fuerte poder fáctico, sucumbiendo así ante el efecto que el terrorismo busca: anular la ciudadanía en la sociedad a la que pretende salvar. En gran medida el poder del yihadismo internacional reside en la gestión, real y virtual, de ese miedo entre los creyentes moderados. La segunda (y también se ha dado en el caso de Euskadi) estriba en considerar a los guerreros de Alláh como musulmanes equivocados, jóvenes perdidos cuyas acciones se condenan, pero al fin y al cabo musulmanes, hijos de familias conocidas, miembros de la misma comunidad y por tanto no sujetos de denuncia ante las autoridades. Condenar sus actos sí, pero pasar a combatirlos de forma activa, denunciar a un sospechoso, etc se podría observar como una traición al grupo.

El panorama no se presenta sencillo, y a la incomprensión por una cierta pasividad policial con respecto a los indicios alarmantes presentados por algunos de estos asesinos se unen otras muchas complicaciones. Así la policía y los servicios de inteligencia deberán enfrentarse en otros casos con una cierta tradición cultural que, si bien se ha magnificado, no puede ser desdeñada y que se conoce como taqiyya, es decir enmascarar u ocultar la fe del islam para no ser descubierto por los infieles. De esta forma se hace muy complejo creer a un informante o a un detenido como posible sospechoso, pero aún más a vecinos o familiares, de los que siempre se sospechará de la sinceridad de sus testimonios.

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La Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas se ha manifestado en innumerables ocasiones contra el terrorismo islamista; en Euskadi se ha constituido EBI, Euskal Bilgune Islamiarra, para abordar temas como la integración. Son dos ejemplos. Sin la ayuda de entidades como éstas no podremos luchar con eficacia contra este nuevo fenómeno del terrorismo global que ataca de forma local. El factor moderación es clave, y por eso les necesitamos.

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