Garissa, Yarmuk, Nínive..., un holocausto por entregas
El odio sectario suma decenas de miles de muertos y millones de desplazados mientras Occidente mira para otro lado
Pedro Ontoso
Miércoles, 15 de abril 2015, 00:19
Asia y África se desangran mientras los países de Occidente continúan con su rutina.El odio sectario, en sus manifestaciones más crueles, suma decenas de miles de muertos y millones de desplazados y refugiados. La minoría cristiana acumula cadáveres, pero las víctimas musulmanas destacan en la dramática cuenta de resultados del Estado Islámico y su hijuelas domésticas. ¿No hay fuerzas de interposición para acabar con el genocidio? ¿No hay contingentes militares para abrir corredores humanitarios? ¿No hay dinero para atender a los miserables que se hacinan en los campos de refugiados? ¿Cuántos Sarajevos necesitamos? ¿Cuántas Srebrenicas para espabilar de este aturdimiento colectivo? Sus nombres suponen una vergüenza para la Humanidad.
Los escenarios se superponen. Pasamos de Alepo a Homs y de Mosul a Tikrit. De Nigeria a Yemen. De Mali a Somalia. De Sudán del sur a la República Centroafricana. De Al Qaida al Estado Islámico. De Boko Haram a Al Sabah.Y cada episodio deja pequeño al anterior en atrocidad y violencia sádica. En Siria se habla de más de 200.000 muertos, de ellos 10.000 niños; y 10 millones de desplazados. Unicef necesita 900 millones de dólares para atender a los refugiados este año y solo ha recaudado el 14% de ese presupuesto. Mientras, malviven sin agua, comida y las mínimas condiciones de higiene. En África pasan de cinco millones los desplazados por la violencia, sin contar los que son empujados por las catástrofes naturales. Es como un holocausto por entregas, que se produce ante el desinterés y la indiferencia de la comunidad internacional.
Los pueblos y las aldeas son arrasadas. Se destruyen infraestructuras. Se queman las cosechas. Las agresiones sexuales a mujeres y niñas son constantes. Lo mismo que las ejecuciones extrajudiciales y las torturas. No existe el mínimo respeto a los derechos humanos. En la universidad de Garissa, en Kenia, los terroristas decapitaron a los estudiantes que no fueron capaces de recitar versos del Corán.¡Ninguna religión ampara el asesinato! Adnan Ibrahim y Mohamed Bajrafil, profesores e imanes, y Felix Marquardt, cofundador del Global Forum for Islamic Reform, defendían en un artículo reciente que "en lugar de prestar atención a los ideales originales y universales de nuestra religión la misericordia, la libertad y la justicia, nos hemos aficionado al victimismo y las teorías de la conspiración y nos hemos enfrascado en discusiones sobre los medios (y el atuendo) apropiados para alcanzar esos ideales. Nuestra decadencia se debe precisamente a esta confusión que muchos de nosotros tienen entre los fines y los medios del islam, a nuestra incapacidad colectiva de mantener la convergencia inicial entre la fe y la moral, que constituye la base genuina de una conciencia saludable: la espiritualidad. La religión, sin ese espíritu ético y moral, no significa nada. Y si no significa nada, no tiene sentido", escribían.
Matar por razones éticas
Tampoco debería hacerlo ninguna patria. Y en Ucrania, un territorio estratégico para Europa y para Moscú, se mata por razones éticas y por ampliar las fronteras. Y se derriba un avión de pasajeros sin que el Derecho internacional pestañee. Menudas tragaderas las de Occidente.
Los palestinos mueren en Yarmuk bajo las bombas de la coalición suní y los pelotones islamistas como los vienen haciendo en decenas de campos o como la hacen en Gaza, esa cárcel a cielo abierto donde se sigue bombardeando sobre los escombros de los escombros. Los yazidíes son perseguidos por el Estado Islámico en el norte de Irak cuando se cumplen cien años del genocidio de los armenios a manos del movimiento de Jóvenes Turcos y el Gobierno de Ankara todavía se resiste a reconocer aquella carnicería colectiva. Los cristianos huyen de la antigua Mesopotamia, cien años después de las masacres y deportaciones del Shato du-Sayfo (El Año de la espada), el genocidio asirio por el Imperio Otomano, cuando la Iglesia caldea perdió dos tercios de sus fieles. En 2015 seguimos bajo el signo de la espada.