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Vista de la pista del portaaviones desde el puente de mando. Ignacio Pérez

«Podemos estar hasta cinco días sin vernos por el barco»

EL CORREO embarca en el mayor buque de la Armada, el 'Juan Carlos I', que ha atracado este viernes por la mañana en Getxo y que este sábado podrá ser visitado por el público

Viernes, 22 de marzo 2019

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«No nos vemos. Podemos estar cinco o seis días sin cruzarnos por el barco». Los 400 tripulantes del portaaviones 'Juan Carlos I' distribuyen su tiempo en «vigilancias». Cubren guardias de seis horas al pie del cañón, con otras seis que emplean para ducharse, comer o dormir. O de tres horas, que se alargan a cuatro por la noche. Cuando se topan en el puente de mando, suelen bromear. «¡Hombre, has venido a navegar!», relata el teniente Sergio Amaya. Precisamente, en la sala donde se decide el rumbo del buque, cuelga un cartel en el que se lee: «El que no sepa rezar que vaya por esos mares y verá qué pronto lo aprende sin enseñárselo nadie». Igual por eso, en el hangar de carga ligera, al pie de una Virgen del Carmen, patrona de los marineros, hay una pequeña capilla.

Un completo recorrido por el barco puede llevar dos horas. «Bienvenido al Juan Carlos I, buque insignia de la Armada española. Les recuerdo que esto es un barco, que tiene escalas y objetos por el suelo en los que podemos tropezar o resbalar. Les recomiendo que se agarren con las dos manos para evitar accidentes». Así recibe el teniente de navío, Carlos Riezu, madrileño de 31 años, oficial de operaciones y comunicaciones, a los 46 periodistas para una visita guiada al portaaviones más grande del Ejército español, que ha atracado en el puerto de cruceros de Getxo en su descanso de las maniobras que realiza «en la cara Norte de España». «Abrimos las puertas porque queremos que la sociedad nos conozca. Estamos al servicio de todos», explica el teniente, que luce uniforme azul marino con camisa blanca y detalles dorados.

Solo catorce países en el mundo forman el selecto club de poseedores de un portaaeronaves, con EE UU a la cabeza, que acumula 19 de estos gigantes del mar, algunos de ellos con capacidad para 9.000 personas. El Juan Carlos I es un poco más modesto, aunque sus cifras siguen siendo mareantes. Con 232 metros de eslora, puede desplazar 27.000 toneladas y mide 57 metros de alto hasta el puntal. En caso de necesidad podría dar cama a 1.400 personas, pero su plantilla actual la forman 400 tripulantes, cerca de un 20% de ellos mujeres. Aunque podría cargar con 30 aeronaves, ahora transporta un helicóptero y cinco cazas 'Harrier', de los que pueden despegar en vertical, aunque esta maniobra solo se utiliza para aterrizar porque «consume una gran cantidad de combustible y eso obligaría a que la misión en el aire fuera muy corta». Así, recorren cien pies antes de tomar una rampa que les permite volar «en corrido».

Nada más subir la escalinata hasta la cubierta, el visitante se encuentra con el hangar de carga ligera, donde se almacenan las aeronaves de menos de 20 toneladas. Debajo se encuentra el de carga pesada, donde impresiona ver carros de combate y vehículos anfibios con capacidad para 18 soldados. «Dentro tenemos que llevar cascos porque el ruido es tremendo», explica la oficial al mando. Una Virgen del Carmen, patrona de los marineros, preside la primera estancia. De repente, por megafonía se anuncia la llegada a bordo del comandante, el capitán de navío, al que no se le puede ver porque «está muy ocupado».

Galería. El portaaviones transporta también vehículos de combate.

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Galería. El portaaviones transporta también vehículos de combate. Ignacio Pérez

Zarparon el pasado lunes de Rota, en Cádiz, donde se encuentra su base, para realizar el «ejercicio sirio, para adiestramiento de las unidades en la defensa del territorio nacional, proyectando desde el mar la fuerza aérea», explica el joven teniente, que lleva año y medio en el Juan Carlos I y confiesa que «los dos primeros meses me perdía continuamente», debido a lo laberíntico del interior. «Tenemos un truco, las escalas impares están a estribor y las pares, a babor», confía.

Es la primera vez que el Juan Carlos I visita el País Vasco, aunque el buque escuela de la Armada 'Elcano' ya recaló por estos puertos en 2011, con gran éxito de público, «y volverá este año», en julio. El portaaviones, con ocho años de vida, ya que fue entregado al Ejército en septiembre de 2010, aunque botado dos años antes, batió su récord de visitas en Motril, con 15.000 personas. «Lo normal es que vengan a vernos 3.000 o 4.000 personas en cada puerto».

Un hospital a bordo

Además de buque anfibio, con un dique inundable para lanchas de desembarque, también puede usarse para trasladar material, tiene 4.500 kilos de capacidad de carga, y para ayuda humanitaria. Dispone de un hospital de 500 metros cuadrados a bordo, «el mayor embarcado de la Armada», con una treintena de camas, dos quirófanos y hasta una Unidad de Cuidados Intensivos. Aunque puede disponer de especialistas en ginecología, pediatría, anestesistas o intensivistas, entre otros, ahora cuenta solo con un médico, tres enfermeros y un dentista con su gabinete odontológico. «Los pilotos son un recurso crítico y una dolencia dental podría dejarles inoperativos 24 horas. Están sometidos a presiones muy altas. Cualquier problema leve en una persona normal, en su caso puede ser grave, podría llegar a estallarles una encía», explica de forma gráfica el teniente enfermero Jorge Ballesteros García, de 26 años, cuyo uniforme es verde caqui. También se encarga de que nunca falte biodramina, «sobre todo para los recién embarcados», explica con gracia el teniente Sergio Amaia. Y eso que la marejada o mar gruesa apenas se nota.

Camas del hospital del portaaviones. Ignacio Pérez

«Nunca se ha hecho una intervención quirúrgica a bordo, solo simulaciones, pero nos adiestramos constantemente para ello», explica Ballesteros. El hospital se ubica en la popa, «la zona más protegida para que las vibraciones no afecten tanto a los pacientes y para facilitar una posible evacuación». Sí se han realizado evacuaciones para traslado a un hospital generalista, bien de algún tripulante, naúfrago o de marineros de un barco civil con el que se encuentren. Todas las camas están ancladas al suelo, lo mismo que las aeronaves. «Cualquier cosa que no esté trincada se puede convertir en un proyectil».

Su primera y de momento única misión internacional la llevó a cabo en mayo de 2018, con el transporte de medios del Ejército de tierra a Irak, además de tres helicópteros 'Chinook' y dos 'Cougar'. «Tardamos 24 días en llegar a Kuwait sin parar». «La despensa es abismal, con grandes cámaras frigoríficas», que les permite almacenar alimentos que preparan cada día una decena de cocineros. «Se come fenomenal», aprueba Riezu.

El portaaviones debe navegar siempre escoltado, generalmente por una fragata, la Cristobal Colón, aunque a Getxo, por tratarse de un tiempo de descanso, ha llegado sin acompañamiento. La tripulación tiene previsto pisar tierra «y disfrutar de la ciudad todo lo que podamos», advierte con una amplia sonrisa el teniente Riezu.

En el puente de mando, «el marinero encargado de la caña, a las órdenes del oficial, marca el rumbo y la velocidad» del buque. La «propulsión eléctrica», algo así como «un coche híbrido», compara el teniente Amaya, le permite pese a su gran magnitud una «maniobrabilidad de 360 grados», incomparable a otros barcos, a la hora, por ejemplo, de entrar en un puerto. Y la «zona más crítica» del portaaviones se sitúa «en el primario de vuelo, como la torre de control de un aeropuerto, donde se da entrada y salida a las aeronaves». Un cartel advierte de que es importante guardar silencio. «Tenga la boca cerrada». «Cualquier fallo aquí puede hacer que un avión caiga al agua». Zarpará de nuevo el domingo después de comer con destino a un nuevo puerto.

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