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Eva Bilbao, de Biziraun, durante el acto celebrado en el centro cívico La Bolsa. Fernando Gómez
«Hablar del suicidio puede evitar más muertes»

«Hablar del suicidio puede evitar más muertes»

Familiares afectados han recordado a sus seres queridos en un encuentro celebrado con motivo del Día internacional de los supervivientes a la pérdida por muerte voluntaria

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Sábado, 16 de noviembre 2019, 19:57

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Hay una vida antes del suicidio y una vida después. La segunda suele ser muy dura, lastrada por el silencio, el tabú, el desconocimiento y la incomprensión de la sociedad. La privación voluntaria de la vida, que es como los especialistas denominan a la muerte autoinfligida, se da con una frecuencia alarmante. En Euskadi se produce un suicidio cada dos días. Sin embargo, se tiende a pensar que es un problema raro, poco frecuente. Se trata de un prejuicio que los supervivientes conocen bien, porque contribuye a aumentar su soledad. Se conoce así, como 'supervivientes', a las personas afectadas por el suicidio de un allegado. Este sábado ha sido su Día internacional. Lo ha conmemorado en Bilbao la asociación Biziraun con un encuentro público en el centro cívico La Bolsa al que ha asistido una treintena de personas para recordar a sus seres queridos que un día decidieron abandonar la vida.

Los expertos han estimado que por cada persona que se suicida «hay un promedio de seis supervivientes, afectados directos», explicaba Eva Bilbao, impulsora junto a su marido, Agustín Erkizia, de Biziraun, entidad de apoyo a quienes han sufrido un suicidio cercano. Ambos perdieron a su hijo Joseba, que se fue con 17 años.

Aunque en Euskadi son muy recientes, los encuentros como el de este sábado «nacieron hace 20 años», detalla Eva. Los creó un senador estadounidense cuyo padre se quitó la vida. Se trata de actos íntimos de apoyo mutuo, «no son charlas, ni nada por el estilo». Los asistentes que han querido han encendido una vela por sus seres queridos o han traído fotos. Algunas eran retratos enmarcados, otras instantáneas de cuadrilla o imágenes informales, que han conformado un pequeño memorial sobre una pizarra. En un ambiente de recogimiento, calidez y cariño, Iñigo Recalde ha interpretado tres piezas musicales con su flauta travesera y se han leído poemas, mensajes y cartas. En el momento más emotivo, los asistentes han recordado a quienes se fueron, mencionando sus nombres: Joseba, Marcos, Naroa, Itziar, Marcela...

«Es bueno nombrar a nuestros allegados, en nuestro caso a Joseba. Hay que dignificar sus vidas y también hay que dignificar sus muertes», explica Agustín Erkizia, vicerrector del campus de Gipuzkoa de la UPV/EHU. Cualquier deceso inesperado causa un gran sufrimiento al entorno de quien fallece. «Pero quienes pasamos por esta situación, un suicidio en la familia, sentimos un dolor añadido, porque deja de mencionarse a nuestro ser querido». El tabú que rodea todavía a la privación voluntaria de la vida hace que se deje de nombrar a quien escogió esa salida, «o no se hable de él, o se desvíe la conversación cuando aparece su nombre».

El valor de un abrazo

La gente no sabe cómo dirigirse a la familia. «Observas un progresivo alejamiento en personas que han sido muy cercanas a ti», dice Erkizia. Y no es por mala intención. A veces la gente no se acerca por delicadeza, por no hacer más daño, pero lo que en realidad consigue es alimentar «el desamparo y la soledad». Jesús, el marido de Cristina Blanco, profesora de la UPV/EHU, puso fin a su vida en agosto de 2012. «Yo me sentí abandonada. Sola. Sin nadie con quién hablar», recuerda ella. «Yo no oculté lo que había pasado, lo dije en mi entorno. Pero el problema e que la gente trata de no hablar de ello por no hacerte daño. Y al final llegas a sentir una soledad tal que se puede cortar con tijeras».

«Nadie nos ha enseñado a trabajar con el dolor en general y con este en particular. Cuando se habla del suicidio la gente se queda muda porque no sabe qué decir. Y no es por una cuestión de desinterés», añade. De ahí la importancia de actos como el de este sábado y «de dar visibilidad a este problema, que es gravísimo». Como apunta Erkizia, «hablar del suicidio puede evitar muertes».

En el encuentro, Marisa Urkiola ha leído un mensaje que compartió con su entorno tras la muerte de su hijo, Joseba, de 27 años, el pasado 28 de febrero. Habla de la creatividad, vitalidad e idealismo del joven. El duelo «es muy difícil, durísimo. Tengo tal dolor en el alma, tan intenso que a veces creo que me voy volver loca», detalla después. «Sabes que tienes que seguir adelante. Yo hago una vida normal, pero al final esto es como un enorme nubarrón que te absorbe». También ha sufrido el silencio de los demás. «Yo le diría a la gente que se acerque a quien le ha pasado esto. Un simple abrazo te puede dar la vida», añade.

«Yo suelo correr, que es algo que me está ayudando mucho, porque me hace sentir viva correr por el monte», explica Marisa, que vive en Gorliz. «Hago un circuito por el monte, en el que siempre me encontraba con un ciclista. Llevábamos como dos años saludándonos cada vez que nos cruzábamos. Sin conocernos. Cuando mi hijo murió dejé de correr un tiempo». Fueron dos o tres meses de ausencia. «Al volver, el otro día, coincidí con él. Y me paró. Me preguntó si me había pasado algo». Se había fijado en su falta y se había preocupado. «Le miré a los ojos y le dije lo que me había pasado. Se estremeció, se bajó de la bici y me abrazó. Ese abrazo me llegó al alma, más que cualquier palabra. Ahora somos amigos. Así nos puede ayudar quien quiera hacerlo», concluye Marisa. Con ella coincide Erkizia: «La gente puede hacer mucho con el simple apoyo de mostrarte que está contigo. No hay que decir nada, ni dar consejos. Estar, escuchar y preguntar lo que necesitamos».

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