Manolo Blahník, en la presentación de su libro en la 080 de Barcelona.

Y en estas llegó Manolo

Blahník, el zapatero más famoso del mundo, desata la locura en Barcelona y la Generalitat le nombra nuevo embajador de Cataluña

Luis Gómez

Viernes, 5 de febrero 2016, 19:30

Es de los pocos hombres del mundo de la moda cuya presencia impone. También de los pocos diseñadores cuyo solo nombre encierra una verdadera declaración de intenciones. Del mismo modo que existe el rojo Valentino y el azul Klein, existen los 'manolos', que parece el nombre de «un bar de toreros retirados», bromeó. Unos zapatos que a Madonna, por ejemplo, le provocan mayor placer que el mismo sexo. Ayer, el hombre que calza los sueños (y pies) de miles de mujeres fue la estrella de la 080 Barcelona Fashion. El célebre zapatero canario (Santa Cruz de la Palma, 1942) presentó su libro 'Manolo Blahník: Fleeting Gestures and Obsessions (gestos fugaces y obsesiones)'. Es innegable que, pese a su edad, su impacto mediático es cada vez mayor. Las más jóvenes enloquecieron con este artista que hace brillar a las mujeres con un buen par de tacones. Muchas se descalzaron y le confiaron sus modelos para que les firmara en las suelas.

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El realizador Michael Roberts prepara un documental sobre su figura. Se llamará, cómo no, 'Manolo (The boy who made shoes for lizards)' y recogerá impresiones de estrellas del entretenimiento y la moda como Anna Wintour, Andre Leon Talley, Rihanna, Paloma Picasso, Iman o Naomi Campbell. Ayer, no necesitó que hablaran ni escribieran otros por él. Lo hizo solito y lo dijo muy claro. Sorprendió. Siempre ha manifestado su alergia a las cámaras, pero el diseñador de zapatos más famoso del mundo es el contrapunto a tantos creadores de nuevo cuño con las ínfulas muy por encima de su talento. Manolo sigue emocionándose como un niño y rehuyendo los focos.

La Generalitat le nombró embajador cultural y artístico en la última jornada de su semana de la moda, en el marco de una 080 Fashion Barcelona, donde desató la locura. Vestido como un dandy de otra época -pocas veces aparece sin su sempiterna pajarita-, lució un traje de más de 20 años a juego con calcetines de rayas. «No sigo las pasarelas, son monótonas y la repetición me fatiga», censuró. Tampoco entiende la fiebre de las zapatillas deportivas. «Son una porqueria y una estupidez». Y sí. Tiene, como todos, sus gestos efímeros y obsesiones. En solo dos minutos, confesó, es capaz de saber qué personas le pueden marcar para siempre y anda obsesionado con el cine español. Espera siempre el estreno de «la última de Almodóvar». Pero lo que realmente le apasiona es el cine mudo. No le interesa nada, o muy poco, el contemporáneo, excepto el del manchego Pedro. Sigue pasándose muchas noches en vela en Londres visionando filmes mudos o los que representaron la transición al sonoro, aunque es 'El gatopardo' el largometraje que le obnubila. La ha visto más de 50 veces.

Nunca pensó que fuera a triunfar y menos que llegara a ser zapatero. «No tenía ni idea de que iba a acabar haciendo extremidades», ironizó, mientras se ajustaba la manga de su ancho terno malva. Ahora sus colecciones se han convertido en objeto de culto. Se la habría jugado por el cine y el teatro, pero exigen «mucha histeria y son manifestaciones artísticas en las que no hay manera de hacer las cosas con calma». No casan para nada con su carácter, «muy paciente», aunque convierte cada proceso de creación en una «tortura» por su naturaleza «a vomitar ideas».

Durante la conversación pública que mantuvo ante más de 650 personas, entre periodistas, fashionistas y empresarios de moda, con el experto en protocolo e íntimo amigo Carlos García Calvo, reconoció que se tiene que «controlar» cada vez que idea una nueva colección. Zapatos que esperan y desean mujeres como Maribel Verdú -«la adoro»-, la «bellísima» Paz Vega, la «fantástica» Aitana Sánchez Gijón o su musa Angela Molina. Aunque no hay mujer que le arrebate más, con permiso de su difunta y admirada madre, que la gran Concha Píquer. Y en estas Manolo se puso coplero y entonó ante la asombrada concurrencia: 'Ojos verdes, verdes como l'arbahaca, verdes como er trigo verde, y el verde, verde limón'. Un maestro.

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Tras el cántico insistió en que las mujeres nunca se deberían haber subido a las plataformas. «Es anticuado, como un circo. Me recuerdan a los tiempos horribles de los años 40». Sin llegar a ponerse nostálgico, Blahník rindió su admiración a Yves Saint Laurent y desveló sus contradicciones al mostrarse «escéptico» con las redes sociales, pero contar con más de millón y medio de seguidores en Instagram. Creador de culto, nunca se atrevería a dar clases. «No me gusta enseñar», atajó un creador que fácilmente se va por las ramas y cambia de tercio sin venir a cuento. «Hasta los años ochenta hubo unos códigos de comportamiento que se han perdido y explican por qué la gente viste ahora de otra manera». Él lo hace a la manera de su admirado Givenchy, pero por principios, no por aferrarse al pasado. «Soy un poco maleable y también me adapto», dijo tras identificar la arquitectura como «mi segunda naturaleza» y evocar a su madre. De niño, antes de acostarle, les relataba a él y a su hermana unos cuentos «tontitos». Su hermana se dormía rápidamente pero Manolo «seguía escuchando». Vivía tal «encantamiento» que con el tiempo fue el zapatero quien acabó contando cuentos «antes de desaparecer» a su madre, una mujer «poseída por la poesía» de Lorca y Machado. «La echo de menos. Antes de morir la leía yo. Me decía: '¡Qué estupendo!' Mi inclinación a leer es un peaje de mi madre», concluyó antes de levantar de sus asientos a todos los presentes en la Lonja del Mar, sin olvidar que le gustaría ser recordado como una persona que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana y, sobre todo, que es feliz. En esas anda con sus zapatos.

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