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arantza furundarena
Domingo, 28 de agosto 2016, 02:16
Cuando Harald de Noruega manifestó su amor por la costurera plebeya Sonia Haraldsen muy pocos pensaron que aquel matrimonio sería sólido y duradero. Pero Harald y Sonia cumplen hoy domingo 48 años de casados. Están rozando sus bodas de oro. Cuando Haakon, el hijo de Harald y Sonia, se empeñó en casarse con una madre soltera de «pasado salvaje» (como ella lo describió) llamada Mette Marit Tjessem algunos noruegos creyeron que su monarquía se estaba suicidando... Pero Haakon y Mette Marit acaban de celebrar quince años de casados, han tenido dos hijos, siguen juntos. Y lo más llamativo de todo: la monarquía noruega no solo no se ha ido a pique sino que se ha reforzado.
Los noruegos llevan tiempo analizando con lupa cada gesto y ademán de su princesa rubia platino. Si está feliz, si sonríe más o menos que antes (parece que bastante menos), si se muestra más o menos cariñosa con su marido (también lo segundo). El propósito es adivinar hasta qué punto la convivencia ha ido horadando a lo largo de tres lustros la relación de esta pareja antaño tan romántica y unida. Incluso empezó a rumorearse que atravesaban una crisis... Hasta que el pasado junio Mette Marit decidió besar a Haakon en un gesto espontáneo pero público, al final de un acto literario, y aquello tuvo un efecto mágico comparable al del beso de la rana. La opinión pública entendió que la pareja aún se quiere.
La reciente falta de entusiasmo de Mette Marit, además de su ausencia en ciertos actos oficiales e incluso lo desaliñada que va (fue elegida la royal peor vestida en 2014) podría tener una explicación ajena a su relación conyugal. A sus 43 años recién cumplidos (es solo un mes más joven que su marido), la corpulenta princesa padece una hernia discal que la tortura y le impide llevar tacones. Bien es verdad que con su 1,82 de estatura tampoco los necesita, pero el tacón estiliza y resulta un complemento imprescindible para los vestidos de noche.
De 'tronista' a madrina gay
Acostumbrada a las críticas, la principal ocupación de Mette Marit a lo largo de estos tres lustros como princesa ha sido intentar caerles bien a sus súbditos. Lo ha conseguido. Pero no lo tuvo fácil. Hay que entender que cuando enamoró a Haakon (en un festival de rock) y se coló en la vida de la familia real noruega, Mette Marit era una especie de tronista que había participado en un reality televisivo para encontrar novio, tenía un hijo cuyo padre cumplía condena en la cárcel por tráfico de drogas y era adicta a la fiesta y el desmadre.
Quince años después de aquella solemne boda en la catedral de Oslo, Mette Marit es una princesa creíble, madre, además, de la futura heredera Ingrid y de otro niño llamado Sverre, e involucrada en causas como el cambio climático, la lucha contra el sida y el apoyo al colectivo homosexual. Ha teorizado sobre Cómo salir del armario, ha apoyado el matrimonio gay e incluso utilizó su pasaporte diplomático para viajar a la India y recoger a unos bebés mellizos nacidos de un vientre de alquiler para hacer un favor a una pareja de amigos.
Los escándalos de su errático padre, que llegó a casarse con una bailarina de striptease están olvidados. Y su hijo de soltera, Marius Borg, arrasa a sus 19 años como el gran sex symbol de la juventud noruega. Además se lleva muy bien con Haakon. Si ese último beso público no miente, la única preocupación de los noruegos ahora mismo con respecto a su monarquía debería ser la posible abdicación de Harald, que en febrero cumplirá 80 años. Mette Marit, aquella chica que irrumpió como un tsunami en el país de los tranquilos fiordos, se convertirá entonces en reina de Noruega. Y a estas alturas ya nadie lo pondrá en entredicho.
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