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Garbiñe Muguruza posa junto a una pelota de tenis.
La dulce asesina

La dulce asesina

Garbiñe Muguruza es ya una estrella del tenis mundial, pero es su condición humana la que la convierte en una jugadora letal en la pista y adictiva en las redes, donde es capaz de conquistar incluso a quienes no siguen el deporte de la raqueta

Iñigo Crespo

Martes, 7 de junio 2016, 08:33

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Garbiñe Muguruza ejerce un poder hipnótico que atrapa a quienes la acaban de conocer y que cautiva a sus seguidores habituales. La tenista de origen vasco, recién proclamada campeona de Roland Garros al superar a Serena Williams, tiene la virtud de mostrarse como una estrella humana y de sonrisa imperturbable. Se hace ubicua gracias a sus cuentas en las diferentes redes sociales, que alimenta sin parar, y destierra la vergüenza con sus ya famosos bailes y sus mensajes en pleno baño de agua helada.

La hispano-venezolana, que ya ha conquistado su primer grande con sólo 22 años, conecta Venezuela con Euskadi y el resto de España gracias a sus raíces y una brillante capacidad conciliadora. A Garbiñe la adoran en Caracas, donde se crio, en Barcelona, donde se forjó como tenista profesional, y en el País Vasco, un territorio con el que mantiene un estrecho vínculo emocional gracias a su padre, eibarrés. La número dos mundial, de hecho, siente que su origen se encuentra en cada uno de esos lugares, y sonríe sin matices cuando se dirigen a ella como venezolana, española o vasca.

En la final de Roland Garros contra Serena Williams, Muguruza ofreció su versión definitiva y su tenis más letal. A la jugadora de origen vasco nunca le ha temblado la mano contra las grandes. Desconoce el vértigo. Quizás por eso la número 1 del mundo confesó sentirse «muy impresionada» la primera vez que sus caminos se cruzaron en el Open de Australia de 2013, a pesar de que la estadounidense despachó a la hispano-venezolana sin contemplaciones. Desde su salto al tenis profesional, las jugadoras más hábiles sufrían con sus diabólicos golpes al fondo de la pista, en especial sobre el cemento.

Sólo cuando comenzó a convertirse en una aspirante real para conquistar algunos torneos surgieron algunas lagunas en su mente. En ocasiones se dejaba llevar durante un set, que resultaba decisivo para definir el encuentro. Intercalaba sus derechas más demoledoras con errores inexplicables. Hoy, sin embargo, Garbiñe tiene granito sobre el cuello. En los momentos de mayor tensión del pasado sábado, cuando Williams trataba de llevarse la batalla mental con sus gritos de rabia en la recta final del segundo set, Muguruza mantenía la compostura. Miraba con frialdad su cordaje y su muñeca. Se concentraba en un punto fijo para evitar que los nervios y la presión ambiental se transformaran en un volcán en erupción.

Esa fue una de las grandes razones de su cambio de entrenador. La flamante reina de París consideró que había tocado techo con Alejo Mancisidor, con quien finalizó su relación de manera abrupta en agosto del pasado año. «Las diferencias eran muchas y mis valores no me permitían creer y seguir en ello. En 2010 llamó a mi puerta una niña con muchas ganas de aprender y mejorar un tenis que ya llevaba en su ADN, por aquel entonces 300 del mundo, y hay veces que los grandes éxitos hacen grandes a las personas pero acaban por destruir relaciones», lanzó quien fuera técnico de Muguruza.

Pero la 'nueva Garbiñe', como ella misma se autodenomina, ha irrumpido de forma definitiva en la primera línea del tenis mundial. Tras las finales de Wimbledon del pasado verano y el triunfo sobre Serena Williams el pasado sábado en París, Muguruza se ha convertido en una aspirante real a arrebatarle el trono del deporte de la raqueta, con lo que ella apenas se atrevía a fantasear hace sólo unos años, cuando miraba a la estadounidense con profunda admiración.

La conexión entre la hispano-venezolana y su entrenador, Sam Sumyk, es hoy total, y parecen haber dejado atrás los rifirrafes que protagonizaron de forma esporádica en pleno partido. Se entendían con la mirada sobre la arcilla de la capital francesa, donde Muguruza sólo perdió un set en su primera eliminatoria y sacó el rodillo para llevarse la mayor distinción de la superficie. La número 2 del mundo mira ahora con ambición el torneo de Wimbledon y, sobre todo, los Juegos de Río, donde buscará su primera medalla olímpica y disputar el dobles mixto con Rafa Nadal. La explosión de Garbiñe no tiene vuelta atrás.

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