«La gente cree que te escaqueas de la cuarentena, pero la bici es lo más seguro»
EL CORREO acompaña a dos trabajadores que se desplazan a pedales a su puesto, en mitad de controles policiales y miradas desde el balcón
Al inicio de la cuarentena todo el mundo dio por hecho que no se podía utilizar la bicicleta. Bajo ningún concepto. Las fuerzas de ... seguridad sellaron, por ejemplo, los accesos al bidegorri que une Barakaldo y La Arena. En la primera semana hubo multas en algunos puntos de España a personas que se desplazaban pedaleando, aun cuando el decreto estipulaba que se podía utilizar este medio de locomoción para acudir al trabajo. También se hicieron virales algunos vídeos de policías persiguiendo a ciclistas. Lo cierto es que el pasado viernes, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, afirmó que es «más seguro» ir en bicicleta a la oficina o las fábricas que en transporte público. De esta forma se mitiga el riesgo de contagio del Covid-19. La bicicleta emerge ahora como una alternativa real y eficiente para luchar contra el coronavirus.
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EL CORREO ha acompañado a dos ciclistas en su camino habitual hasta sus puestos de trabajo. Pedalear sigue despertando recelos entre la población que está confinada. En los 50 kilómetros que tuvimos que recorrer por la Margen Izquierda para la realización de este reportaje recibimos algunas miradas recelosas de personas que paseaban perros. También sufrimos algún silbido desde el balcón. Incluso una patrulla de la Ertzaintza nos dio el alto con las luces y las sirenas encendidas. Este es el relato de dos horas de ciclismo en tiempos del coronavirus.
La cita con Gaizka Gómez Prado es en la puerta del taller Alju, en Trapagaran, a las 14.45 de la tarde. Allí es donde trabaja este ingeniero baracaldés. Acaba de terminar su jornada y sale vestido con vaqueros, camisa y un casco en la mano. «Es mi ropa habitual de trabajo», dice. «Pero creo que si vas con culotte y maillot te arriesgas fijo a que te pare la Policía porque vas llamando la atención, pareces más un ciclista deportivo que una persona que acude al trabajo», explica.
Gaizka, que pertenece al Club Baraka Bike, utiliza una bicicleta eléctrica para cubrir los cuatro kilómetros que hay hasta su casa. «Es un paseo de 10 minutos», cuenta. «En primavera y verano suelo venir siempre pedaleando porque es la mejor forma de movilidad, la más económica y sostenible, también la que menos valoramos y la que más tendríamos que fomentar para cambiar esta sociedad».
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Carreteras vacías y más seguras
Gaizka cree que, pese al drama del Covid-19, existe una oportunidad única para la bicicleta. «Es mucho más segura ahora que el transporte público», argumenta. Y, además, insiste en que las carreteras están más descargadas de vehículos que antes por lo que «si alguien tenía miedo, ahora es la hora de probar y acostumbrarse a este medio de locomoción tan maravilloso».
El único reparo es la «injusta» y «distorsionada» imagen que los ciclistas tienen ahora mismo para una sociedad que vive confinada. Algunos familiares de Gaizka le pidieron que no cogiera la bicicleta al principio de la cuarentena. «La verdad es que da reparo montarse por el qué dirán. La gente te mira y piensa que vas en bici para escaquearte del confinamiento y hacer deporte, pero no es así. Es un derecho y, ahora mismo, me parece la opción que entraña menos riesgo».
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El paseo con Gaizka nos lleva hasta Barakaldo. Todo el trayecto es llano y recto. Es el camino más rápido posible, ya que el decreto de estado de alarma establece que no se pueden dar rodeos innecesarios. Hay que ceñirse al recorrido más racional. Nos cruzamos con dos patrullas de la Ertzaintza pero no nos prestan atención. Cumplimos todas las normas de circulación. Nos detenemos en los semáforos, llevamos luces, casco y respetamos la distancia de seguridad entre nosotros... En poco más de diez minutos llegamos a nuestro destino sin mayor novedad, con muy poco tráfico.
Paradas casi a diario
Quien también cumple escrupulosamente todas las normas establecidas es Iker Avellanal. La cita con este apasionado de las dos ruedas es en Muskiz. Pedalearemos unos 15 kilómetros para llegar hasta la acería de Nervacero, donde trabaja en la sección de mantenimiento. Son casi las nueve de la noche. Está anocheciendo. Iker lleva todas las luces obligatorias en su bicicleta y hasta le ha puesto timbre, como estipula la ley (un precepto legal que casi ningún ciclista cumple). Porque a este joven de 37 años le para la Policía «casi a diario». Y no hemos andado ni un kilómetro cuando una patrulla de la Ertzaintza pega volantazo, enciende las luces y las sirenas, y se acerca a nosotros para detenernos.
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Se baja un primer agente y nos pregunta a dónde vamos. Le explicamos la situación. Amablemente toma nuestros datos y nuestros certificados laborales. «No se ven muchos ciclistas por aquí, la verdad es que están cumpliendo ustedes a rajatabla el confinamiento», nos dice. «Está permitido ir al trabajo, pero hay alguna excepción que se aprovecha y tira de picaresca para darse una buena vuelta, así que por eso estamos atentos y paramos a todo el mundo», argumenta. «Además, llamáis mucho la atención con la ropa deportiva que lleváis».
La tentación de ver el mar
Tras hacer las comprobaciones pertinentes, la patrulla nos permite continuar y nos desea una buena noche. Antes de llegar a la playa de La Arena nos desviamos a la derecha para seguir por el bidegorri hacia Portugalete. Está anocheciendo. Dan ganas de acercarse un momento a ver el mar con tantos días de confinamiento en las espaldas. Es una tentación pero la normativa es clara: los desplazamientos tienen que ser racionales. Nada justificaría este pequeño rodeo, así que seguimos nuestra hoja de ruta sin cambios y a buen ritmo porque con el control policial hemos perdido algo de tiempo.
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El bidegorri, el más frecuentado, antiguo y querido de Bizkaia, está desierto. «Algún día me cruzo con un chico que va a trabajar a Petronor, pero con nadie más», cuenta Iker. Nuestra única compañía son los gatos que hay, sobre todo llegando a Gallarta. También representan el único peligro. «Hay que andarse con ojo porque lo que menos queremos ahora es atropellar a uno y acabar en Urgencias», dice Iker. «Aunque la bicicleta es muy segura si la empleas con cabeza, toda precaución es poca en estos momentos. Mira, el otro día me salió un tejón cerca del área de servicio de Kardeo, debe ser que los animales están más tranquilos y relajados sin la presencia humana».
Llegando a Portugalete nos cruzamos con un padre y su hijo que vienen a pie desde Sestao. «Es autista y salen a pasear un poco por aquí, me suelo encontrar a veces con ellos, les conozco porque alguna vez, antes del Covid-19, les veía en tándem». Llegamos a Nervacero sobre las diez menos cuarto. Ya es noche cerrada. A Iker le toman la temperatura antes de entrar. Todo correcto. Saldrá a las seis de la mañana y volverá en la penumbra hasta su casa por un bidegorri que nunca jamás ha estado tan vacío.
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