Hay quien nunca podrá lanzar una frase interesante y quien nace con cara de ponente. Ibon es de los segundos. Se lo pueden confirmar quienes ... compartieron aulas con el niño de gafas a lo Lennon que se preocupaba por asuntos más profundos que el contenido del bocata y de cuánto quedaba para el recreo. Es lo que tiene ser filósofo. Nacen así. Lo imagino mirando el encerado y meditando sobre si la tiza es cosa o constructo. Al fin y al cabo sus calificaciones eran el sueño de toda madre. Matrículas de honor. Pero él tenía otro don. Domar las notas escritas en pentagramas invisibles. Y así pasó su vida, hasta que una mañana le dijeron que lo llevaban al patíbulo. El precio de ser elegido Farolín de Bilbao.
Conocidos los nombres saqué el móvil, cosa que también haremos con Zarambolas, y llamé a Ibon Koteron Agorria. Músico de reconocida carrera y aplaudido arte. Todo empezó en Deusto el 5 de enero de 1967. Asegura que su nacimiento fue premonárquico, horas antes de que llegaran sus majestades a un hogar nada monárquico. Reímos. Su ama Miren y su aita José Ramón lo trajeron al mundo cual incógnita entre dos paréntesis. Es el mediano. Aitor tiene siete años más y Sarai tres menos. Arrancaron a vivir sobre el restaurante Arenal de Viuda de Epalza.
La familia tenía negocios hosteleros y sus primeros recuerdos son de este y de otros locales como el Gautxori de Jardines, que también era propiedad de una tía suya. Poco después se trasladaban a la Plaza de Indautxu. Lugar de juegos y pupitres. En la ikastola del Carmen garabatea folios hasta que salta a los Jesuítas. En su patio pasa de la infancia y la adolescencia a esa juventud descolocada, tan de los 80. Pudo ir a Lauro, pero se mareaba en el coche y aquella ikastola exigía viajar en autobús.
Los inviernos del Botxo se combinaban con los veranos y festivos correteando por Andra Mari de Axpe, en Gorliz. Lo que suponía jugar con cuadrilla de Herri Torrontegi y visitar el cine de Plentzia. Prefería las musicales. También en Bilbao. Y no solo en cines habituales. Jesuítas ofrecía la oportunidad de hacerse socio por 500 pesetas y así pudo ver, una y otra vez 'West side Story', 'Hair', 'The Wall' y toda aquella que, además de palabra, contuviera canciones. Antes de los 5 años ya sacaba notas a una flauta. A esa edad se adentra en el mundo del txistu. Nunca olvidaré la mañana en que se presentó en Radio Euskadi con una sierra musical. Si ahora sorprende, antes de los 90 era como ver un ovni. Tuvieron que pasar los años para que apareciera en un programa de José María Iñigo y en un capítulo de Pipi Calzaslargas.
Adquirirla fue cosa de su padre y de su afición por las revistas estadounidenses. En una de ellas descubrió el extraño instrumento. Todos trastearon, pero fue él quien le sacó partido. De forma autodidacta, como siempre. Incluso con la alboka tiró de experimentación personal. Empezó a estudiarla en septiembre del 87, combinada con el txistu. Jon, profesor del centro, les guió en un principio y tiraron hacia adelante.
Pero fuera de la música seguía la vida. Se trasladan a las Siete Calles, afianza sus estudios de Filosofía en Deusto y acaba doctorándose en la UPV donostiarra. En 1993, tras esporádicos contratos, entra como profesor en Balmaseda. Hasta que llega 2003, saca las oposiciones y obtiene una plaza en el IES Ategorri de Erandio. Muchos de sus alumnos estaban presentes cuando fue proclamado Farolín. Se veía orgulloso al profesor. Porque hoy es el padre de Guren y de Izane y la pareja de Txaro, pero sigue manteniendo algo de aquél niño que conocimos en los años grises. El de los ojos inquietos tras los finos cristales que analizaba, con la misma seriedad y rictus, una lección del padre Mendibelzua que el cosechero del bar Octavio. Es tan inteligente que no presume de serlo. Por eso río al verle metido en este hermoso sarao. El de ser, a mucha honra, el nuevo Farolín de Bilbao.
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