Decía Frida Kahlo que el surrealismo era la sorpresa de encontrar un león en un armario donde solo debía haber camisas. Pues sí, cambiemos el ... armario por el proyecto Guggenheim de Urdaibai, las baldas del ropero por unas actuaciones medioambientales y por un master plan de volúmenes, espacios y actuaciones urbanísticas; las perchas por las declaraciones de Elixabete Etxanobe considerándolo prioritario y las camisas, sí, por una bella parábola que cantaba en la última campaña de las municipales las excelencias de lo que iba a ser «un referente global de transformación sostenible».
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Pues bien, pocos meses después de tanta grandilocuencia se abre repentinamente el armario y lo que aparece no es el bucólico proyecto, sino un león de Katanga contándonos que se necesitan dos años para decidir si lo que hace meses era viable lo será dentro de otros dos años o, dicho de manera más delirante, si lo que aprobó el propio patronato del Guggenheim en su plan estratégico de hace mucho más de una década lo volverá a aprobar dentro de dos años. Puro surrealismo discursivo, automatismo irracional aplicado al miedo y a la zozobra ante las próximas elecciones autonómicas, todo ello decorado con la sugerencia de que la aparente dilación obedece al cambio que se está realizando en la dirección de la Fundación Guggenheim Nueva York.
Pero, bueno, ¿no habíamos quedado en que el contenido del convenio vigente con los norteamericanos sólo aludía al uso de la marca y a los proyectos expositivos? ¿Es que no se había consultado antes con aquellos? ¿Es que ahora los socios vascos no tienen autonomía? ¿Es que ahora va a tener Mariët Westermann la última palabra del proyecto? Por favor, hagan lo que quieran con el proyecto, pero no nos tomen el pelo. Un león dentro de un armario solo es eso: un recurso narrativo irreal, un truco ajeno a la razón, al rigor y al necesario liderazgo de quien gobierna.
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