«Enfermar de ELA es como ascender una montaña de la que no vas a volver»
Unai y Pablo inician el reto de sus vidas: uno hollará la cima de la Antártida y el otro, en silla de ruedas, compartirá desde Zalla cordada vía telefónica
«Comparas el avance de la enfermedad con la lenta ascensión a una gran montaña, una de la que sabes que no vas a volver. ... A medida que gano altitud, pierdo oxígeno, la respiración se hace más lenta, los movimientos son cada vez más torpes. Poco a poco, la capacidad de comunicarte se va extinguiendo. La ELA es fría, porque al haber perdido la capacidad de movimiento, mi cuerpo no genera calor». Pablo Olmos habla pausadamente, al ritmo que le permite el respirador que lleva acoplado a la silla de ruedas y que se extiende a través de tubos hasta una cánula bajo la nariz. Su respiración es lenta, fatigosa, y deja un eco mecánico, como de fuelle, que no encaja para nada con la mirada cargada de pasión que dirige al televisor, donde se recorta, amenazante, la silueta del monte Vinson, en la Antártida. Es el último reto de este vecino de Zalla a quien la adversidad parece inocularle un afán desmedido de superación.
La suya es una aventura «mano a mano» con Unai Llantada, vecino de Pablo y, como él, un enamorado de la montaña. Ese relieve majestuoso, níveo, en apariencia inalcanzable. Los dos compartieron cordada en el Pico Uhuru, como conocen los nativos al Kilimanjaro, a 5.892 metros. Allí se forjó una amistad a prueba de bomba; también, paradojas de la vida, comenzó a resquebrajarse el cuerpo de Pablo, que ya descendiendo empezó a notar unas molestias que no le abandonarían y que, conforme pasaba el tiempo, le impedían completar tareas que hasta entonces no habían representado ningún problema. «Mis piernas no tiraban de mí, los brazos no respondían, así entró la ELA en mi vida». En la memoria conserva grabada a fuego su última salida al monte, «el Ilso de Zalla, en junio de 2015». A partir de ese día, su horizonte ha encogido a ojos vista.
En las próximas semanas, Pablo y Unai volverán a rozar el cielo con las yemas de los dedos. Y eso a pesar de que el primero esté postrado en una silla de ruedas en Zalla y el otro se dirija a Punta Arenas, Chile, dispuesto a salir al asalto del Vinson, con 4.892 metros la cumbre más alta de la Antártida, el continente helado. Estarán separados más de 17.000 kilómetros, aunque tengan la cabeza en el mismo sitio.
El reto -para el que llevan un año buscando patrocinadores, porque el coste supera los 40.000 euros- lleva por nombre 'Dar Dar' (temblar, en euskera), lo que resume las condiciones sobrehumanas a las que deberá hacer frente Unai, pero también ese frío que atenaza a Pablo de continuo. «Un proyecto que pretende dar visibilidad a la enfermedad, porque luego todo ese material -grabaciones de voz e imagen, fotos, impresiones- se verterá en un libro que escribirá Juanjo San Sebastián y un documental que rodará la productora Ikaika Media. «Quiero demostrar que las limitaciones físicas se pueden compensar con una mente clara, bien amueblada. Conozco a otros enfermos que caen en depresiones, que se imponen límites ellos mismos... Que vean que es posible sobreponerse a la adversidad, hacer otras cosas», abunda.
Logística endiablada
Unai despegará hoy a las 20 horas del aeropuerto de Loiu -está previsto que acudan a despedirle Pablo y el himalayista Alex Txikon-, primera etapa de un viaje que le llevará después de tomar cuatro aviones al campamento Union Glacier y de allí en avioneta al campo base del Vinson, a 300 kilómetros del polo sur. La logística es endiablada. Unai sólo puede llevar consigo 23 kilos, «incluido el teléfono satélite, un dron, cámaras, la gopro, una placa solar, baterías...». También el radtracker, un sistema de rastreo por GPS para estar localizado en todo momento, que permitirá saber en tiempo real cuándo hará cumbre. Súmenle a eso comida y la ropa para soportar temperaturas que, aun tratándose allí de la primavera, alcanzarán los -40º.
Al detalle
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Los Seven Summits son las cumbres más altas de los continentes. Se trata del Everest, en Asia (8.848 metros); el Aconcagua, en América (6.962); el Elbrús, en Europa (5.642); el Kilimanjaro, en África (5.893), el Vinson, en la Antártida (4.892) y la Pirámide de Carstenz (4.884), la montaña insular más grande del mundo y también el pico más alto de Oceanía. La lista se completa con el McKinley o Denali, en Norteamérica (6.198 metros).
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Trayectoria. Unai empezó su periplo en el Aconcagua (2009) y el macizo Vinson es el último pico que le queda por hollar. Compartió cumbre con Pablo en el Kilimanjaro.
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En cifras. El de Zalla llegará a estar a -40º de temperatura, puede llevar 23 kilos de equipaje y cinco vuelos le separan de su destino
«Unai me propuso hace ahora un año que le acompañara en esta aventura. Desde entonces -detalla Pablo- no hemos parado. Buscar patrocinadores, enseñarles el proyecto, recabar información a través de internet, no sólo de la montaña sino de anteriores expediciones». Conforme pasaba el tiempo, el ritmo era más acuciante: «Hay que preparar material, decidir qué vas a llevar y de qué puedes prescindir, identificar problemas con los que no contábamos, por ejemplo las baterías, que a esas temperaturas se gastan rápido y son fundamentales si te planteas, como es nuestro caso, rodar un documental a la vuelta».
Pablo y Unai forman un mecanismo engrasado: un propósito claro y una clara división de tareas. «Para mí esto es una vivencia inolvidable, la culminación de un proyecto ilusionante. Desde que Unai despegue de Loiu hasta que haga cumbre, lo voy a vivir minuto a minuto. Y no me refiero sólo al teléfono satélite, será una comunión mental: cada vez que portee material de un campo a otro o tire del trineo o le toque palear nieve, yo estaré a su lado, viviéndolo igual que él».
Mientras Pablo batalla con el respirador, su compañero de cordada no aparta de él los ojos. Está exultante. Su proyecto combina heroísmo y camaradería al 50%. «Dar Dar -resume Unai- es un proyecto de dos amigos, pero con múltiples facetas. A mí me va a permitir poner el broche a un desafío que comencé hace diez años, pero es también un modo de visibilizar esta enfermedad y recaudar fondos para que se investigue una cura que hoy por hoy no existe».
¿Qué es la ELA?
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Neurodegenerativa, sin cura y de causa desconocida La batalla de Pablo contra la esclerosis lateral amiotrófica se remonta a 2013. A fecha de hoy está postrado en una silla de ruedas y cuenta con un respirador mecánico. El ELA comenzó a manifestarse con una pérdida de fuerza en brazos y piernas, que le impedía realizar actividades cotidianas y cultivar su mayor afición, el monte. Es una enfermedad degenerativa que afecta a las neuronas y la médula espinal, que dejan de enviar mensajes a los músculos, causando debilitamiento e inmovilidad. Pese a una prevalencia baja -en España la padecen unas 3.000 personas-, es la tercera afección neurodegenerativa en incidencia tras el Alzhéimer y el Parkinson. No tiene cura y se desconoces sus causas.
«Lo más difícil está hecho ya», afirma Unai, categórico. «El Vinson es un reto a muchos niveles, también económico. Hemos llamado a muchas puertas y nos hemos llevado muchas sorpresas: gente que no esperabas que colaborase lo ha hecho, y al revés también. Al final la acogida ha sido buena y hemos podido reunir la mayor parte de esos 40.000 euros». Pero a nadie se le escapa que Unai tendrá que dar lo mejor de sí mismo para coronar la aventura en un escenario de extraordinaria dureza, batido por vientos helados. «Después de que el carguero ruso me deje en Union Glacier Camp, abierto sólo de noviembre a febrero, dependemos de la meteorología. Una vez allí son dos los campos de altura y tendremos que hacer sucesivos porteos para llevar material. Luego está la cima, de la que nos separan casi 2.900 metros de hielo, nieve y roca. Si todo va bien, calculo que podremos hacer cumbre en una semana. No es excesivamente alta, pero es una montaña muy fría». El pronóstico para esas fechas marca entre -35º y -45º, y eso tratándose de la primavera austral. Un desafío que hiela la sangre.
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