Cuando éramos eléctricos
En las presentes fiestas ha sido motivo de satisfacción para los buenos bilbaínos la aparición en los paseos de un elegantísimo y acabado coche eléctrico ... que, por su marcha suave y silenciosa y por la distinción de sus líneas, ha llamado poderosamente la atención de inteligentes y profanos». Así arrancaba una noticia de La Gaceta del Norte el 25 de agosto de 1905. He llegado hasta ella guiado por Miguel Martín Zurimendi, hombre multidisciplinar que, en asuntos de motor viene a ser un libro abierto. Su obra 'El Automóvil en Vizcaya' es una joya. Pero como sabe que nos gusta confirmar los datos, señaló esta noticia que recoge literalmente en su espléndido blog César Estornes.
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Y, ya puestos, proporciona la fotografía que nos acompaña, incluida en 1906 en el 'Tratado práctico de automóviles' y que viene a ser la Biblia del motor. En ella vemos la razón de estas líneas. El ARDIURME posando en la ribera de Deusto. No disimula su orgullo. Y es lógico. Porque se trata del primer coche eléctrico fabricado en Bilbao. Si quieren conocer su historia sigan leyendo.
En los inicios del coche sin tiro animal el motor de explosión no estaba muy desarrollado. En cambio el mundo eléctrico se mostraba muy vivo en otro tipo de vehículos y maquinaria. De hecho, en nuestro Botxo, ya circulaban coches eléctricos importados. Quizá inspirados en ellos, los señores Artiñano Díaz y Hurtado de Mendoza decidieron construir uno. En los talleres de La Maquinista Bilbaína ya fabricaban motores y piezas para trolebuses. Así que el plan consistió en obtener un carruaje, de los que había en París o Berlín, y ponerle un motor eléctrico. Tenía, hablamos de 1905, 80 kilómetros de autonomía. Quien tenga hoy en día un eléctrico sabe la gesta que eso supone.
En cuanto a su diseño, el asiento del conductor estaba delante y separado de los pasajeros. Cuenta Miguel que la denominación 'tres cuartos' hacía referencia al cristal de custodia que se colocaba ante la puerta. Dentro tenía dos banquetas plegables, colocadas en el sentido contrario de la marcha. Que no sé si resultaba agradable para quienes sufrían los incómodos mareos sobre ruedas. Pero lo cierto es que era frecuente en los coches de entonces. En cambio su circular silencioso sí que fue un problema. El viandante no sabía que venía un vehículo.
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En este caso, la fama del primer coche eléctrico de Bilbao llegó por un logro que los extranjeros no habían alcanzado. La prueba definitiva. Subir hasta Begoña ascendiendo por Zabalbide. Se trataba de superar cuestas con un 14,5% de pendiente. Ahí es nada. Y las subió. No deja de ser curioso que una de las vías que encumbraba a los más valientes y rápidos con sus goitiberas fuera la que diera fama al ARDIURME. Por cierto, esta palabra nace del acrónimo de los nombres y apellidos de sus creadores.
Además era un coche sencillo, pero robusto. Y con un sistema de frenos eléctricos dignos de aplauso. La pena es que no tuvo mucho tirón. Hay constancia de uno con matrícula BI-16 y otro, en tierras donostiarras, con el número SS-111. Pudo haber más. Porque en el diario ABC, el 15 de octubre de 1905, aparecía un anuncio destacando sus excepcionales y poco habituales características. Por eso, cada vez que echo un vistazo a la imagen que hoy nos acompaña no puedo evitar imaginarlo salir de los talleres del número 11 de una calle que olía a industria. Como tantas de entonces. Algunas quedan. Otras no. Murieron y cerraron para dejar paso a las nuevas. Como le sucedió a La Maquinista Bilbaína. Puede que ese fuera también el destino de nuestro pionero. Nacer para vivir poco, pero dejando huella.
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