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jorge barbó
Miércoles, 18 de marzo 2015, 13:54
Dos torres acristaladas, que convergen en la cúspide, como dos manos hercúleas que juntan las yemas de los dedos mirando al cielo. En el centro, más transparente, una colosal estructura que ejerce de espina dorsal del conjunto, de 185 metros de altura, 20 más que la bilbaína Torre Iberdrola, para que el lector que tiende a buscar comparaciones en casa termine de hacerse una idea de lo faraónico del asunto. Es la nueva sedel del Banco Central Europeo, que hoy da sombra a graves disturbios y detenciones en la misma jornada en que el proyecto del arquitecto Frank Stepper vivía su puesta de largo bañada en millones de euros.1.300 millones, para ser más exactos, casi el 50% por encima de lo previsto en los presupuestos iniciales, una muestra de poderío difícil de digerir en tiempos de austeridad. Y más cuando es desde esas mismas oficinas donde se afilan las tijeras de los recortes.
Los cimientos del flamante faro bancario europeo se comenzaron a levantar en 2002. Entonces las autoridades adujeron razones de ahorro para poner en marcha un proyecto que se ha demorado durante más de una década de críticas por el fuerte desembolso que suponía su construcción. Sí, ahorro. Hasta ahora el BCE vivía de alquiler y pagaba unos 200.000 euros mensuales por su sede en la Eurotower en el centro de la ciudad alemana. En un solar de 120.000 metros cuadrados y abrigado por la Grossmarkthalle, un edificio industrial levantado a finales de los años 20, el bigardo bancario cuenta con una piel de vidrio, formada por 6.000 paneles y huesos de hierro y hormigón.
"El nuevo hogar del BCE es un edificio moderno para un banco central moderno", asegura el presidente de la institución, Mario Draghi. En su entorno se han plantado 700 árboles y el diseño cuenta con jardines suspendidos y cascadas, todo para dar algo de humanidad a un lugar que en el imaginario colectivo de los europeos del Sur se representa como una suerte de torre de Mordor, con el ojo de la troika siempre vigilante, siempre escudriñando las cuentas, hasta el último céntimo, para evitar el derroche. Aunque resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno... que el rascacielos en el propio.
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