Hace unos días un amigo a quien aprecio mucho me dijo que él no veía con claridad el porqué se estaba considerando la posibilidad de ... que las autoridades fiscales disminuyeran la presión impositiva que soportan las empresas vascas. El argumento en que estaría basada una medida de esta naturaleza es conocido. La disminución del tipo de gravamen en el impuesto de sociedades permitiría a nuestras empresas ser más competitivas y colaborar de forma más efectiva a la generación de actividad económica y empleo.
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Mi amigo mostraba su desacuerdo argumentando que algo similar pueden aducir los ciudadanos vascos que invierten y gastan en Euskadi, comprándose una segunda vivienda en nuestra zona costera en lugar de en cualquier otro localización en el Mediterráneo, por poner un ejemplo. El comprar la segunda vivienda en Euskadi tiene como efecto secundario a la inversión, el gasto generado en las zonas elegidas, sobre todo en épocas de vacación, lo que ayuda a que la demanda agregada aumente y con ello el crecimiento y el empleo. El efecto será diferente e inferior al del incremento en competitividad, pero habría que tenerlo en cuenta.
Esta introducción pretende dejar claro que plantearse cambios en el sistema impositivo no es una cuestión baladí. De hecho lo que probablemente muchos hemos pensado estos últimos días es que si los empresarios vascos logran que su petición sea escuchada, su menor aportación a los ingresos públicos exigirá elevar otros impuestos que recaen en otras actividades y otras personas. Lo que ahora se precisa, dijo en la asamblea de Cebec el consejero de Economía, Pedro Azpiazu, son ingresos para financiar el estado de bienestar que queremos mantener y reforzar.
Nos enfrentamos a una cuestión que merece nuestra atención y reflexión. Somos muchos los que creemos que las empresas son creadoras de riqueza para Euskadi, de que nuestra economía se basa en un sector industrial potente y que nuestra historia económica ilustra lo que los empresarios vascos han contribuido al bienestar del país. La cuestión que ahora plantean, en términos de competitividad, es sin lugar a dudas algo sobre lo que habrá que reflexionar pronto, dado que las autoridades fiscales están hablando de que ha llegado el momento de poderse plantear una reforma fiscal. Una reforma que ayude a recuperar las arcas públicas y que nos coloque en una buena posición de partida para un futuro en el que tendremos que encarar nuevos retos.
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En mi opinión, cuando se aborda una reflexión de este tipo hay muchas cuestiones a considerar y una de ellas obviamente es el efecto que tendrá el cambio en tipos en algunos impuestos, en el total de la recaudación fiscal y en su distribución. Si es el impuesto de sociedades el que se cambia, aliviando el gravamen soportado por las empresas, será necesario aumentar otros impuestos que gravan otro tipo de rentas. El hecho de que en Euskadi haya ciudadanos, no empresarios, que también generan riqueza para el país a través de sus decisiones de inversión merece ser considerado lo mismo que el de las diferencias en el impuesto de patrimonio y los incentivos a ahorrar. Hay más cuestiones, pero creo que con las mencionadas tenemos suficiente munición como para comprender que la cuestión tratada no es en absoluto baladí.
Por eso creo imprescindible que a la hora de diseñar reformas en nuestro régimen fiscal se tenga en mente a los diferentes grupos de población y de actividad y, concretamente, en cómo quedan aquellos que no son beneficiados por las medidas previstas. Y es imprescindible porque lo que estamos oyendo y leyendo estos últimos días no puede terminar en una decisión que genere una pérdida del equilibrio y el consenso que, mal que bien, hemos mantenido durante años en relación a nuestro sistema fiscal. Por eso se necesita tiempo de reflexión.
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Y voy terminando. A nadie se le escapa que los empresarios son un magnífico soporte que mantiene a este país en el ránking de países desarrollados avanzados y prósperos. Pero no está claro el argumento de que lo que realmente se recauda con el impuesto de sociedades en Euskadi sea mayor que en otros lugares con los que nos gusta compararnos. La diferencia en tipos y en recaudación tiene ser que cuantificada de forma que todos sepamos cómo se comparan los tipos impositivos del impuesto de sociedades, con los existentes en otros lares y en particular en el resto de España y cuánta recaudación es precisa para que se puedan proveer los bienes y servicios del estado de bienestar de forma eficaz y equiparable al que consiguen los países europeos que envidiamos.
Confío plenamente en que empresarios y autoridades fiscales lograrán ponerse de acuerdo sobre cuáles son las guías a seguir para diseñar un régimen fiscal acorde con los nuevos tiempos. Y también confío en que las instituciones harán lo que sea correcto para todos, incluidos los que piensan como mi amigo. La tarea es delicada porque han de preocuparse por tres objetivos irrenunciables, 1) conseguir mantener los incentivos correctos para trabajar, producir, buscar la competencia y el progreso económico, 2) recaudar lo suficiente para proveer bienestar social, y 3) hacerlo manteniendo el equilibrio que permita disminuir la tentación del fraude fiscal que hay que seguir controlando.
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