ELA vs. PNV: la muerte del padre
El sindicato cruza la última línea roja al convocar movilizaciones en plena campaña electoral
Luis López
Domingo, 18 de septiembre 2016, 02:01
ELA cruzó esta semana la última línea roja en su enfrentamiento con el PNV: convocó movilizaciones contra el Gobierno de Iñigo Urkullu en plena campaña ... electoral, un periodo tradicionalmente sagrado, de tregua, para evitar la antiestética apariencia de injerencia política. Y eso no es todo. El sindicato de Adolfo Muñoz, Txiki, lleva de la mano a LAB, una central que forma parte del entramado de la izquierda abertzale que se integra en uno de los partidos que concurren a los comicios, EH Bildu. Además, todo esto ocurre cuando en el mapa electoral hay una presencia más que notable de dos partidos, EH Bildu y Podemos, que, con sus matices, podrían ubicarse en la órbita ideológica de ELA, ya sea más en lo político o en lo social.
Eso sí, la central abertzale, pese a admitir la evidencia de que se ha cruzado una línea roja, asegura que las movilizaciones en plena campaña electoral no buscan impacto político. Las huelgas en Lanbide el miércoles y el jueves que viene, y otras tres jornadas los días 3, 4 y 5 de octubre se habrían convocado con total independencia por la representación sindical en el seno del Servicio Vasco de Empleo, autónoma de la cúpula de ELA. Cuestión distinta es la manifestación del martes, día 20, que terminará en Lehendakaritza. En este caso la convocatoria sí fue presentada directamente por Txiki Muñoz y Ainhoa Etxaide y la pretensión es protestar por lo que los sindicatos abertzales consideran la última afrenta: el acuerdo de diálogo social entre Gobierno, Confebask, CC OO y UGT, al margen de la mayoría sindical nacionalista. Para justificar esta última movilización en fechas tan delicadas, ELA alega que la firma del acuerdo contra el que protesta se produjo en julio, y que es ahora, tras las vacaciones, el momento natural para movilizarse.
Sin embargo, desde el PNV se percibe que ELA se ha saltado todos los límites y, fuera caretas, ha decidido entrar en campaña electoral tratando de minar a la formación jeltzale. Una estrategia que, de paso, podría beneficiar a las alternativas más soberanistas y de izquierdas.
No es que acaben de inventarse el enfrentamiento. ELA y PNV llevan décadas de desencuentros, a distintas intensidades, que han desembocado ahora en el momento de mayor tensión. Un proceso bastante llamativo desde un punto de vista histórico si se tiene en cuenta que fue el partido jeltzale quien en 1911 creó la organización obrera «para tener un sindicato afín con el que combatir el socialismo de UGT», recuerda Santiago de Pablo, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco y autor de El péndulo patriótico sobre la historia del PNV. En fin, que ELA inicialmente bautizado como Solidaridad de Trabajadores Vascos (STV), nació como «un sindicato defensivo, católico y nacionalista».
Cada vez más intensidad
Por supuesto, pronto aparecieron las primeras tensiones y ya durante la II República en la central se escuchaban voces que abogaban por que la organización fuese algo más que una correa de transmisión del PNV, al que veían «demasiado burgués». De hecho, STV participó en los años 30 en huelgas muy mal vistas por el partido. Pero pese a las fricciones, la «simbiosis» entre ambas partes se mantenía, asegura el catedrático de la UPV. Es más, el histórico secretario general y fundador de STV, Manuel Robles Arangiz, fue diputado en Cortes por el PNV en la II República.
Con la Guerra Civil y la posterior ilegalización de las dos organizaciones se abre un periodo en el que se mantienen los lazos en la clandestinidad, pero que terminará con una ruptura que irá ganando en intensidad hasta llegar a las estridencias actuales. Una especie de muerte del padre, esa obsesión a la que tantas vueltas le daba Sigmund Freud.
En los años sesenta se empezaron a sentar las bases del nuevo modelo, durante una revolución interna en la que ganaban peso jóvenes sindicalistas formados en la clandestinidad que no habían vivido la guerra. Y ese cambio de tiempo se oficializó en el III Congreso de ELA-STV, en 1976, donde se proclamó la autonomía política pese a las resistencias en el PNV, que trataban, sin éxito, de recuperar el estado de las cosas anterior al franquismo y de mantener a la familia unida.
Los años ochenta fueron una vorágine en la que tocó configurar el desarrollo del marco vasco de relaciones laborales, el autogobierno... En ELA lo recuerdan como un tiempo en el que la patronal necesitaba de una legitimación democrática que facilitó la concertación social y el surgimiento de pactos laborales con unas condiciones que superaban ampliamente las que existían en el resto de España.
Fue a finales de esa década, en 1988, cuando José Elorrieta accede a la secretaría general y marca un antes y un después. La figura que durante dos décadas llevó el timón de la organización (que en 1993 perdió su siglas en castellano y se quedó como ELA) hizo de ella algo más que un sindicato; la convirtió en un contrapoder en el que la parte sindical y la política -cada vez más hacia la izquierda- caminan de la mano. Y con el PNV en el Gobierno, el campo estaba abonado para que saltasen las chispas.
Los enfrentamientos serios comenzaron a principios de los años 90, y algunos apuntan como punto de inflexión la negativa que ELA dispensó al lehendakari Ardanza cuando, en plena crisis, planteó un pacto social para Euskadi. A partir de ahí, las relaciones con el Gobierno vasco como empleador se torcieron de un modo, hasta ahora, irreversible. Pero desde una perspectiva política había tibieza porque eran los tiempos en los que florecía el alma más soberanista del PNV, con Gorka Agirre, Joseba Egibar y Juan María Ollora en vanguardia, quienes apostaban por un derecho a decidir que en el sindicato sonaba bien.
A mediados de los 90 ELA mira hacia LAB, la central de la izquierda abertzale, como aliada para la consecución de las aspiraciones soberanistas -algo que le pasaría factura en la Ertzaintza, donde ELA perdió la mayoría sindical en 1998, en plena ofensiva terrorista contra la policía vasca-. Y Elorrieta marca definitiva y públicamente el camino a seguir en 1997 cuando declara muerto el Estatuto, adelantándose así al Pacto de Lizarra, que, un año después, uniría a todas las fuerzas nacionalistas y desembocaría en la tregua de ETA.
En la década siguiente, durante las legislaturas de Ibarretxe, hubo una relación bipolar: desde un punto de vista social ELA veía en el Gobierno vasco y el PNV el colmo del neoliberalismo, lo que supuso conflictos constantes y el abandono de todos los ámbitos de negociación (el Consejo Económico y Social, el CRL, Hobetuz, Osalan). Pero desde una perspectiva política, las aspiraciones soberanistas del lehendakari gustaban al sindicato, que en muchas ocasiones fue convocado por Ibarretxe para tratar asuntos relacionados con la normalización política. Eso sí, la central veía una contradicción entre esta búsqueda de la independencia y unas políticas tendentes a mimar a una patronal que, a su juicio, era la principal enemiga del soberanismo.
Ahora, con Iñigo Urkullu y el PNV actual, el enfrentamiento es total. A las discrepancias en lo social y las acusaciones de haber abrazado todos los recortes propuestos por el Gobierno español se unen las críticas por la falta de ambición en la cuestión territorial; porque en ELA, miran hacia Cataluña con envidia. Además, en su papel de contrapoder, el sindicato ha mantenido una postura muy beligerante en ámbitos tan alejados de lo estrictamente laboral como son las obras del Tren de Alta Velocidad (TAV) o la bancarización de las cajas vascas en Kutxabank, asumiendo posturas coincidentes con la izquierda abertzale. En fin, que todo parecido entre la vieja STV y la ELA actual, el mayor sindicato vasco, es pura coincidencia.
En medio de semejantes desencuentros, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, mantiene la militancia en ELA y paga religiosamente la cuota. Igual que muchos dirigentes y militantes jeltzales. ¿No es eso contradictorio en un contexto de guerra abierta como la que mantienen ambas organizciones? En el PNV no quieren hacer reflexión alguna sobre el asunto, pero en ELA siempre han tenido a gala acoger en su seno a afiliados de toda condición. Como ejemplo emblemático de esta transversalidad está el caso de Jesús María Pedrosa, concejal del PP asesinado por ETA en Durango en el año 2000 que tenía el carné del sindicato nacionalista.
Está muy extendida la percepción de que, mientras otras organizaciones obreras han ido pragmatizándose, ELA ha recorrido el camino inverso para ideologizarse y radicalizarse. Pero esto es algo que ocurre en su cúpula. Porque su militancia, más pragmática, se mantiene ahí «no por lo que defiende el sindicato, sino por lo que consigue, sobre todo en la Administración pública», explica un analista buen conocedor de los entresijos políticos y sindicales.
El problema con el que ahora se encuentra la central de Txiki Muñoz, sumida en la confrontación, es que, con 380.000 trabajadores vascos sin convenio colectivo y la carta de naturaleza que el Gobierno vasco ha dado a los convenios de eficacia limitada que impulsan CC OO y UGT, puede cundir la percepción de que quien consigue los logros sociales es la competencia.
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