Las secuelas de la crisis
Sara de la Rica
Miércoles, 4 de mayo 2016, 20:27
La Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre ofrece algunos datos reveladores sobre la evolución del mercado laboral vasco, y en particular constata la ... gradual recuperación del empleo de la devastadora recesión que ha producido un enorme quebranto en un número sustancial de los hogares. El primer dato a destacar es que en los últimos doce meses, el número de ocupados ha aumentado en 34.000 y el número de desempleados ha descendido en 36.000. Esto significa que el mercado laboral ha sido capaz de absorber casi la totalidad del descenso observado en el desempleo, lo cual es una excelente noticia. Este aumento en el número de ocupados ha aumentado la tasa de ocupación -definida como el porcentaje de personas ocupadas sobre personas adultas-, que prácticamente alcanza en estos momentos el 50%.
Es decir, de cada 100 personas adultas en Euskadi la mitad trabaja, y en consecuencia, cotiza y mantiene nuestro Estado de bienestar. En los peores momentos de la crisis, la tasa de ocupación en Euskadi descendió hasta el 47%, mientras que si nos remontamos a los años previos a la crisis, ésta se sitúa en el 54%. Este dato refleja varias realidades: en primer lugar, que con la población actual de adultos de Euskadi, alcanzar el 54% de ocupación exige la reabsorción por parte del mercado laboral de unas 70.000 personas, el doble de las que el mercado ha reabsorbido en estos últimos doce meses. Ante esta evidencia, uno podría tender a concluir que en dos años Euskadi recuperaría sus niveles de empleo de antes de la crisis si la recuperación económica siguiera el ritmo actual. Sin embargo, incluso en ese caso, lo cual es cuando menos incierto, es importante destacar un hecho: a medida que la actividad económica se recupera las personas desempleadas que llevan poco tiempo en el paro son las primeras en encontrar trabajo. Este es un hecho contundente.
De hecho, en estos momentos, en Euskadi sólo hay 15.000 personas desempleadas que lleven menos de 3 meses en esa situación. La gran mayoría, unas 80.000, lleva en esta situación más de un año; y de ellas más de la mitad lleva buscando trabajo más de dos años. Gran parte de este colectivo presenta importantes problemas de empleabilidad y, en consecuencia, aunque la mejora en la actividad económica prosiga su ritmo, no es seguro que esos parados de larga duración, mayoría hoy en Euskadi, puedan ser absorbidos por el mercado laboral con rapidez. Por tanto, a corto plazo, una tarea urgente es reactivar en lo posible a este importante colectivo en aquellos empleos que están emergiendo con la recuperación económica y tratar de emparejar en lo posible a trabajadores y empresas en función de las competencias de los trabajadores y las necesidades de las empresas. Esta es una labor fundamental a la que tanto las agencias públicas como privadas de empleo deben encomendarse para posibilitar, en primer lugar, que exista oferta suficiente y adecuada de mano de obra para atender la demanda creciente de empleo, y en segundo lugar, para posibilitar que este colectivo de desempleados, en lugar de cronificarse en el paro, tenga la oportunidad de reengancharse en el mercado laboral.
Si bien las secuelas de esta profunda crisis nos obliga a involucrarnos en esta tarea de no dejar atrás a sus grandes perjudicados, la sociedad a la que nos enfrentamos presenta unos retos formidables que también es necesario afrontar: en primer lugar, Euskadi, al igual de muchos de nuestros vecinos europeos, se enfrenta a un proceso de envejecimiento sin precedentes. En los últimos diez años, ha bajado en un 26% la población adulta menor de 34 años por el brusco descenso de la natalidad que comenzó en 1980 y que, si bien se suavizó a partir de 1995, mantiene las tasas de natalidad muy por debajo del nivel de reemplazamiento generacional. En muy poco tiempo, si la recuperación económica se consolida, Euskadi se enfrentará a una gran escasez de mano de obra joven. Las soluciones no son fáciles, y menos a corto plazo, pero necesariamente pasarán por atraer efectivos de fuera de nuestra comunidad, así como por facilitar al máximo la permanencia de las mujeres en el mercado laboral a partir de su entrada en la maternidad.
Si bien la escasez cuantitativa es un reto, no debemos menos preciar otro reto no menor, que es la falta de adecuación entre la oferta y la demanda de empleo. Esta crisis ha acelerado notablemente el proceso de polarización del mercado de trabajo, por el cual los avances tecnológicos, fundamentalmente la digitalización, están provocando el declive de aquellos empleos que están siendo sustituidos por las máquinas mientras emergen otros que, lejos de competir, se complementan con este avance tecnológico.
Hoy en día estos cambios avanzan a gran velocidad y en consecuencia, si bien es difícil predecir cuáles serán los empleos del futuro, lo que es seguro es que las competencias digitales y el conocimiento de idiomas serán dos grandes aliados que en la medida de lo posible los trabajadores deben añadir a su mochila de habilidades. Otras que los humanos debemos desarrollar y de las que las máquinas carecen son la creatividad, la capacidad de adaptarse a los cambios, la resolución de los problemas y la capacidad de trabajar en equipo. Son sin duda los jóvenes quienes mejor pueden adquirir estas competencias. Y a esta tarea hay que encomendarse desde las etapas más tempranas de la formación. Estos cambios han llegado para quedarse, y cuanto antes seamos capaces de actualizar la formación a las necesidades emergentes, mejor preparados estarán los ciudadanos para aportar al mercado laboral lo que éste va a requerir de ellos. El reto es exigente, pero los mecanismos para hacerle frente existen y pueden ponerse en marcha.
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