Bélgica, ¿un ejemplo para España?
Bélgica se ha puesto de moda en España. Hasta 541 días estuvo el país sin gobierno federal y no pasó nada. Aparentemente
Fernando Pescador
Viernes, 29 de enero 2016, 20:28
Bélgica se ha puesto de moda en España. Como para conjurar el estrés postraumático electoral que nos agita, se recuerda frecuentemente estos días que el ... pequeño pero políticamente temperamental reino de los belgas tiene un pasado reciente salpicado de episodios de desgobierno, fruto de las dificultades halladas por la clase política para constituir ejecutivos pluripartitos. Hasta 541 días estuvo el país sin gobierno federal a comienzos de la década en curso y no pasó nada. Aparentemente, pues lo que tenía que pasar había acontecido ya.
Bélgica convino en 1993 que dejaba de ser un Estado unitario, para devenir en federación de tres entidades con entidad jurídica limitada y política propias: Valonia, Flandes y Bruselas. Los acuerdos de federalización del reino fueron plasmados en una reforma del Estado belga (la cuarta, ahora vamos por la sexta), de 1993. Entre noviembre de 1997 y comienzos de 1999, la banca Bruxelles-Lambert, la segunda del país, pasó a manos holandesas (ING); el Kredietbank tuvo que fusionarse con Cera y ABB para no verse arrastrado al abismo; la Royale Belge (seguros) cayó en la esfera de la francesa Axa; el primer banco del país, la Générale de Banque, se integró en el grupo belgo-holandes Fortis, pero actualmente pertenece a la francesa BNP; Petrofina pasó a verse controlada por la gala Total; y la clave de bóveda de la energía de Bélgica, Tractebel, con sus filiales Electrabel y Distrigaz, quedó controlada por el gigante francés Suez Lyonnaise des Eaux. Más tarde, sería la italiana ENI la que se quedaría con esta última.
El cataclismo continuó después, aunque no de manera tan abrupta: SPE-Luminus, el segundo proveedor de energía de Bélgica, cayó en los 2000 en la órbita del monopolio eléctrico francés EDF. Un banquero flamenco declaraba en Le Monde en 2009 tener la impresión de que el país se había convertido en una provincia de Francia, que Bélgica era «un campo en ruinas», y Pierre Nothomb, que había combatido la compra de Fortis por BNP Paribas en representación de los accionistas minoritarios del grupo, espetaba en el matutino Le Soir que «nuestros ministros han devenido en mandatarios de un poder que está situado fuera del país».
Después, Carrefour se quedó con la gran cadena de distribución belga GB y la internacionalización de AB-Inveb, el monstruo de la cerveza mundial, diluyó el poder en el consejo de los accionistas estables belgas en favor de los brasileños.
Dos anécdotas para comprender el impacto de estos cambios: GB tenía una cadena de tiendas de electrónica de consumo, Video Square, que desapareció porque Carrefour contaba -y cuenta- con la suya propia. El personal de Video Square se fue al paro, es decir, a vivir del desempleo belga, que es de por vida y que financian los belgas, no los franceses, con sus brutales impuestos. Y segunda: los belgas pagan una energía muy cara. La explicación hay que encontrarla, entre otras causas, en la política de precios dictada por las grandes empresas energéticas francesas, que dominan el mercado belga y que exprimen a sus ciudadanos mientras alivian la presión sobre los franceses.
Y un colofón: Dexia es un banco franco-belga que resulta de una fusión acontecida en los 2000 entre entidades de ambos países que financiaban, principalmente, a entidades locales. En la crisis de las subprime, Bélgica asumió mucho más riesgo que el que le correspondía en el saneamiento de los activos tóxicos que el banco acumulaba. Los belgas han metido más de 100.000 millones en sus renqueantes bancos, que, además, no les pertenecen. Ríase usted de los veintipicomil de Bankia.
«El Gobierno soporta una gran responsabilidad por lo acontecido (). La oposición entre partidos políticos, las querellas entre flamencos y francófonos, se sumaron al hecho de que el Gobierno no actuara de manera decidida» (para frenar la fuga del patrimonio industrial y de servicios de Bélgica. Beatriz Delvaux y Stefaan Michielsen, Le Val des Empires, Racines, 1999, pp 316-317).
Una cosa es tener, y otra muy distinta conservar. A ver si nuestros políticos se enteran.
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