La internet de las cosas y su impacto en la industria
El reto de nuestras empresas no es fabricar y vender productos inteligentes sino ofrecer servicios innovadores vinculados a ellos
La internet que empleamos para acceder a las noticias o al conocimiento, la que nos mantiene conectados con amigos y trabajo, la que nos permite compartir fotografías o música, en definitiva esa "internet de personas e información" está cambiando continua y vertiginosamente. Pero estamos ya tan acostumbrados al cambio que casi nos pasa desapercibido. Desde hace algún tiempo se habla, cada vez, de la "internet de las cosas" (IoT, 'internet of things'). Y esto, ¿qué es? Pues, ni más ni menos, el resultado de que los objetos cotidianos que nos rodean tienen la misma aspiración que nosotros: la de estar "permanentemente conectados".
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Este fenómeno de 'emigración' de los objetos físicos hacia el territorio virtual ha sido, aunque silencioso, más rápido que la colonización por parte de las personas. El fenómeno no es nuevo. En 2008 había más objetos que personas conectados a internet. Se espera que en el año 2016 sean 5.000 millones los objetos conectados y para 2020 se prevé que sean 50.000 millones. En definitiva que internet será más de las cosas que de las personas.
Entre los nuevos ciudadanos digitales, las 'cosas' conectadas a internet, existe una gran variedad. Algunas son muy familiares, los teléfonos móviles, que se espera sean 6.000 millones en 2020. Otras comienzan a serlo, como los 'relojes inteligentes', los 'wearables' (¿vestibles?), las 'ropas inteligentes', los dispositivos domésticos (televisiones, termostatos, frigoríficos, contadores, cepillos de dientes). Y, finalmente, muchos están por llegar, como los coches conectados.
Cien millones de relojes inteligentes
Las cifras relacionadas con internet de las cosas son espectaculares. Para 2020 se espera que existan 100 millones de 'relojes inteligentes', más de 10 millones de 'ropas inteligentes', 250.000 vehículos y casi 22.000 millones de dispositivos con etiquetas RFID que podrán ser geo-localizados. McKinsey estima que el impacto económico global de internet de las cosas será en 2025 de 11 billones de dólares. Puede que no se alcance esta previsión o que haga falta algo más de tiempo para hacerlo pero, lo que es indudable, es que internet de las cosas va a consolidarse y tendrá un impacto enorme, tanto como el que ha tenido internet hasta el momento.
Podríamos tratar del impacto que tendrá en nuestra vida cotidiana el hecho de que esté conectado todo lo que llevemos encima: el teléfono, el reloj, la ropa, las gafas o el coche y todo lo que nos rodee: la nevera, la caldera, la puerta, el ascensor, los semáforos o el autobús. Cada vez más objetos van a cobrar inteligencia y estarán conectados, lo que les permitirá ofrecernos servicios más inteligentes que ahora no podemos ni imaginar. Pero no es mi objetivo escribir hoy del impacto personal y social de internet de las cosas, que es apasionante, sino de su impacto en la industria.
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Internet de las cosas tendrá un gran impacto en la industria, tanto que ya se habla de una cuarta revolución industrial. El premio prometido es enorme y constituye la gran oportunidad de nuestra industria para relanzarse y recuperar el terreno perdido en estos últimos 20 años en los que la industria no parecía ser algo prioritario para los países más avanzados. Los gobiernos son conscientes del reto y la oportunidad, y han puesto en marcha programas para impulsar esta 'industria inteligente' (sólo citaré al alemán por su acierto al acuñar el término 'industria 4.0'). El País Vasco, una región con gran tradición industrial quiere, también, aprovechar esta ola para crecer y reimpulsar su industria. El Plan de Ciencia y Tecnología Euskadi 2020 y, particularmente, una de sus prioridades: la fabricación avanzada persigue este objetivo.
Máquinas que autoplanifican su trabajo
La clave de la industria 4.0 es internet de las cosas. Hablamos pues de la 'fábrica inteligente' donde se fabrican productos inteligentes y conectados, que son los que adquiere el usuario al que, además, es posible ofrecer servicios innovadores. En la 'fábrica inteligente' encontramos máquinas conectadas a internet que se comunican entre sí y con los objetos que fabrican. Máquinas que auto-planifican su trabajo, que personalizan cada producto que fabrican (los clientes deseamos productos personalizados y estamos dispuestos a pagar por ello) y recogen incansablemente datos sobre todo lo que les rodea.
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Habitan estas fábricas robots que son conscientes de lo que ocurre a su alrededor, que pueden realizar tareas de manera flexible y que colaboran sin peligro con personas. Y finalmente los componentes y los productos fabricados informan permanentemente de su posición para mantenerlos localizados o poder estimar cuándo llegarán a su cliente de destino.
Como toda revolución sus logros tendrán un precio. Internet ha transformado por completo la cadena de valor en sectores como la música haciendo desaparecer partes completas de ella. A menudo surge la pregunta de si estas 'fábricas inteligentes' conllevarán una eliminación importante de puestos de trabajo. Algunos trabajos serán sustituidos por esos sistemas inteligentes, sin duda, pero aparecerán otros muchos nuevos y de mayor valor añadido. En todo caso, la cuestión no es intentar frenar el cambio, algo que no será posible, sino obtener el mayor beneficio posible de la oportunidad. En toda revolución hay un momento para ser decidido y, en la industria 4.0, ese momento ha llegado.
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Industria vasca competitiva
En el País Vasco tenemos una industria competitiva, experimentada y globalizada. Disponemos de las competencias tecnológicas necesarias para afrontar esta transformación digital de la industria. Es el momento de ponerlas en marcha, de invertir y de dotar de inteligencia a nuestras fábricas.
Pero, en mi opinión, el mayor reto y las mayores oportunidades no se encuentran aquí. No es una cuestión de tecnología, no se trata de fabricar y vender productos inteligentes sino de ofrecer servicios innovadores vinculados a ellos. La inteligencia y conectividad de estos productos inteligentes permitirán a quienes los fabrican u operan tener gran cantidad de información sobre el uso que el cliente hace de ellos, su estado, actuar sobre el producto o actualizar sus prestaciones para añadirle nuevas funcionalidades.
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El gran reto en internet de las cosas, como sucede en internet, es imaginar nuevos escenarios de uso, nuevas utilidades y servicios que los usuarios estén dispuestos a comprar. Es un terreno inexplorado, para innovadores. Es un espacio propicio para la innovación abierta, de propiciar la colaboración entre agentes, de investigar los deseos usuarios, de experimentar. Al igual que ha ocurrido en internet se van a abrir espacios para nuevos 'players' y para que cada uno se desplace dentro de la cadena de valor. Quienes tengan más acierto al definir servicios y modelos de negocio y los desplieguen en el momento oportuno serán quienes consigan recoger los mejores frutos de este inmenso mercado que será la 'internet de las cosas'. En todo caso, juguemos con decisión, la revolución promete ser apasionante.
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