Adiós con 90 años al santuario de Urkiola
El último misionero vasco en residir en la casa cural, Antonio Madinabeitia, se retira y pasa a trasladarse a la residencia sacerdoral de Vitoria a sus 90 años
La humildad de Antonio Madinabeitia hace que su historia pase desapercibida. Su nombre es sinónimo de solidaridad, dedicación y compromiso, y ha sido, hasta hoy, ... el último misionero en residir en el santuario de Urkiola. A sus 90 años, dejará la Abadetxea para trasladarse los próximos días a la residencia sacerdotal de Vitoria, poniendo punto y final a una etapa concreta de Misión. «Aquí estoy muy bien, pero los años pesan y cada vez tengo más dificultades para valerme por mí mismo. No me gusta decir que soy el último misionero, porque sigue habiendo más, pero sí que soy el que cierra una generación», explica.
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Madinabeitia recibe a EL CORREO en la cocina de la casa cural, la que ha sido su hogar durante más de dos décadas. Se le entristece la mirada al recordar los rostros de las personas «que no tenían nada» en las remotas aldeas de Ecuador hace más de medio siglo. «Nos recibían con los brazos abiertos, vivían en condiciones muy malas», cuenta. Malnutridos y aislados, la visita de misioneros como él, era para ellos el acontecimiento más esperado. «Urkiola es muy especial para mí, pero Ecuador es el lugar en el mundo donde me he sentido pleno», cuenta.
El sacerdote pasó allí 38 años divididos en dos periodos. Su primer viaje lo realizó en las navidades de 1963. No dudó en cruzar el charco y darse a los más necesitados. «Fue en 1948 cuando 8 misioneros de la Diócesis de Vitoria fueron por primera vez a Ecuador para ayudar a la población local, y yo quería formar parte de ellos», explica. Regresó a Urkiola 23 años después, en 1986. Allí se encontró con el ya fallecido Joseba Legarza, también sacerdote y misionero en Ecuador que había residido en Urkiola durante medio siglo. Codo con codo, y junto a la comunidad de curas que vivía entonces en Urkiola, trabajaron por arreglar el templo, que era un auténtico coladero de agua y frío. También plantaron árboles, colocaron papeleras y limpiaron el núcleo del Parque Natural. A su vez, el misionero Peli Romarategui, que falleció el pasado mes de enero a los 100 años, construía entonces la que posiblemente sea una de sus obras más importantes; el mural que preside el altar mayor del santuario de Urkiola, de 170 metros cuadrados de superficie e integrado por 850.000 teselas y 14 vidrieras. «Era un artista, yo le ayudaba en lo que podía», agrega.
«Mucha pobreza»
Madinabeitia tardó una década en regresar a Latinoamérica. «Aquí había mucha gente y sentía que me necesitaban más en Ecuador. Mi labor estaba allí», reconoce. Una tímida sonrisa invade su cara cuando recuerda su estancia en Mata de Cacao, región de Ecuador donde estuvo en la última etapa de misionero. «Convivíamos varios sacerdotes, y también había monjas que ayudaban a niños discapacitados… Los pobres que ayudamos serán los que nos abran las puertas del cielo», suspira.
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Regresó a Urkiola de manera definitiva en 2011, a los 78 años. «Vi que la sociedad había cambiado. Había mucha más libertad para todo, y más calma también. Pero Ecuador no se mejoró, allí tienen muchas más dificultades. Hay mucha pobreza y la situación social y política continúa siendo la misma», lamenta. Madinabeitia, que formaba junto a Legarza y el obispo Bittor Garaigordobil, también fallecido, el trío de misioneros que representaban una etapa concreta de Misión, se retirará en los próximos días poniendo fin a su aventura de impulsar un espacio de naturaleza y paz en Urkiola, retiro de los misioneros vascos.
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