El dolor de perder un hijo antes de nacer
Afectadas por el duelo gestacional relatan su dura vivencia para visibilizar una realidad que afecta a uno de cada cuatro embarazos
ane ontoso
Domingo, 16 de octubre 2022, 02:00
Uno de cada cuatro embarazos en el mundo no acaba con un bebé llorando en los brazos. Las muertes en el vientre o al nacer ... forman parte de una realidad silenciada que, por desgracia, es muy común.
«En España mueren cada año 2.500 fetos entre la semana 22 y la 41», expone María González, psicopedagoga y presidenta de Esku Utsik -manos vacías, en euskera-, la asociación que apoya a un centenar de familias que han sufrido una pérdida de este calibre. Según el Instituto Vasco de Estadística (Eustat), en 2021 fallecieron 26 bebés de los 6.983 nacidos en Bizkaia. Se trata de los datos registrados, pero «sabemos que los casos reales son muchos más», agrega.
Con motivo del Día Mundial por la concienciación del duelo gestacional, perinatal y neonatal, celebrado ayer, EL CORREO ha reunido a cinco mujeres afectadas que buscan visibilizar esta dramática realidad y conseguir que deje de ser un tema tabú.
Giovanna Monasterio | Durango, 41 años
«Sufrí la pérdida de tres bebés antes de tener a Izadi»
Hace once años y recién llegada a la treintena, Giovanna Monasterio se quedó embarazada. La alegría se truncó en la sexta semana cuando le comunicaron la peor de las noticias: «No hay latido». Una frase que se le ha grabado «a fuego».
Un año después le sucedió lo mismo. Otra vez pasadas seis semanas. En ambas ocasiones las pastillas le ayudaron a expulsar el bebé. Pero logró quedarse embarazada de nuevo. Tercera vez. A partir de la semana 12, ella y su pareja comenzaron a pensar en la habitación del bebé. «Lo contábamos felices, con la inocencia de creer que no iba a pasar nada», asegura. Sin embargo, en la semana 16 se rompió la bolsa y tuvo que dar a luz. «Iba a fallecer, era inviable», recuerda con tremendo dolor.
Ekain nació de forma prematura el 28 de septiembre de 2018. «Nos acompañó una enfermera andaluza maravillosa, la única que se acordó de preocuparse por mi marido», agradece. Tres años después, la vida les brindó una nueva oportunidad para ser padres: Izadi, «una niña preciosa», aunque confiesa que pasó «aterrada» todo el embarazo.
Nuria Zazo | Lamiako, 44 años
«No me arrepiento de haber visto a mi hijo fallecido»
Nuria Zazo y su marido Borja decidieron ir a por su segundo hijo. Estaba teniendo un embarazo muy bueno y, como ella es bióloga en Cruces y conocía a los ginecólogos, a las 37 semanas le animaron a hacerse una ecografía para verle antes de nacer. «Eran fiestas del barrio y todo el mundo me decía '¡te falta poco!'. Solo faltaban tres semanas», evoca.
La matrona le intentó poner las correas, pero le costaba encontrar el latido. No lo logró. Le tuvieron que inducir el parto. «El trato fue buenísimo», asegura. Colocaron una mariposa en su puerta, el símbolo que indica que hay un bebé fallecido en esa habitación. Más tarde le trajeron a Ekain «con un pijamita, gorrito y mantita. Era un bebé dormido. Le abrazamos durante un buen rato. Y luego se lo llevaron -se rompe-. No conozco a ninguna madre que se haya arrepentido por ver a su bebé fallecido, en cambio al revés sí».
La autopsia determinó que murió por «una infección de la placenta». Nuria, por fortuna, dio a luz a su tercera hija Naroa, su «bebé arcoiris», que vino al mundo un año y un día después que Ekain.
Iratxe Etxebarria | Markina-Xemein, 45 años
«Todavía espero respuestas por la muerte de Lea»
«Lea fue mi tercer embarazo». Iratxe Etxebarria tiene un hijo de 15 años y después sufrió un aborto al de siete semanas. Pero después se volvió a quedar embarazada de una niña, a la que le tocaba llegar el 14 de abril de este año. «Todos los controles iban perfectos, solo engordé tres kilos y estaba pletórica», relata.
Un día antes de salir de cuentas, Iratxe se fue a la cama y notó las patadas de su hijo «como siempre». De madrugada, comenzaron las contracciones, pero esperó hasta el amanecer para despertar a Jon, su pareja, e ir al hospital. Estaba de tres centímetros. Al pasar a correas, se dieron cuenta de que el corazón de Lea no latía. «Empecé a gritar, se enteró todo el mundo. Jon estaba en otra sala y comenzó a dar golpes en la pared. Y me venía otra contracción. No podía ser, ¿cómo puedo estar de parto, si está muerta?», rememora. Iratxe cuenta que le llegaron a poner en brazos a su bebé. Y se fotografiaron con ella. «Olía súper bien y la piel era muy suave. No la quería dejar allí», recuerda. A día de hoy aún espera respuestas del hospital a la causa de la pérdida de Lea.
Nerea Goikoetxea | Bermeo, 42 años
«Gari no iba a tener buena calidad de vida y decidí abortar»
«Todo iba bien hasta que en la revisión de 20 semanas le detectaron una malformación», explica Nerea Goikoetxea. La vejiga de Gari, su segundo hijo, era más grande de lo normal y le daban «pocas posibilidades de sobrevivir». Y si lo hacía, sería «con secuelas y con trasplantes de por vida». Ella y su marido Koldo intentaron buscar solución, pero tan solo les hablaron de una intervención sin garantías y con riesgos.
«Nos dieron dos días para pensarlo -relata-. Y decidimos interrumpirlo. No iba a tener calidad de vida». Le indujeron el parto con pastillas «Aunque yo era consciente, lo notaba moverse dentro de mí -no puede contener las lágrimas-. Fue un estrés, pero tomamos la decisión por él, era lo mejor», afirma. Cuando Gari nació «le tuvimos con nosotros un poquito. Le trajeron en una bandeja de cartón que la sigo viendo cuando voy al ambulatorio». Según reconoce, le faltó información para donar leche y apoyo psicológico. Tenían claro que lo intentarían de nuevo. Apenas dos meses después, estaba embarazada de Enara. «Cuando la miro le veo a él también».
Saioa Zuaznabar | Tolosa, 39 años
«Solo pude tener a mi niño en brazos cuando murió»
Saioa Zuaznabar llevaba bien el embarazo hasta que se le complicó en la semana 33. A su bebé le diagnosticaron un polihidramnios severo, un exceso de líquido amniótico. «Tenía miedo de que el parto se adelantara y el último mes lo pasé entre el hospital y en reposo -explica-. En la semana 38, Oier nació por cesárea. Dentro había estado bien porque el cordón le suministraba oxígeno, pero fuera no sabían cómo iba a reaccionar».
Saioa le oyó llorar, pero no le dejaron verlo. Se lo llevaron a hacerle pruebas. «Al meno, me lo podían haber enseñado», lamenta. Nerviosa, fue a neonatos. «No podía respirar por sí solo y había que ir viendo hora a hora», precisa.
Esta joven relata el sinfín de altibajos que tuvo su hijo a lo largo de 28 agónicos días en los que luchó por su vida. «Tuvimos que desconectarle». El cirujano que lo hizo fue «bastante desagradable» porque, según explica, «no paraba de decirnos que el bebé iba a morir. Ya lo sabíamos, pero no era necesario repetirlo». Saioa y Beñat pudieron despedirse del pequeño. «Murió en mis brazos, fue el único momento en el que pude tenerlo», zanja.
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