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Llevamos toda la vida escuchando eso de que Bilbao es una ciudad anglófila, que siempre ha observado con honda admiración y con muchas ganas de ... copiar lo que sucede allá al norte. La idea viene de la alta burguesía de finales del siglo XIX y principios del XX, que comerciaba con los británicos y aprovechaba para importar aficiones, formas de vestir, diseños de bandera y, por supuesto, institutrices. Así que, en cierto modo, hoy se ha cumplido una vieja aspiración de la sociedad vizcaína: Bilbao ha podido ser Inglaterra por un día, se ha convertido en un extraño condado a mitad de camino entre Manchester y Londres. Pero, claro, a lo mejor no era exactamente esto lo que se imaginaban aquellos personajes ilustres del pasado mientras echaban la partida de bridge.
Bilbao ha adoptado hoy costumbres inusuales. Se ha podido ver, por ejemplo, a grupos de espléndidos ejemplares británicos metiéndose entre pecho y espalda un desayuno inglés en el Iru-Anai de la castiza Iturribide, o a otros zampándose pollos asados en el Ensanche cuando aún no habían dado las doce del mediodía. Pero, en fin, sobre todo se les ha visto beber prodigiosas cantidades de cerveza, para qué vamos a dar más rodeos. Más que una ciudad inglesa, Bilbao parecía un pub inglés: no vamos a escandalizarnos por eso, porque tampoco nuestra afición se suele dedicar a la cata de aguas cuando toca partido fuera.
Los ingleses, miles y miles, aparecían por todas partes. Los había más gregarios y los había más exploradores, pero aquí vamos a romper una lanza contra las generalizaciones haciendo una primera escala en el Guggenheim. A eso de las once de la mañana, iban pasando grupos de hinchas de ambos equipos para retratarse delante de Puppy y apreciar los destellos del titanio. Por ejemplo, Stephen Hunt, que lucía una camiseta en la que el osito Paddington llevaba la equipación del Manchester United. «No tenemos entrada para el partido, somos parte de esos 20.000 que hemos venido de Manchester sin ticket. Estamos en un cámping en San Sebastián. Ayer salimos de tapas y tomamos vino tinto y hoy queremos comer pescado. Y también vino tinto», detallaba Stephen, acompañado por hijos y nietos. Vaya, queríamos hablar del museo y se cruzó el rioja. Por cierto, la familia ha venido vía Bruselas y Toulouse, y desde ahí en coche alquilado, y vuelve con escala en Venecia. «¡Hacemos una gira por cuatro países!».
Esto de repasar los trayectos de los ingleses se está convirtiendo en un género periodístico en sí mismo. Solo uno más, porque da rabia desperdiciarlos: Stephen Horan lleva una coqueta boina roja del Manchester United, que no parece mala indumentaria para esa ciudad híbrida que ha sido Bilbao hoy. «¡Me encanta la txapela!», se exalta, clavando la pronunciación. Él y su hijo han hecho Manchester-Mallorca y Mallorca-Asturias para tomar un bus hasta Santander, donde se alojan. Luego volverán por Bruselas. Pero tienen la peculiaridad de que, antes de eso, Stephen viajó a Manchester desde Tailandia, donde reside. «Tengo una hermosa esposa allí», aclara. Solo le falta aprenderse la expresión 'de quitarse la boina'.
La 'fan zone' de El Arenal estaba muy animada, pero a la vez bastante formal. Por allí andaba la charanga Sama Siku, de Santutxu, y los ingleses recibían con agrado esa explosión festiva, ¡alguno hasta bailoteaba con el himno del Athletic! ¿Han preparado repertorio especial para nuestros invitados? «Nada, pero cosas para este público también tocamos: 'Sweet Caroline', 'I Will Survive'...». Ah, esta 'fan zone' es tan neutral que hasta se encuentran grupos mixtos: Hamza Boutiff y Tankz (de quien ni siquiera sus amigos saben el apellido) apoyan cada uno a un equipo. «Somos de Londres, pero yo nací del United», explica Hamza. ¿Y discuten mucho? «Jamás. Tenemos problemas más importantes en la vida que el fútbol», sentencia Tankz, que tiene pinta de ser temible si se enfada. Sembremos la discordia: ¿un pronóstico para el partido? Tres a uno para el Manchester, cinco a cero para el Tottenham, y no, no pasa nada.
Las dos aficiones se han repartido Bilbao de forma singular. Los del Manchester andaban por su 'fan zone' de Etxebarria, escuchando himnos musicales de su tierra (Joy Division, Stone Roses...), pero sobre todo han ocupado la Plaza Nueva: los bajos de Euskaltzaindia parecían un museo de pancartas del Manchester United, distribuidas en tres niveles, aprovechando los andamios, hasta alcanzar la balconada. Por ahí arriba andaba Chris Mellor colocando un par más, la número trece y la número catorce. ¿Se encarga usted del trabajo duro para todos? «Luego les cobro», se reía. Los forofos del Tottenham, en cambio, sí han acudido masivamente a su recinto de Amezola, además de hacerse fuertes en calles cercanas como Zugastinobia. Por el contrario, Ledesma y Pozas no estaban muy frecuentadas, aunque había bares con más movimiento: igual que los emigrantes prefieren afincarse en sitios donde ya vive gente de su pueblo, los hinchas tienden a entrar en locales donde ya reposta alguien de su equipo, y por eso el Ziripot acabó siendo del United y el Anaiak, del Tottenham.
Pero el epicentro de la acción más intensa era la Plaza Nueva. Ya ocurrió el día del partido contra el Athletic, cuando se montaron allí exaltadas competiciones de cánticos entre ambas aficiones. Hoy eran todos del Manchester y coreaban a una: desde «follow, follow, follow, 'cos United are going to Bilbao», que parecía el hit del día, hasta palabras indescifrables (y seguramente irreproducibles) para tres gallardos del Tottenham que han osado cruzar la plaza de lado al lado. La gran atracción eran los balones: se trataba de chutarlos hacia el cielo para ver si había suerte y se quedaban en algún tejado, aunque los ingleses, grandes conocedores de Isaac Newton, sabían que lo más probable era que cayesen a plomo. Y entonces se rifaba un buen pelotazo en la cocorota. Había un suministro incesante de balones, pero uno de ellos lo ha acabado metiendo en un balcón Frankie, de 12 años, que no parecía entender muy bien por qué le jaleaban en vez de abroncarle. «¡El nuevo Wayne Rooney!», voceaba un adulto, más crío que el crío.
Allí a lo mejor se les habría mustiado la anglofilia a aquellos eminentes personajes del pasado. Pero vamos a acabar con tres notas positivas. En mitad del loco frenesí, todo el mundo se mostraba enormemente educado: «Qué bien lo están pasando», aprobaba benévolamente una señora bilbaína a la que cedían el paso cuando acertó a entrar en la plaza. Otro rasgo: a un metro escaso del gamberrismo, Mitat Biçaru, albanés afincado en Manchester, se estaba zampando en la terraza del Víctor Montes una chuleta que era como para hacerle un retrato. «Somos muy afortunados, hemos acabado comiendo aquí: yo también he sido cocinero, en un restaurante griego, así que hacíamos más cordero: ¡esto está delicioso!», se deleitaba Mitat, a quien todos llaman Toto. Y, en fin, había amistades florecientes como la de Kyle Woods y Drew Nesbitt, forofos del Tottenham, y Lennox Tyler, del Manchester, que bebían sangría juntos en El Arenal y hacían una de esas declaraciones que habrá que valorar mañana: «Nos hemos conocido en Mundaka, donde nos alojamos los tres. No creo que haya que tener miedo de que nuestras aficiones estén juntas: hemos venido a pasarlo bien, pero con respeto. Una final así entre ingleses no es algo que pase muy a menudo», decían. Y Kyle, del más humilde Tottenham, añadía: «Sobre todo, a nosotros».
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