«Es una herida de por vida»
Zaldibar, un año después ·
Emoción. Los hijos de Alberto y Joaquín se reencuentran en las cercanías del vertedero para recordar a sus aitas en la víspera del aniversario del sucesoHace hoy justo un año la misma tragedia arrebató a dos hombres «buenos» de sus familias y destrozó la vida de cuatro jóvenes. Los hermanos Laura, Fran y Pablo Beltrán, de 25, 22 y 18 años, y Nahia Sololuze, de 33, no se conocían entonces, pero su alma quedó marcada por la misma cicatriz, y el dolor se tornó en una suerte de cordón umbilical que les unió.
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Un año de la catástrofe del vertedero de Zaldibar
Hace hoy justo un año, una avalancha de residuos mató a sus padres, Joaquín y Alberto, de 51 y 62 años, compañeros en el vertedero de Zaldibar. Los dos salieron de sus casas de Zalla y Markina para trabajar y no pudieron regresar. Dejaron besos y abrazos pendientes, palabras nunca pronunciadas.
Los siguientes fueron los «peores días» para sus hijos, en quienes su legado pervivirá aun cuando el olvido sepulte sus nombres y los ecos del desastre. Enseguida supieron que tardarían en recuperar a sus aitas de entre las toneladas de basura. Y con el paso de los días, las esperanzas decayeron.
El 16 de agosto, los operarios hallaron un cuerpo. Las pruebas de ADN confirmaron que se trataba de Alberto. Allí fue cuando su hija Nahia se encontró por primera vez con Fran Beltrán, el hijo mediano de Joaquín. «Los técnicos nos dejaron solos. Fue un momento muy íntimo y especial, porque él conocía a mi aita, aunque yo al suyo no, solo de oídas».
«Tengo un vínculo que no tengo con nadie. Entiendo por lo que están pasando y sólo les puedo decir que no pierdan la esperanza»
Los restos de Alberto recibieron en Markina un esperado y merecido último adiós. El 8 de septiembre, en el sepelio, Nahia conoció al resto de los hijos de Joaquín, al que siguen buscando entre los escombros. Este pasado miércoles volvieron a encontrarse, esta vez cerca del vertedero, para recordar a sus padres e insistir «que no olvidan». Porque la memoria siempre repara. La memoria siempre hace justicia.
Nahia ya esperaba en la zona cuando los hermanos Beltrán llegaron en su coche. Laura, la mayor, con un colgante dorado al cuello con el nombre de su padre. Las restricciones sanitarias impiden los abrazos pero no la complicidad, la mutua comprensión. Casi hasta la hermandad. Hablan de lo ocurrido y del paso del tiempo entre lágrimas. Es la primera vez que los hijos de Joaquín se acercan a la zona. «Es como salir de una burbuja», deslizan. «Es un lugar que quiero borrar de mi vida», se sincera la mayor. No desean que se asocie con la memoria de su padre, ni con la de Alberto. «Queremos que descansen en paz y que se les recuerde por quienes fueron, no por este sitio».
«¿Cómo está vuestra ama?, se interesa Nahia. Laura se había independizado, pero regresó a casa cuando todo ocurrió. «Está atrapada en ese día. Está mal. No sale de casa». La respuesta impacta. «Necesita estar en casa arropada, al margen de todo, y llevamos todo el año encerrados con ella», confiesan sus hermanos. La pérdida de su padre en circunstancias tan trágicas les sigue desgarrando el alma, un dolor que solo intuyen las personas que han cruzado el mismo tormento de desesperación, de noches en vela que apenas apagan los ansiolíticos.
Por eso entre los hijos de las víctimas se creó una conexión especial. «Tengo un vínculo con ellos que no tengo con nadie. Entiendo por lo que están pasando mejor que nadie y sólo les puedo decir que no hay que perder la esperanza. Pero no hay consuelo. Las palabras de ánimo no ayudan, no valen de nada», argumenta Nahia. «Lo único que les puede ayudar es que encuentren a su aita. Yo es cuando comencé a poder dormir. Hasta entonces me costaba, tenía pesadillas. He empezado a descansar y a ver todo de otra forma y espero que ellos puedan hacerlo algún día», desea.
Mismo libro, pero otra página
El hallazgo de Alberto significó también para los hijos de Joaquín «alivio y alegría». Fue un «chute de esperanza». Pensaron entonces que recuperar a su padre sería cuestión de poco tiempo. Pero han pasado los meses y «todo sigue igual», lamenta Laura muy emocionada. «Para mí es como si hubiese ocurrido ayer. Todo es horrible y muy largo. Es muy duro cerrar la puerta de casa sin que haya llegado», asegura.
La pérdida de sus aitas «es una herida de por vida con la que tenemos que aprender a vivir», asumen todos. Los hermanos esperan que las tareas que se siguen desarrollando en el vertedero pronto lleguen a buen puerto y puedan superar el duelo. «Aunque no vayamos a tener la misma vida, porque es imposible, lo necesitamos para poder seguir. Así por fin podremos descansar, dormir una noche completa sin ayuda. El libro va a ser el mismo, pero podremos pasar página», relatan.
Para Nahia, el año transcurrido también ha sido «un mal sueño». «Ha habido tantas emociones, tanta incertidumbre. No me ha traído nada bueno. Lo quitaría del calendario». «Espero que algún día los cuatro podamos mirarnos y decir 'mira por todo lo que hemos pasado', y sonreír».
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