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Igor Barcia
Viernes, 8 de mayo 2015, 01:42
Montmeló supone para la Fórmula 1 actual la llegada del Mundial a Europa. Después del periplo por otros continentes con las pruebas de Australia, Malasia, China y Barein -lugares hasta donde ha llevado el Gran Circo Bernie Ecclestone en su afán expansionista y recaudatorio- la F1 llega este fin de semana 'a casa', a los grandes premios con historia, donde compitieron los más grandes. Barcelona es la puerta de entrada a las pruebas con más poso del calendario, y pese a que el trazado barcelonés no cuenta con la tradición de otros -este año se cumplen los 25 años de su estreno- sí es cierto que el Gran Premio de España de F1 cuenta con una muy larga trayectoria en el mundo del motor. Lo que sucede es que ha tenido hasta cinco escenarios diferentes -Pedralbes, Montjuic, Jarama, Jerez y Montmeló-, pero lo cierto es que entró a formar parte del Mundial de Fórmula 1, estrenado en 1950, en su segunda edición.
Esa itinerancia de circuitos se acabó en 1991, cuando el GP de España recaló de nuevo en Barcelona, pero esta vez a un circuito nuevo y que con el paso de los años ha recibido todo tipo de elogios por parte de los pilotos, como es el Circuit de Catalunya o Montmeló. Por eso, en esta ocasión nos vamos a centrar en una de las figuras de la F1 que vivió allí las dos caras de la moneda, la del éxito por partida triple -ganó en 1998, 1999 y 2000- y la del fracaso -tuvo un día para olvidar en 2001-. Se trata de Mika Hakkinen, el finlandés que fue doble campeón del mundo con McLaren y que sumó 20 victorias y 56 podios en su trayectoria en la F1 entre 1991 y 2001.
Su relación con el GP de España fue bastante negativa en sus inicios, con varias retiradas en su haber, hasta que enlazó tres victorias consecutivas que lo convirtieron en su prueba predilecta. Pero nos vamos a centrar en su última carrera en Montmeló, en 2001, cuando una derrota cruel sirvió para engrandecer al doble campeón mundial nacido en Vantaa en 1968, que inició su carrera en los karts y que fue protegido de otro campeón del mundo, Keke Rosberg. Con la ayuda de éste y su talento como piloto, fue escalando por diferentes categorías hasta debutar en el Mundial en 1991 como piloto de Lotus. Allí estuvo dos temporadas, y el resto compitió para McLaren, donde cosechó dos títulos mundiales en 1998 y 1999 antes de que Michael Schumacher y Ferrari instauraran su dictadura.
En 2001, su último año, todo indicaba que las cosas iban a ser iguales al anterior, con dominio de la Scuderia. Así lo indicaba su inicio de temporada. Retirado en Australia y Brasil, sexto en Malasia y cuarto en San Marino, quedó descolgado muy pronto de la batalla por el título. Pero el quinto Gran Premio se celebraba en Montmeló, y el 'finlandés de hielo' quería extender por todos los medios su racha de victorias en el trazado catalán. Así que gracias a su orgullo, los aficionados pudieron disfrutar de uno de esos espectáculos que perduran en la memoria con el paso de los años.
En los entrenos, Hakkinen ya avisó de sus intenciones. Schumacher, con dos victorias y un segundo puesto en el inicio de temporada, marcó el mejor tiempo, pero el finlandés estaba pegado a él mientras el resto ya quedaba a medio segundo o más. En la salida, el alemán mantuvo a raya a su rival, pero ambos comenzaron a escaparse del resto, como si se disputaran dos pruebas.
Reacción ejemplar
El espectáculo comenzó con la primera parada en boxes. Primero lo hizo Schumacher, y Hakkinen lo aprovechó para hacer cuatro vueltas espectaculares, al límite. Cuando él entró, el de Ferrari le devolvió el golpe con la vuelta rápida, así que las cosas quedaron como estaban, a la espera de la segunda parada. Los movimientos se repitieron, pero esta vez el rendimiento del finlandés en el intervalo fue tal que cuando regresó a la pista, lo hizo con cuatro segundos de renta sobre Schumacher.
Cuando todos pensaban que el alemán volvería a la carga, unos problemas de vibración en un neumático le forzaron a tomar precauciones. Mejor un segundo puesto que quedar fuera de carrera, porque la diferencia con el resto de pilotos era tal que no había problemas en reducir el ritmo. De hecho, el ritmo que mantenía Hakkinen era tal que todos estaban doblados menos el campeón del mundo. Así que afrotó la última vuelta con 40 segundos de ventaja y dispuesto a subir al podio por cuarta vez consecutiva cuando de forma inesperada su ritmo descendió al paso por la primera curva. De hecho, sólo aguantó unas pocas más mientras una humareda delataba un problema grave. A falta de cinco para la llegada, Hakkinen tuvo que aparcar su monoplaza fuera de pista porque su embrague había dicho basta a medio circuito de la meta. El hecho de ir al límite pese a tener la victoria en sus manos pasó factura al motor de su monoplaza.
Pero lo mejor fue su reacción. Más allá de su decepción o abatimiento, salió del monoplaza y saludó a la grada como agradecimiento por su apoyo. Tal había sido su exhibición que cuando Schumacher pasó junto a él en la vuelta de celebración se ofreció a llevarle a boxes, pero Hakkinen esperó a su compañero David Coulthard, que fue quien le llevó hasta allí. Schumacher, en un gesto entre campeones, se acercó y le dio un abrazo, como signo de reconocimiento por la batalla que habían librado ambos vuelta a vuelta, exprimiendo hasta el límite sus monoplazas.
Después de aquel espectáculo, el finés todavía tendría tiempo para celebrar dos victorias antes de cerrar su carrera deportiva en la F1. Lo que primero fue un año sabático, después se convirtió en una despedida sin vuelta atrás. En su haber, dos títulos y el reconocimiento a su talento.
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