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Choque entre ambos equipos el pasado mes de agosto en Sídney.
Que gane el mejor
Rugby

Que gane el mejor

Ha llegado el gran día. Un Nueva Zelanda y Australia en Twickenham con el título mundial de juego. No se puede pedir más.

Jon Agiriano

Sábado, 31 de octubre 2015, 01:09

Ha llegado el gran día y no es exagerado decir que, después de seis semanas de competición, ha llegado de la mejor manera posible. Los dos mejores equipos del mundo, los únicos que permanecen imbatidos en el torneo, se enfrentarán a partir de las cinco de la tarde en la catedral del rugby, Twickenham. Curiosamente, será la primera vez que Nueva Zelanda y Australia se enfrenten por la Copa Webb Ellis. El partido lo tiene todo. Quizá la rivalidad entre estas dos selecciones no sea tan telúrica como la que los neozelandeses tienen con los sudafricanos, quizá hoy no tiemble la tierra, las madres escondan a sus hijos y los hombres tengan miedo, como dicen en Sudáfrica que sucede cuando los Boks y los Blacks marchan hacia el infierno, pero la lucha no podrá ser más enconada y emocionante.

Parten como favoritos los hombres de negro. Siempre lo hacen y no hay que extrañarse. Sus resultados de los últimos años les avalan como el mejor equipo del planeta. Incluso como el mejor equipo de todos los tiempos, como dijo Heyneke Meyer. Durante las últimas horas, sin embargo, a medida que se acercaba la final, el favoritismo de los pupilos de Steve Hansen ha ido disminuyendo un poco. Al menos esa ha sido mi impresión. El motivo está claro y no creo que los verdaderos expertos me corrijan. Digamos que es doble. Por un lado está la contrastada mala gestión de los nervios de los All Blacks en los grandes partidos de los Mundiales. Por otro, la fortaleza extraordinaria de los 'wallabies', lo que algunos han dado en llamar la pared australiana. Para muchos aficionados, entre los que me encuentro, el mejor momento de esta VIII Rugby World Cup han sido los diez minutos en los que Australia estuvo defendiendo en inferioridad Will Genia y Dean Munn habían sido amonestados las terribles acometidas de Gales sin conceder el ensayo. Fue épico ver a aquellos hombretones defendiendo cada palmo de terreno como si les fuera la vida de un hijo en ello.

Si al recuerdo de esos minutos heroicos se añade el de los problemas que tuvieron los All Blacks para aguantar a la fortísima delantera de Sudáfrica durante la primera parte de la semifinal Kaino y Read sufrieron lo que no está en los escritos y concedieron varios golpes de castigo que Foley convirtió con su frialdad de francotirador, se hace fácil de entender que los neozelandeses no las tengan todas consigo. Uno de los que tiene la mosca detrás de la oreja es Jonah Lomu. El mítico ala de los All Blacks recordó el martes que Australia ha sido el único equipo capaz de ganar a Nueva Zelanda este año lo hizo en agosto en Sidney (27-19) y ganó la Championship y puso el foco en la tercera línea de los wallabies. «La diferencia es que, en este momento, Nueva Zelanda sólo tiene a Richie McCaw en esa línea, mientras que Australia cuenta con Hooper y Pocock trabajando juntos. Su velocidad en el 'breakdown' le causará a los All Blacks más de un dolor de cabeza y será interesante ver cómo consiguen frenarlos», comentó.

Lomu exageraba un poco sobre la soledad de MacCaw, pero es cierto que la batalla en el breakdown puede ser decisiva. Y en esta faceta David Pocock está siendo una de las sensaciones del Mundial por su dinamismo, su fuerza y su olfato de sabueso para recuperar balones. De su entrega no hace falta decir nada. Basta con recordar cómo le quedó la cara tras el partido contra Argentina. El duelo de sietes entre él y MacCaw puede decantar el título. En este sentido, es posible que el último partido del gran capitán de los All Blacks con su selección vaya a ser el más exigente de todos. Y estamos hablando de un tipo que ostenta el record mundial de internacionalidades (147) y de capitanías con su selección (110); por no hablar de su antológico palmarés: un título mundial en 2011, tres trofeos de mejor jugador del año (2006, 2009, 2010), 10 títulos del Tres Naciones y Championship y 4 títulos del Súper rugby con Crusaders.

En Australia le conocen muy bien. De ahí que le teman tanto y que sean los primeros en criticarle por su habilidad para manejarse en las fronteras del reglamento con la sabiduría del mejor contrabandista. A principios de semana, el 'Daily Telegraph' de Sidney, que le acusó de haber dado un codazo al sudafricano Louw en las semifinales, dijo de él que es una plaga, le caricaturizó en forma de larva y llamó a los jugadores de Michael Cheika a comérsela. Al fin y al cabo, explicaban, las larvas forman parte de la alimentación tradicional aborigen. El seleccionador australiano no quiere polémicas, sino concentrase en lo esencial. Sabe que si su delantera se impone en amplias fases del partido y los All Blacks conceden demasiados golpes de castigo, como les sucedió con los Boks, su equipo tiene muchas opciones de victoria, ya que defendiéndose su poderío es enorme.

Esta lectura la comparte Steven Hansen; de ahí que lleve días intentando concienciar a sus jugadores de que jueguen con toda el alma pero con la máxima inteligencia posible, sin conceder regalos en su campo. Sabe que si sus chicos consiguen ese equilibrio son una máquina imparable.

Arbitra Nigel Owens, toda una garantía. Todo un personaje. Se quejan en Australia de que con él Nueva Zelanda ha ganado el 89% de sus partidos, pero lo cierto es que esa estadística valdría con cualquier otro árbitro. Lo dicho. Ha llegado el gran día. Disfrutémoslo. Disfrutemos incluso de la imparcialidad, que a mí me ha sobrevenido de repente. Siendo niño me hice de Gales por Gareth Edwards, con los años me rendí a la Francia del rugby champán y pasado el tiempo sucumbí a la tentación de los All Blacks, que era como sucumbir a la perfección. Pero resulta que mi hijo pequeño se ha hecho de Australia por una razón de peso: Stephen Moore, su capitán, le recuerda a Azog el profanador, el terrible orco blanco de 'El Hobbit', y le ha cogido cariño. De manera que ya me da igual. Que gane el mejor. Es lo que le digo a mi hijo.

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