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Un momento durante la prueba.
A ‘Purito’ no le basta con sus piernas
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A ‘Purito’ no le basta con sus piernas

El catalán, quinto, llegó a contrapié al final de la carrera olímpica y no pudo con la arrancada del belga Van Avermaet.

J. Gómez PeñA

Sábado, 6 de agosto 2016, 03:06

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Copacabana no es lo que parece. Parecía que la selección española, con Erviti y Castroviejo al volante, mandaba. No. Cuando se descubrió su fragilidad, Nibali, Henao y Majka se les escaparon al cavar la zanja que parecía definitiva ya en el puerto de Vista Chinese, la pagoda que mira al arenal más famoso de Río de Janeiro. Iban tres. A todos les salían las cuentas. A medalla por cabeza. Sólo había que bajar a recogerlas a la playa. ¿Sólo? Aquí nada es lo que parece. En un circuito de alta montaña, el descenso decidió más que las rampas: Nibali y Henao patinaron en un endiablado y traidor zigzag de curvas. Henao, tirado en el suelo, se dolía. Por los huesos y, sobre todo, por la ocasión perdida. Nibali, sentado en el murete de la breve cuneta, apoyaba la barbilla en sus manos. Silencio desesperado. Eliminados. De repente, ya casi al final, empezaba otra carrera, la que ganó el belga Greg van Avermaet por delante de Fuglsang y Majka, y la que pudo haber ganado Purito Rodríguez, quinto al final. Tenía piernas para una medalla, lamentó el catalán con el sonido de fondo de las olas que mejor vende Brasil.

Copacabana queda mejor en las postales que como realmente es. Nada es lo que parece. Nada de chicas con tangas del calibre de un hilo dental y de tíos mazas. El cemento vertical afea la hermosura de una costa contaminada por tanta gente. A Copacabana la llaman La Princesa del Mar. Buscaba un príncipe para bañarle con el oro del ciclismo olímpico. Se esperaba a Valverde, pero el murciano se quedó sin piernas en un circuito brutal, húmedo, torturador con sus tres devastadores ascensos a Vista Chinese. En su suspiro terminal, el generoso Valverde quiso ayudar a Purito, su amigo, el ciclista que disputaba su última gran carrera antes de jubilarse. Me encontraba bien, dijo Purito. Valverde se puso a su servicio tras un día de ritmo loco, de esos a todo volumen.

Tras el control inicial de Erviti y luego de Castroviejo, la selección se había descompuesto en el segundo paso por Vista Chinese. Sin gregarios, el ciclismo suelta las riendas. Se emociona. Se abre. Caruso, Van Avermaet, Thomas, Ramos, Henao y Taaramae iban en fuga desde el primer paso por el puerto, elevado en la jungla sobre Copacabana. Vista salvaje. Hasta ahí llegó el bozal que había puesto España a la carrera. Castroviejo se apagó. Izagirre no le dio relevo. No pudo. No tenía piernas, confesó el guipuzcoano. La dureza, la humedad, la anarquía. Todo se cobraba su tasa.

Bala en el centro de hípica y explosión controlada

  • incidentes

  • Las fuerzas de seguridad detonaron ayer un paquete sospechoso en las proximidades de la playa de Copacabana, cerca de la meta de la carrera ciclista masculina de fondo, sin que la operación afectara al desarrollo de los Juegos, aseguraron fuentes oficiales.

  • La policía informó de que se trató de un paquete sospechoso en las cercanías de la ruta que llevaban los corredores, pero aclaró que la situación estuvo bajo control. La explosión fue percibida por los asistentes a la competición y provocó carreras y minutos de confusión. Fuentes de la organización indicaron, sin embargo, que la operación no tuvo ningún impacto en la prueba ni obligó a evacuar la zona.

  • Un disparo, mientras tanto, impactó ayer en la sala de prensa del centro de hípica de los Juegos de Río, sin que se produjeran heridos, informó ayer un portavoz de la organización. El tiro se produjo fuera de la sala de prensa, perforó la lona de la instalación y la bala fue recogida en el suelo en el interior del centro para los periodistas. Los responsables de seguridad de Río 2016 están investigando el suceso.

El segundo paso por los muros del 13% de desnivel de Vista Chinese alentó a Fuglsang, Zeits, Yates y Majka. Se subieron al grupo de Van Avermaet. Quedaba el tercer paso. Eso parecía. Y no. Quedaba más: el penúltimo descenso. El tramo elegido para atacar por el camicace Nibali y por su alumno Aru. Ofensiva Italiana. Ahí falló España. No se subió a esa ola. Y ahí susurró Valverde al oído de Purito: Le he dicho que yo no iba bien, que iba a trabajar para él. Purito asintió. Valverde se inmoló por él. La carrera era un tiovívo. Una ruleta. Rodaba la bola de oro de dorsal en dorsal. Purito quiso pararla con la mano. Aceleró en la tercera subida a Vista Chinese. He dado el máximo. Notaba dinamita en sus piernas. Las encendió. Y cazó a casi todos los de la fuga antes de hollar la cima. Pasó revista y supo que faltaban tres: Nibali, el más ambicioso de todos, Henao y Majka. Las tres medallas que volaban 200 metros por delante. Eso parecía desde abajo, desde la meta de Copacabana, sin tangas ni bíceps. Con chanclas y sobrepeso.

Nibali, beneficiado por la presencia mayoritaria de corredores del Astana -su equipo- en el fuga, ya acariciaba el podio. Henao y Majka, también. Tres medallas para tres. Hasta que un patinazo les abofeteó en la cara. Al suelo. Sólo Majka sorteó esa carambola. El oro le esperaba al polaco diez kilómetros más allá, en el paseo más fotografiado de Brasil, con el sol alumbrando el Pan de Azúcar. Copacabana. Princesa. La postal de cada fin de año que da la vuelta al mundo con sus fuegos artificiales y su Reveillon. Majka, boqueando, la acarició. El título parecía suyo. Qué va. Detrás, Van Avermaet, presente en cada momento clave de la carrera, se alió con Fuglsang. Purito les vio marchar. Había gastado su munición. Por segunda vez en el mismo día, tres rivales se le iban. Ya no tuvo respuesta. Su despedida del ciclismo no iba a ser de oro. Ese metal parecía ya de Makja. Tampoco. Se reía Copacabana del pronóstico. Aquí las fotos engañan.

Copacabana se decidió por el ciclista que menos dudó, el belga Greg van Avermaet. Tras haber sido líder en el pasado Tour, mereció el oro de Río. Con Fuglsgang, atrapó al acalambrado Majka ya en el último kilómetro. Van Avermaet es rápido, un clasicómano con la París-Tours en su palmarés. El príncipe esperado era él. Coronado en la playa que mejor queda en la postal de Brasil. Se la envió a los suyos. A la memoria de su abuelo ciclista, a su suegro ciclista, a su cuñado ciclista. Hasta le pusieron nombre ciclista: Greg, por Greg LeMond. "A mí no hay que contarme la historia del ciclismo. La aprendí desde pequeño", declaró el ciclista belga que casi fue portero titular del Beveren. El fútbol parecía su destino. Y no. A su madre, que no fue ciclista, un futurólogo le dijo que el niño iba a triunfar en un deporte sin balón. Así que Greg egresó a casa, a la tradición familiar, al ciclismo que le ha premiado con el título olímpico, el único honor que dura cuatro años en este deporte. Un pedazo de eternidad que Purito, pese a tener piernas para lograrlo, no tocará ya nunca con sus manos.

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