Van Gaal, un ogro innovador e inteligente
La muerte de su yerno y de una hermana habían provocado que ayer expresase su intención de retirarse, aunque horas después el exentrenador del Barça matizaba sus palabras
Jon Agiriano
Miércoles, 18 de enero 2017, 01:39
Louis Van Gaal se había tomado un año sabático tras su salida del Manchester United y, aunque en las últimas semanas algunos medios habían comenzado ... a especular sobre su posible retirada a la edad estricta de la jubilación (65 años), nadie se lo acabó de creer. Se hacía muy difícil imaginar a un hombre como él alejado de los campos de batalla del fútbol, sin poder disfrutar del inconfundible olor a napalm por las mañanas, dedicado a cuidar su jardín o a pasear por las playas del Algarve con los pantalones doblados hasta la rodilla. Desde los Emiratos Árabes y desde China, además, le llegaban ofertas mareantes. Las muertes recientes de su yerno y de una hermana, sin embargo, lo han trastocado todo.
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En declaraciones al diario De Telegraaf, Van Gaal explicó sus intenciones el pasado domingo. «Han sucedido tantas cosas en mi familia que me he visto obligado a mirar las cosas de manera diferente. Había dicho, después de dejar el Manchester United, que pararía, luego cambié de idea y pensé en un año sabático. Pero ahora creo que no volveré a entrenar». Aunque anoche volvió a matizar sus palabras para asegurar en el programa 'El Larguero' de la Cadena Ser que «estoy en un año sabático y luego decidiré si sí o no» se retira. « Dependerá también de ofertas», añadió.
A falta de que el tiempo confirme la veracidad de esta despedida, ha llegado la hora de repasar y valorar, en su justa medida, la figura de uno de los grandes entrenadores de las tres últimas décadas. Porque esto ha sido Louis Van Gaal y es lo primero que debe destacarse al referirse a él. Todo lo demás es secundario: sus broncas con los periodistas -«Tú siempre negativo, nunca positivo»-, sus ataques de ira con algunos jugadores, sus reacciones teatrales en el área técnica, sus viejas polémicas con Cruyff o Ronald Koeman, sus manías de general puntilloso y cercano al delirio, su inolvidable guiñol -un muro de ladrillo- en Canal Plus... Hay que hablar de ellas, por supuesto, para completar su retrato, pero siempre después de subrayar lo esencial, es decir, su gran magnitud como técnico.
Por supuesto, no sólo se trata de su currículum, de todos los trofeos y distinciones que Van Gaal ha ido acumulando desde que, en septiembre de 1991, a los cuarenta años, se hizo cargo del Ajax tras la marcha al Real Madrid de Leo Benhakker, de quien era asistente. Han sido 20 títulos, entre ellos una Champions, una UEFA, 7 Ligas y 4 Copas, una en cada uno de los cuatro países donde ha entrenado. Salvo en la selección de Holanda, puede decir que ha triunfado, en mayor o menor medida, en los cinco equipos a los que ha dirigido: Ajax, Barcelona, AZ Alkmaar, Bayern y Manchester United. Van Gaal, sin embargo, trasciende a los títulos. Aunque nunca ha sido un hombre modesto, tampoco es uno de esos entrenadores que van por ahí alardeando de ellos como un general ruso de las medallas que lleva en el uniforme. Su orgullo es otro. Tiene más que ver con la extraordinaria nómina de futbolistas a los que alumbró (Davids, Seedorf, Kluivert, Puyol, Valdés, Reina, Xavi, Iniesta, Müller o Alaba, por citar a los más destacados) y con una idea de fútbol que siempre le ha identificado y le ha convertido en una referencia.
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Una referencia
Van Gaal quiso ser original. No se limitó a copiar antiguos guiones. Fue capaz de innovar, de crear un sello propio, como hizo Arrigo Sacchi y, antes de él, Johan Cruyff, al que nunca pudo tragar. Quizá el germen de esa desafección visceral fuera que él había sido un central tosco que no pudo llegar a debutar en aquel Ajax al que la gran estrella del fútbol holandés subió a los cielos. Quién sabe. La realidad es que no le apreciaba como técnico y que no soportaba verle caminar sobre las aguas. De hecho, se cuenta que, a los pocos días de llegar al Barça, entró al vestuario, se señaló la nariz, comenzó a olfatear el aire y acabó murmurando con desprecio: «Aquí hay mucho Cruyff». La idea de fútbol de ambos no era ni mucho menos antagónica. De hecho, tenía una base común: buen trato al balón y juego de ataque. Van Gaal, sin embargo, siempre estuvo convencido de que había ido más allá que Cruyff, que su 3-4-3 (más tarde abierto a un 4-3-3) con el que llevó a un jovencísimo Ajax a ganar su última Copa de Europa en 1995 era un concepto superior.
La gran diferencia era el sistema de presión, que inspiró a otro técnico de referencia que quiso recorrer su propio camino: Marcelo Bielsa. Luis Enrique recordaba en una entrevista la principal peculiaridad de Van Gaal. «Una de las cosas que más nos sorprendió es que nos incitara a presionar, dejando nuestra marca, al primero que tuviéramos delante. Esto te desubicaba. Ostras, vale, yo me voy a presionar, pero como el que venga detrás no presione a mi hombre, el mío se queda sólo. Y él decía: Tú olvídate, despreocúpate del tuyo, vete al de delante, que del tuyo se encargará el de detrás. Era una táctica de confianza recíproca con tu compañero», recordaba el asturiano. Exactamente igual que la apuesta de Bielsa por las prolongaciones en marcajes individuales. O solidaridad o muerte. A ese umbral fatal llegaba el reto táctico.
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Se trata de modelos que exigen perfección y, por tanto, son muy tentadores para personas inteligentes y obsesivas. Intratables en algunos casos. Hijo menor en una humilde familia de nueve hermanos, Van Gaal ha sido un radical del orden. De su orden. Siempre ha querido tener todo bajo control, bien dispuesto a partir de la tiranía de una disciplina estricta. El periodista Ramón Besa contó una vez que Stoichkov se ganó su primera reprimenda por ponerse a beber agua antes de tiempo. «Ya diré yo cuándo se puede beber, ahora se entrena», le dijo. Sus broncas de ogro han sido memorables. Es famosa la que recibió Khalid Sinouh, portero holandés de origen marroquí. Van Gaal se encaró con él durante un entrenamiento del AZ. «Me gritó con tanta fuerza que su dentadura salió volando. Recogió los dientes rápidamente, se los metió en la boca y me siguió gritando». Hablamos, en fin, de un cabeza cuadrada con una coraza dura como la lija. Pero también de un sentimental que nunca ha dejado de llorar la pérdida de Fernanda, su primera mujer, el amor de su vida desde la adolescencia, víctima de un cáncer en 1994.
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