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Bale lanza a puerta ante el esloveno Jan Oblak.
El miedo de Oblak ante el penalti

El miedo de Oblak ante el penalti

El fantástico portero del Atlético es una calamidad cuando se enfrenta a las penas máximas, como volvió a demostrar en la final de la Champions

Jon Agiriano

Sábado, 4 de junio 2016, 01:38

«Nadie, nadie se olvida, no, nadie, nadie, nadie». Al acabar la tanda de penaltis que coronó al Real Madrid con su undécima Copa de Europa, me vino a la cabeza el verso final de la famosa 'Oda a Platko' de Rafael Alberti. Y es que yo también estaba pensando en un portero rubio y extranjero, concretamente en Jan Oblak. Tengo al esloveno por uno de los mejores guardametas del mundo. Es más, si pudiera elegir a uno para mi equipo es probable que le eligiera a él por encima de Neuer, Courtois, De Gea o Keylor Navas. De ahí que me quedara estupefacto viendo su actuación en los penaltis. Sí, ya sé que ante el PSV Eindhoven en los octavos de final hizo lo mismo, pero que reincidiera en una final de la Champions me pareció increíble.

Tanto es así que llevo días dándole vueltas a la actitud de Oblak, que prácticamente no hizo ademán de ir a detener ninguna de las penas máximas y en dos de ellas se quedó haciendo la estatua en el centro de la portería, como resignado a una muerte segura. Lo suyo me pareció insólito desde el principio. En el primer penalti, se quedó quieto y movió las manos hacia arriba, como si quisiera dar un susto a Lucas Vázquez saliendo de un callejón oscuro. En el segundo se lanzó hacia su izquierda, pero lo hizo con tan poca convicción que Marcelo golpeó el balón bastante antes de que él comenzara su estirada. El tercero fue casi el peor. Oblak, sencillamente, hizo el don Tancredo en el centro de la portería dejando que un cojo Gareth Bale le batiera con un suave golpeo. En los dos últimos, lanzados por Sergio Ramos y Cristiano Ronaldo, optó por irse a un lado, pero casi con desgana, como si el engaño fuese inevitable.

Viéndole actuar, los hinchas del Atlético sólo podían tener una esperanza: que un futbolista del Real Madrid lanzara fuera o al larguero, como hizo Narsingh en los octavos de final. Esta vez, sin embargo, el que falló fue, precisamente, el héroe de aquella tanda ante el PSV, Juanfran. Y el equipo de Simeone volvió a quedarse con el miel en los labios y a sufrir el peor de los dolores posibles para un colchonero: perder una final de la Champions ante su eterno rival. Esta vez, además, los hinchas del Atlético padecieron un dolor íntimo, casi inconfesable, que no habían sufrido nunca con anterioridad. Me refiero a esa sensación oscura de sentirse no sólo perdedores sino subalternos, de haber sido los sufridos operarios que asfaltaron al Real Madrid el camino hacia la Undécima eliminando los escollos del Barça y el Bayern. Mientras ellos hacían el trabajo duro en los fogones de la planta baja, en fin, en la planta noble los vikingos bebían champán, degustaban manjares y conjugaban, una vez más, el verbo que los atléticos quieren adoptar como estandarte desde que descubrieron las propiedades taumatúrgicas del Cholo Simeone: ganar, ganar y ganar.

Todos sabemos que los porteros son gente muy particular, tipos a menudo solitarios capaces de inspirar personajes atónitos y angustiosos como el Bloch de Peter Handke en 'El miedo del portero ante el penalti'. Ahora bien, eso no significa que no debamos aplicarles, como al resto de los jugadores, el rasero de la lógica. Al menos de la más elemental. Y lo cierto es que no se puede entender de ninguna manera la actuación de Oblak. Ni siquiera teniendo con él la deferencia de suponerle obsesionado hasta el delirio con que iban a tirarle un penalti a lo Panenka y por eso se quedaba quieto. Insisto. No se puede entender. Por muchos motivos. Vayamos con ellos.

El primero es que todos los porteros saben que, si algo tienen que hacer en un penalti, es transmitir temor al lanzador. Y ese temor solo se transmite irradiando confianza en uno mismo. Los hay incluso que emplean pequeñas artimañas para intentar distraer o poner nervioso a su posible verdugo, pero lo fundamental es la determinación. Que es justo lo que Oblak no mostró en ningún momento. También saben los porteros que la decisión que tomen en el lanzamiento deben tomarla con todas las consecuencias. Hay que elegir un lado y volar hacia él antes del golpeo, aunque sin apresurarse tanto se sobreentiende como para que el árbitro mande repetir. Lo que no puede hacer nunca es vencerse a un lado malamente, hincando la rodilla y apoyando el brazo en el suelo, como hizo Oblak en el penalti de Sergio Ramos. Porque, en ese caso, no podría detener la pena máxima ni acertando la dirección de ésta.

Por otro lado, lo del esloveno no es nuevo. Y no lo decimos sólo por lo visto ante el PSV, que por cierto no gustó nada a Simeone ya que le hizo varios aspavientos para intentar bajarle de las nubes. (Por cierto, Oblak significa nube en esloveno). Lo decimos porque su registro en tandas de penaltis en Primera es de 2 parados sobre 28 lanzados. En fin, que detiene uno de cada catorce. El chaval, por lo que sea, es muy malo en esta faceta. Tanto que se está sugestionando con el tema y comenzando a desarrollar, me temo, algo parecido a una fobia. De ahí que se me antoje tan extraño que Simeone y más teniendo a un portero como el 'Mono' Burgos como segundo entrenador no ensayara un montón de veces con él los penaltis antes de un partido como la final de la Champions. Si lo hizo, desde luego, no se notó nada. Ahora que lo pienso, lo de Oblak tuvo que ser una frustración añadida para los colchoneros. Sólo a ellos les pasa que teniendo al mejor portero del mundo no les sirva de nada en las tandas de penaltis.

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