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Jon Agiriano
Viernes, 29 de abril 2016, 21:07
La noticia de que el próximo 20 de mayo la Federación gallega ofrecerá un homenaje a Arsenio Iglesias coincidiendo con un partido entre la ... selección gallega y Venezuela me ha hecho recordar estos días a uno de mis personajes favoritos del mundo del fútbol. El 'zorro de Arteixo' lleva tiempo apartado de los focos, disfrutando de esas pequeñas rutinas que, a cierta edad, a sus 85 años por ejemplo, uno acaba considerando el mejor de los placeres posibles. Estoy seguro de que hasta el propio homenaje le parece algo inoportuno y excesivo, una ocurrencia de gente bien intencionada, y que, si lo ha aceptado, es porque un caballero es capaz de cualquier cosa antes de parecer ingrato.
A los que le admiramos, sin embargo, todos los reconocimientos a Arsenio nos parecen pocos. La verdad es que disfrutamos mucho con él. Y no me refiero solo a sus logros como entrenador durante aquellos años inolvidables en los que todos nos hicimos un poco deportivistas y sufrimos una herida en el alma cuando Djukic falló aquel penalti ante el Valencia que privó a los gallegos del título de Liga. Lo que más me gustaba de Arsenio era el propio Arsenio, su persona y su personaje. Le conocí en enero de 1994 durante una larga entrevista que le hice en La Coruña. Recuerdo que, antes de encender la grabadora, tomando un café, mientras charlábamos un poco de fútbol y él me hablaba con admiración de los jugadores del Athletic de los años cincuenta, los once aldeanos y demás, le pregunté qué tal había sido él como futbolista. Su respuesta se me quedó grabada: «No sé si era bueno o malo, pero tenía salud», me dijo.
Comprendí entonces que me encontraba ante uno de esos personajes dignos de descubrirse, un hombre especial, patológicamente gallego escribí entonces, en el sentido de que concentraba todas las características del arquetipo que se ha hecho de los hombres de su tierra: sencillo, fatalista, supersticioso, mirado para el dinero, un poco descreído, cauteloso, hermético por desconfiado, irónico por afición y dotado como ningún otro miembro del género humano para nadar entre dos aguas. Nuestro diálogo fue una descripción perfecta del personaje. Transcribo a continuación las primeras preguntas y respuestas para que se hagan una idea.
¿Por qué le llaman el zorro de Arteixo?
Hombre, es que a la gente le gusta pintar cosas raras.
Será por alguna zorrería...
No, no...
O por su sabiduría.
¿Sabiduría? ¿Sabiduría de qué?
No lo sé. Supongo que lo dirán por los años.
No, hombre. De sabiduría nada.
¿La veteranía es un grado o un estorbo?
No lo sé. Puede que uno acabe chocheando, ja, ja, y entonces sería un estorbo. Yo creo que todavía no chocheo. Hombre, la experiencia nunca sobra. Ahora bien, lo que no puedes es acabar siendo un rompehuevos.
Le gusta repetir que en el fútbol no queda nada por inventar.
Así es. El entrenador maneja un poco al equipo, busca alguna variación en determinados momentos para fortalecer alguna línea, para presionar sobre algún sitio concreto o para corregir una posición. Lo demás es lo mismo de siempre. Lo que pasa es que se habla mucho, se escribe mucho, se hace mucha poesía y mucha filosofía. Mire, yo jugué en los años cincuenta contra aquel gran Madrid de Di Stéfano, Kopa, Rial y Puskas. Y no he visto que se haya inventado nada mejor que aquel fútbol.
Me lo pasé muy bien con Arsenio. Me encantó su retranca, su alergia a la solemnidad y a la retórica, la manera tan sincera de quitarse importancia por parte de alguien que estaba en la cresta de la ola y podía sacar todo el pecho que quisiera. Arsenio tenía entonces 63 años y una larga carrera como técnico a sus espaldas en La Coruña, Granada, Alicante, Zaragoza y Burgos, pero seguía viendo el fútbol con la naturalidad de aquel chaval humilde, el hijo menor de nueve hermanos, que aprendió a jugarlo descalzo en las campas de Arteixo. El técnico gallego, en fin, me pareció eso que se ha dado en llamar «genio y figura». Releyendo ahora la entrevista, constato que no utilicé en ella esta expresión. Estoy seguro de que no lo hice porque la considero absolutamente deteriorada por su uso excesivo e indiscriminado. La verdad es que, como me sucede con otros lugares comunes, me suenan todas las alarmas cuando la leo o escucho. En ocasiones, hasta noto un desagradable olor a calcetines usados. Pero creo que fui injusto entonces y saldo mi deuda 22 años después. Arsenio, genio y figura.
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