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El técnico azulgrana, en una rueda de prensa el martes.
¿Abracadabra?
Polémica

¿Abracadabra?

Habrá que ver cómo reacciona el arisco Luis Enrique ahora que ya no le funciona tan bien la estrategia de pronunciar la palabra que hacía surgir la magia de la MSN

Jon Agiriano

Sábado, 23 de abril 2016, 00:52

El pasado 26 de febrero, durante su rueda de prensa en el Emirates Stadium de Londres, a Luis Enrique le preguntaron qué es lo que les decía a Messi, Luis Suárez y Neymar, la famosa MSN, antes de saltar al campo. (Hay que recordar que el Barça estaba entonces en la gloria, saltando de nube en nube como Heidi y recibiendo tantos elogios que algunos comenzaban a preocuparse por la indigestión). La pregunta del periodista era dulce y esponjosa como un bizcocho y al técnico de Barcelona debió gustarle porque se permitió algo parecido a una broma o una ocurrencia.

Yo les digo abracadabra y fluye la magia -comentó-.

No hace falta decir que la frase dio la vuelta al mundo. Fueron muchos los barcelonistas que la celebraron. Era bonito pensar en sus estrellas como genios que sólo necesitaban la palabra mágica para salir de la lámpara. La frase de Luis Enrique, sin embargo, tenía un doble fondo del que nadie quiso percatarse en aquel momento de euforia culé. De un modo inconsciente, el técnico asturiano se estaba retratando a sí mismo con una crudeza que le hubiera resultado de lo más ofensiva si llega a escucharla en boca de cualquier otro. Y no digamos de un periodista, especie por la que Luis Enrique siente el mismo aprecio que por las cucarachas. Fue una pena, en fin, que en aquella víspera del partido contra el Arsenal, tras oírle decir lo del abracadabra, a nadie se le ocurriese preguntarle si al Barcelona, por tanto, podía entrenarle cualquiera, con la única condición de que pudiera pronunciar la palabra mágica.

Más pena me ha dado, en cualquier caso, que el pasado domingo, tras la derrota ante el Valencia, justo después de que Luis Enrique se cubriese de gloria intentando humillar a un periodista mofándose de su apellido, algo que ya sólo estilan los niños más estúpidos, alguien entre los más valientes de la sala, porque la cosa necesitaba de mucho valor y podía terminar en un duelo a garrotazos al amanecer, hiciera la pregunta pertinente y despejase la duda que tiene el vilo a la 'gent blaugrana'.

¿Qué ocurre con el abracadabra? ¿Ya no se lo dice a la MSN o es que a veces el conjuro empieza a fallar?

Me encantaría conocer la respuesta de Luis Enrique, al que su equipo, más allá de la exagerada goleada del miércoles en Riazor, se le ha desplomado de una manera que debería rebajarle sus ínfulas, esa soberbia cansina que descorcha ante los periodistas pero se libra muy mucho de demostrar ante sus figuras, siempre intocables y consentidas. Su papel en la derrota contra el Real Madrid en el Camp Nou fue como para destruir una reputación que volvió a quedar erosionada en la eliminatoria de Champions ante el Atlético. Eso por no hablar del hecho insólito de que, por detrás en el marcador ante el Valencia, no es que Luis Enrique no hiciera ningún cambio sino que ni siquiera mandó a calentar a alguno de su suplentes, un síntoma inequívoco de la desconfianza que le inspiran y, por supuesto, de su lamentable gestión de la plantilla esta temporada.

A Luis Enrique, que triunfó en el Barça cuando, tras la derrota en Anoeta la pasada temporada, abandonó el intervencionismo que le pedía el cuerpo, debe intervenir ahora para evitar un naufragio histórico. Veremos cuál es su reacción desde el puente de mando en un momento tan complejo, obligado a jugar sin red las últimas cuatro jornadas. Será un duro examen para él, por mucho que el calendario le sea muy benigno a su equipo. Y será también una buena oportunidad de que demuestre que para ser el entrenador del Barcelona ¡y el mejor técnico del año para la FIFA! se necesita algo más que saber organizar rondos en Sant Joan Despi, elegir un once titular que todo el mundo conoce y decirles abracadabra a Messi, Suárez y Neymar antes de que salten al campo para que fluya la magia. Porque esto, bien mirado, podría hacerlo cualquier aficionado culé. Y sería mucho más barato y, desde luego, menos desagradable.

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