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Jon Agiriano
Sábado, 12 de marzo 2016, 02:50
Que Sergio Busquets es el mejor medio centro defensivo del mundo ya sólo lo ponen en cuestión los votantes del Balón de Oro y del ... resto de los premios que otorga la FIFA en su gala anual. Los demás no tenemos ninguna duda. Muchos, de hecho, llevamos sin tenerla casi desde que, en 2008, Busquets comenzó a jugar en el Barça de Guardiola. Ya entonces, en sus albores profesionales, hubo dos virtudes suyas que me fascinaron: su visión del juego y su frialdad. Me parecía prodigioso que un futbolista de veinte años tuviera esa capacidad innata para tomar buenas decisiones ¡con lo fácil que es equivocarse a esa edad!, y que mostrara unos nervios de acero jugando en una zona del campo tan llena de minas. Donde otros sudaban frío y veían crecer sus primeras canas por la tensión acumulada, Busquets se movía silbando, con una sonrisa despreocupada.
Reconozco que, al principio, pensé que lo suyo era pura inconsciencia. O, mejor dicho, siendo radicalmente sincero: lo que pensé de verdad es que el chaval había heredado el trueno de su padre, aquel portero disparatado que Johan Cruyff eligió como sustituto de Zubizarreta. (Algunos veteranos socios culés todavía no se han repuesto de aquel cambio tan radical, una revolución conceptual y estética que les hizo pasar de Wagner a Loquillo y los Trogloditas sin fases intermedias de aclimatación). Con el tiempo descubrí que no, que a Sergio Busquets no le faltaba ninguno de los tornillos que sostienen la cordura. Lo que le ocurría es que, jugando por delante de la defensa, se sentía en su hábitat. Su naturalidad, por tanto, no debía sorprendernos, como tampoco nos sorprende ver a las cabras montesas saltando de roca en roca sobre el abismo.
Han pasado casi ocho años y Busquets me sigue fascinando. No me extraña que, en la intimidad, los mejores entrenadores del mundo se declaren dispuestos a vender su alma al diablo por tenerle en su equipo. Lo único que me molesta de él es su tendencia a la simulación, a buscar réditos haciendo teatro en los partidos importantes. Ese punto macarra de 'Busy', forjado supongo en las calles de Badiá del Vallés, un pueblo de aluvión construido por el Ministerio de la Vivienda en los años sesenta, puede que sea inevitable, pero me desagrada. Todo lo contrario de lo que me ocurre con su extraordinaria discreción fuera de los terrenos de juego, que es de lo que quería tratar, sobre todo, en este artículo. Y es que Busquets es un caso excepcional de futbolista que sólo habla en el campo. No lo hace en ninguna de las redes sociales, donde las veces que aparece es gracias a la intervención de su esposa, Elena Galera.
Hablamos, pues, de un tipo reservado que va a su bola y que tiene la buena educación de no dar el coñazo 'urbi et orbe' con sus opiniones, ocurrencias, anécdotas y sucedidos varios de su vida privada. Quizá ello le haya costado disfrutar de un mayor reconocimiento y sea la causa de cada año se repita el despropósito de que no sea incluido en el once ideal de la FIFA. Pero somos muchos los que se lo agradecemos de corazón y seríamos muy felices si su ejemplo cundiera. Entre otras razones, porque la vida privada de los futbolistas nos importa lo mismo que un accidente de bicicleta en China, que diría Jupp Heynckes.
Esto último es algo que debería saber el compañero de Busquets que viene a ser su antítesis, el estomagante Gerard Piqué, un egomaníaco de un nivel que en el fútbol sólo soy capaz de encontrar en Jose Mourinho o Cristiano Ronaldo. Todo lo que en 'Busy' es reserva y discreción en su compañero de equipo es indiscreción y afán de protagonismo. Ahora parece que se está promoviendo una campaña en Internet para afeitarle la barba, que seguro que se la dejó precisamente para convertirla en el centro de atención. A veces me pregunto si este chico podría vivir fuera de los focos y las polémicas, si se moriría en el anonimato, incapaz de adaptarse al medio, como un pez fuera del agua.
Reconozco que cada día soporto menos a Piqué, cuya desenfrenada actividad en las redes sociales Periscope es la última es un castigo que no merecemos. Hasta el propio Barça comienza a cansarse del tema. Podría alegar el jugador que la culpa es nuestra por la repercusión insólita que damos a todo lo que hace, incluido lo más estúpido o intrascendente. Y no le faltaría razón. Pero debería comprender que la solución está en su mano. Bastaría con que tuviera un poco de compasión por nosotros y dejara de retransmitirnos en directo su vida, que seguro que a él le parece apasionante pero a los demás nos trae sin cuidado o nos desagrada. Gerard, sisplau, toma ejemplo de Busquets.
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Silvia Cantera, David Olabarri y Gabriel Cuesta
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