

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Jon Agiriano
Sábado, 20 de febrero 2016, 02:12
Le preguntaron el pasado martes a Luis Enrique si sabía dónde estaba la frontera entre la genialidad y la falta de respeto. El técnico asturiano, ... al que sus malas pulgas y su voz de serrucho han convertido en un virtuoso del laconismo (o en un prisionero del mismo, vaya usted a saber), aseguró que no, que no tenía ni idea. Cuando le escuché esta respuesta me entraron ganas de estar en la sala de prensa de Sant Joan Despi y repreguntar: ¿Y no cree usted que el entrenador del mejor equipo del mundo debería saberlo? ¿Acaso no le parece importante tener muy clara esa distinción? Todo esto venía cuento, claro está, del penalti indirecto de Messi con el que Luis Suárez marcó el 4-1 al Celta. La jugada, que dio la vuelta al mundo -en realidad, todavía sigue en rotación porque la bulimia de las televisiones es enorme y no dejan de repetirla-, ha generado una polémica planetaria precisamente respecto a si fue una genialidad o una falta de respeto.
Se está discutiendo mucho sobre el tema y no me resisto a dar mi opinión; entre otras razones porque odio los malentendidos y creo que en este caso, como en otros similares, se ha generado uno de considerables proporciones. Creo que la jugada fue asombrosa y divertida, un homenaje al fútbol, la típica genialidad que se recordará siempre y que los niños no se cansarán de emular. ¿Alguien duda de que el fútbol ha crecido a lo largo de la historia gracias a la savia nutriente de este tipo de lances que rompen todas las convenciones? Mendigos de buen fútbol como decía Eduardo Galeano, ¿no nos hemos pasado la vida buscando y admirando de corazón a los jugadores diferentes, a los capaces de inventar, de hacernos soñar, de convertir lo banal en sublime?
Escucho estos días a algunos torquemadas y no puedo dejar de pensar que esos tipos turbios hubieran llevado a prisión, acusados de escándalo público, precisamente a los futbolistas a los que más hemos querido la mayoría de los aficionados. En su lugar, y en aras del igualitarismo y las rectas costumbres, hubieran triunfado los torneros serios y aplicados, la carne de cadena de montaje. Los poetas estarían en el gulag. Imagino a Sócrates liderando una revuelta, detenido, fusilado y convertido en mártir de la causa. O al pobre Garrincha, allá en Siberia. Me temo que hubiera sido de los primeros en morir, junto a la valla electrificada del campo de concentración, intentando huir, incapaz de no ser libre.
Dicho esto, digresión cinematográfica incluida, me obligo a una inmediata matización. Esos torquemadas de los que hablo son, en realidad, unos impostores. Porque no es que abjuren de la belleza del fútbol y la condenen. No. Su problema es que son unos sectarios y sólo la aceptan cuando la protagonizan los jugadores de su propio equipo. Seamos sinceros. La gran mayoría de los aficionados del Real Madrid que han criticado a Messi por su forma de lanzar el penalti hubieran alabado esa acción de haberla protagonizado Cristiano Ronaldo. Y viceversa. Si al portugués y a Benzema se les ocurre hacer eso ganando 3-1 en el minuto 80 la inmensa mayoría de los culés, incluidos algunos columnistas catalanes de mirada oblicua y gatillo fácil, les hubieran crujido.
No soy capaz de ver en la jugada una falta de respeto, con todo lo que ello significa. Creo que en esto también hay que saber distinguir las cosas. Ponerse a hacer lambretas o a dar toquecitos o taconazos cuando tu rival está noqueado en la lona es, efectivamente, una falta de respeto que rompe los códigos del fútbol. Como lo es celebrar un 6-0 con un bailecito imbécil delante del publico rival. Los que defienden este tipo de provocaciones, que también los hay, no aciertan a entender que no puede haber espectáculo en la humillación gratuita al adversario. ¿Pero que había de humillante en el penalti indirecto, que además era un bonito homenaje a Johan Cruyff, cuya enfermedad todo el mundo conoce? Nadie discute que la jugada hubiese sido mucho más meritoria si la victoria del Barça no hubiese estado ya asegurada. Y todos entendemos que, tras el gol, a algunos jugadores del Celta les entraran ganas de decirles a Messi y a Suárez lo que el mozo de espadas de 'El Gallo' le dijo a la locomotora del tren en el que llegó a Madrid cuando soltó un bufido y una humareda al detenerse en el andén de la esatción de Atocha: «Esos cojones, en Despeñaperros». O sea, con 0-0.
Pero no existió humillación. Lo que hubo fue talento y ese punto de originalidad y espíritu subversivo propio de los genios. Y riesgo. No nos olvidemos del riesgo por mucho que los tres puntos estuvieran asegurados. Conviene recordar que esa jugada no es fácil de ejecutar. Hay en ella un alto porcentaje de error. Informaba el martes Santiago Segurola en su Apunte de 'Marca' que a Danny Blanchflower y a Jimmy Mcllroy, legendarios jugadores de la selección de Irlanda del Norte (y del Tottenham y el Burnley, respectivamente), el árbitro les anuló el gol tras un penalti indirecto -el primero del que se tienen constancia, un mes anterior al de los belgas Coppens y Piters ante Islandia- porque Mcllroy entró en al área antes de tiempo. Y tampoco podemos olvidar la descacharrante chapuza que les salió a Henry y a Pires, que no eran precisamente dos tuercebotas. Tierra trágame, debieron pensar las dos estrellas del Arsenal.
Que la jugada no era fácil lo demuestra el propio desarrollo de la misma. Como sabrán, la prepararon entre Messi y Neymar. El brasileño iba a ser el que marcara. Suárez no sabía nada, no estaba en el secreto. Pues bien, les invito a que vuelvan a ver el penalti con detenimiento y se fijen sólo en Neymar. ¡La verdad es que el brasileño no hubiera llegado a rematar o lo habría hecho ya con el portero encima! Dicho de otro modo: sólo el brutal instinto depredador de Luis Suárez, un tipo al que un balón suelto en el área rival le provoca el mismo efecto que a un leon hambriento la carne de antílope, evitó a Messi y a Neymar y a todo el Barça, por extensión un ridículo planetario. Eso sí que hubiera sido humillante.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
El ciclista vasco atropellado en Alicante murió tras caer varios metros al vacío
Alejandro Hernández y Miguel Villameriel
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.