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Jon Agiriano
Sábado, 23 de enero 2016, 02:28
Como ustedes bien saben, los jugadores mienten como bellacos cuando repiten la cantinela de que a ellos, con tal de jugar, les da igual la ... posición. Eso no es cierto y se descubre tarde o temprano. Basta con que jueguen mal un par de partidos para que esos mismos futbolistas que estaban dispuestos a jugar «de lo que sea» se pongan a deslizar por debajo de las alfombras declaraciones en las que justifican su bajo rendimiento asegurando que su problema es que el entrenador no les pone «en su sitio».
Aunque su egoísmo no conoce fronteras, hay que entender a los futbolistas cuando hablan de «su sitio» con el mismo cariño íntimo -y la misma añoranza por sentirse lejos de él- que si lo estuvieran haciendo de su hogar familiar. Y es que en casi todos los deportes colectivos, el progreso se ha ido vinculando a unos mayores niveles de especialización de los jugadores. Se trata de hacer engranajes perfectos y para ello nada mejor que la suma de piezas únicas y específicas. Aunque la polivalencia se ha vendido siempre como una gran virtud, en el fondo nunca ha dejado de ser sospechosa. Se admitía una cierta versatilidad -el central que puede jugar de lateral o de medio centro y viceversa, o el delantero que puede jugar tanto de 9 como en la banda-, pero la polivalencia como tal siempre ha infundido los recelos de las cosas borrosas, poco claras.
Que los entrenadores agradezcan disponer de una navaja multiusos en su plantilla y le colmen de halagos sólo significa que desean disponer de una pieza específica más, no que deseen que la virtud principal de sus jugadores sea la capacidad de desdoblamiento en distintas tareas dentro del terreno de juego. Más que una fuente benéfica de recursos dispares, la polivalencia se ha interpretado como un sinónimo de indefinición. Un jugador polivalente era aquel que no se sabía bien lo que era, que todavía no había alcanzado el grado de madurez necesario para demostrar una personalidad definida. El futbolista polivalente, en fin, sería aquel que hace de su carrera deportiva, al menos en sus primeros años, una búsqueda de sí mismo, de su mejor yo.
En el Athletic tenemos el ejemplo de Óscar de Marcos. Ha jugado en casi todos los puestos y, de la mano de Ernesto Valverde, ha acabado instalándose como lateral derecho. Recuerdo una entrevista de mi compañero Robert Basic la pasada temporada en la que el futbolista de Laguardia aseguraba que él ya se consideraba lateral derecho. Y había en sus palabras un punto de liberación, como si agradeciera dejar atrás toda una vieja historia de dudas y confusión para poder concentrarse y volcar su energía en una posición concreta. Por supuesto, siempre quedará la incógnita de saber si el carril del 2 es verdaderamente el mejor puesto para De Marcos; sobre todo cuando uno recuerda sus excelentes actuaciones de media punta con Marcelo Bielsa. Mi opinión es que, al final, se ha tomado la decisión correcta. Creo que a largo plazo el de Laguardia va a poder dar un mejor y más prolongado rendimiento de lateral porque sólo en un hábitat agónico como el que promovía el 'Loco' podía destacar como lo hizo jugando de volante ofensivo, que diría el rosarino.
En el partido del miércoles ante el Barcelona descubrimos otro ejemplo paradigmático de polivalencia: Sergi Roberto. Su caso es todavía más espectacular que el Óscar de Marcos. En los cinco meses que llevan transcurridos de temporada, el futbolista de Reus ha jugado en siete posiciones distintas: lateral derecho, lateral izquierdo (lo hizo el otro día en San Mamés y Williams bien que se está lamentado de ello), pivote defensivo en lugar de Busquets), medio centro en lugar de Iniesta, interior derecha e interior izquierda, y media punta. Y en todas ha cumplido a gusto de Luis Enrique.
Reconozco que no sé a qué carta quedarme con esta bicoca de futbolista. Su caso me parece diferente al de Óscar de Marcos, más complejo. La polivalencia del rojiblanco tiene que ver, básicamente, con su insuperable capacidad física mientras que la del barcelonista se asienta en su calidad técnica y, sobre todo, en su fantástica interpretación del juego. La tentación de que su entrenador le siga utilizando para diferentes tipos de rotos y descosidos es muy grande, pero hacerlo me parece un recurso fácil. Lo haríamos cualquiera de nosotros y se nos llenaría la boca de alabanzas hacia ese futbolista múltiple. El gran reto de Luis Enrique es encontrarle su sitio. Yo creo que todos lo tienen, incluso los más polivalentes.
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