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Jon Agiriano
Sábado, 14 de noviembre 2015, 03:12
Cuentan que David Moyes se sorprendió mucho cuando Jokin Aperribai le anunció su destitución. Al enterarme de la sorpresa de Moyes, el primer sorprendido fui ... yo. Que se sintiera dolido y disgustado lo entendí perfectamente. Yo guardaría un rencor eterno a quien me sacara de San Sebastián y del hotel María Cristina y me obligara a regresar a Glasgow o a Manchester. ¿Pero la sorpresa? ¿De qué pensaría este hombre que quería hablarle Aperribai tras la derrota en Las Palmas, con el equipo en el sótano de la tabla y los aficionados subiéndose por las paredes ?¿De la renovación? ¿De la calidad del servicio en su suite? ¿De sus posibilidades de ingreso en la sociedad Gaztelubide?
Como no puedo pensar que el entrenador escocés sea tan ingenuo, mi sospecha es que este hombre vivía en una realidad paralela. Y ello por varias razones. La primera es que tenía una altísima consideración de sí mismo que no se correspondía en absoluto con la que tenían de él los que trabajaban a sus órdenes o sufrían sus decisiones. Por otro lado, vivía aislado en un hotel de lujo y no se había tomado la molestia de aprender un poco de castellano, lo que le hacía impermeable a todo el debate mediático que existía alrededor de su equipo. La impresión, en fin, es que Moyes se ha pasado un año en otro planeta, eso sí, en uno muy bello y gastronómicamente imbatible. Esto, sin embargo, no es lo peor. Lo peor es lo poco que ha aportado futbolísticamente a la Real, un equipo sin personalidad definida, vulnerable y mal trabajado. Tarde o temprano, su destitución era inevitable.
Ahora llega Eusebio Sacristán, un grandísimo futbolista del que todavía está por ver su categoría como entrenador. En principio, el vallisoletano tiene algo bueno: un estilo de juego muy definido. Se ha formado en la escuela del Barça y con eso está dicho todo. La Real, por tanto, ha apostado primero por una idea de juego y luego por un entrenador capaz de llevarla a cabo. Es un buen orden de prioridades. Justo el que no tuvo el club txuriurdin cuando fichó a David Moyes, un técnico que tenía mucho nombre tras su paso por el Everton y el Manchester United pero no un estilo que le identificara y, mucho menos, un conocimiento suficiente del fútbol español.
Realismo mágico en la familia realista
En este sentido, se puede decir que, a la hora de contratarle, la Real actuó de forma impulsiva y a contracorriente. Justo cuando los entrenadores británicos sufren en su país un descrédito imposible de ocultar, hasta el punto de que casi todos los grandes clubes ingleses tienen hoy un técnico extranjero (los dos Manchester, Arsenal, Chelsea, Liverpool, Everton, el sorprendente Leicester de Ranieri, West Ham, Tottenham, Southampton, Watford o incluso el colista Aston Villa, que acaba de fichar al francés Remi Garde para intentar salvarse), los donostiarras van y apuestan por un escocés, se supone que en la confianza de que se trataba de un digno heredero de Bill Shankly, Matt Busby, Jock Stein o Alex Ferguson. El caso Moyes, pese a todo, no tiene mayor gravedad que su carácter sintomático. El grave problema de la Real trasciende a la identidad de su entrenador. Jokin Aperribai lo identificó bastante bien el pasado martes cuando aseguró que al club le faltaba humildad; humildad para ser verdaderamente consciente de lo que se es y de lo que se tiene. Y para ejercer la autocrítica y tener una perspectiva razonable de las cosas. Creo, sinceramente, que en el entorno de la Real y en gran parte de su afición predomina una visión muy sobreestimada de su equipo y de sus futbolistas. Hay bastante realismo mágico en la familia realista. Es algo que se detecta partido tras partido y que yo compruebo personalmente en cada derbi. Su convicción sincera y absoluta de que la Real es un equipo de más calidad que el Athletic y que los rojiblancos sólo son superiores en intensidad me sigue dejando perplejo. Y no sólo por lo que significa de durísimo cuestionamiento de la profesionalidad de sus jugadores -son muy buenos pero unos blandos y unos jetas, parecen pensar- sino por su negativa a aceptar la evidencia. Por lo visto, nada quiere decir el hecho de que, en las dos últimas temporadas y en lo que se lleva de la presente, el Athletic siempre haya estado por delante en la clasificación, que en este tiempo haya sumado 28 puntos más en Liga, que tenga el triple de jugadores internacionales o que haya disputado la Champions, la Europa League y una final de Copa, y haya ganado incluso la Supercopa. Todo esto, por lo visto, son fruslerías sin importancia, minucias que nada tienen que ver con la calidad sino con una simple cuestión testicular.
Haría bien la Real en corregir esta equivocada percepción sobre sí misma y sus circunstancias. (Por cierto, a Moyes sí hay que reconocerle una mirada bastante objetiva y racional sobre las posibilidades de su plantilla, lo que no le hizo ganar amigos, precisamente). Jokin Aperribai, un tipo sensato e inteligente, ha detectado hace mucho tiempo el problema y quiere solucionarlo. Sabe que no aceptar la realidad siempre es fuente de frustraciones.
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