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Froome junto al pelotón de ciclistas durante la decimonovena etapa.
Tour de francia

En el Joux Plane siempre pasa algo

Con Froome como líder sólido pese a la caída de ayer, el Tour llega a su última etapa de montaña con el resto del podio por decidir

J. Gómez Peña

Sábado, 23 de julio 2016, 03:16

Aunque llegó tarde al Tour, en 1978, el Joux Plane es un puerto cargado de historias. Le gusta ser protagonista. Lo es hoy. La última cuesta antes de París. Y el descenso final. El Joux Plane siempre acaba abajo, en la meta de Morzine. Fuerza hacia arriba y temple hacia abajo. Es un puerto total.

Los primeros que lo escalaron en el Tour fueron dos franceses, René Bittinger y Christian Seznec. Bittinger, en plena pájara de hambre, tuvo que pararse a suplicar comida a los espectadores. Seznec coronó la cima y llegó sexto a París. En la edición de 1984 eclosionó el ciclismo español. Un equipo nuevo y sin talla, el Reynolds, asombró. El Tour descubrió a Perico Delgado, que ser partió una clavícula en la bajada del Joux Plane, y al abulente más duro, Ángel Arroyo, primero en la cumbre. Ese honor también lo tuvieron luego Chozas, Chaveyrolat, Pantani en 1997...

Pantani y el Joux Plane son pareja. De la victoria en Morzine en 1997 a su fantástica derrota allí en 2000. Era el segundo Tour de Armstrong. El tejano había humillado días antes a Pantani al regalarle la etapa del Mont Ventoux. Armstrong no sabía ser magnánimo. No era Induráin. Fanfarroneó de su gesto. Y eso raspó el orgullo de Pantani. El Pirata estaba ya metido en su burbuja de autodestrucción. En 1999 había sido expulsado de un Giro que ya tenía ganado. Ese dolor le corroía. Le mató poco a poco. El de 2000 fue su último Tour. Y no quiso irse como un sirviente de Armstrong. Tras recibir su bofetada en el Ventoux, Pantani resucitó a base de rabia. Genio. Mal genio. Ganó en Courchevel y al día siguiente, camino de Morzine, se suicidó con un objetivo: su sacrificio valdría la pena si eso suponía la derrota de Armstrong.

Pantani se volvió loco. Maravillosa locura. Atacó en el alto de Saisies, a 130 kilómetros de Morzine. Armstrong tembló. El Tour entero le vio fuera de sí. Hasta habló por teléfono con su médico, Michele Ferrari. Quería saber si era fisiologicamente posible la aventura que había iniciado Pantani. Esa fue la victoria del italiano, su venganza: el miedo de sur rival. La fuga del Pirata no llegó al Joux Plane. Pero el daño estaba hecho. Armstrong llevaba su puñalada. Por primera vez, el intocable tejano perdió la rueda de Ullrich, Virenque y Heras. Vio, como confesó luego, «nieve negra» en el Joux Plane. Se le nubló la vista. Aun así, salvo el liderato y el Tour. Pantani no tomó la salida en la siguiente etapa. Corría ya cuesta abajo hacia la habitación donde años después le encontraron muerto.

Y el Joux Plane no termina ahí. En 2006, otro ciclista adicto a los fármacos, Floyd Landis, grabó allí una gesta. Mayor incluso que la de Pantani. Como el italiano, tenía ya perdido el Tour. Se había hundido un día antes en la Toussuire. Esa noche, brindó con una copa de vino y les dijo a sus compañeros: «Todos creen que ya no tengo nada que ganar. Es posible, pero voy a hacer de esta etapa el peor día de sus vidas». Cumplió. Se fugó casi desde la salida. ¿Dónde va? Nadie le creyó capaz. Y lo fue. Su imagen, venga a echarse agua en la nuca, es la de esa edición. Coronó el Joux Plane, ganó en Morzine, inició su remontada y llegó de amarillo a París. Increíble. Lo era: no se puede creer en Landis. Tres días después se supo que aquel milagro estaba hecho de testosterona sintética. Todo eso ha subido por el Joux Plane, un puerto que nunca pasa desapercibido y que hoy decide este Tour que Froome, salvo desgracia, tiene atado.

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