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eneko pérez
Sábado, 28 de enero 2017, 02:16
Jorge Bilbao (Bilbao, 1995) es un joven hecho a sí mismo. A pesar de su juventud, lleva tres años y medio fuera de casa, muy lejos. En Estados Unidos le recibieron en verano de 2013 con los brazos abiertos y una beca deportiva, la que le permitió estudiar un doble grado de International Business y Marketing en la universidad de Texas-Arlington. La que le permitió, sobre todo, poder jugar al baloncesto al más alto nivel que se pueda imaginar a una edad tan temprana, recién salido del instituto. Actualmente compite (con muy buenos números) en la NCAA, el vivero del que surgen las estrellas de la NBA. Hasta allí llegó dejando atrás amigos, familia y una impronta única en el Loiola Indautxu (donde comenzó a jugar con siete años), el club que le educó y le formó deportivamente.
«En primero de bachiller tuvimos un año espectacular. Terminamos novenos el campeonato de España y yo tuve un papel muy destacado en el equipo... Varios clubes en Europa se interesaron por mi situación, pero mi entrenador, Txutxo Sanz, me aconsejó que esperase a terminar aquí el bachillerato y a jugar otro año más en Loiola, que después podría optar a una beca deportiva en Estados Unidos», cuenta Jorge en una entrevista concedida a EL CORREO. Así es como comenzó una aventura que le ha cambiado la vida de forma radical. Siguiendo las palabras de su mentor, comenzó a tocar las puertas de varias universidades norteamericanas, preparando vídeos de sus mejores momentos en la cancha, apoyándose en una agencia especializada en este tipo de gestiones y confiando en una respuesta positiva.
«De pronto, un día recibí con mi hermano una cantidad enorme de propuestas. Me decían que veían mucho potencial en mí y que estarían encantados de contar conmigo y ofrecerme una beca para estudiar y jugar allí... No me lo creía, cuando comenzó todo este plan me costaba creer que fuera a irme a Estados Unidos a competir y a estudiar», relata Jorge, un chico que denota madurez y sentido común en cada una de sus palabras. «Estar aquí y compaginar el baloncesto y los estudios me supone un esfuerzo muy grande, pero merece la pena, estoy muy contento. Es una experiencia genial, a nivel social, deportivo, académico... Todos me han acogido muy bien desde el inicio. He crecido como ser humano gracias a estos años aquí».
Evolución y supervivencia
A Jorge, que llegó a Dallas siendo un 'tirillas' de 2,04m y 90kg de peso, le impresionó al principio ver que la mayoría de sus compañeros y rivales eran, aún siendo igual de jóvenes que él, auténticos armarios empotrados. «Tuve que tomarme muy en serio la planificación física. Si no me pongo así de fuerte (ahora pesa 111kg) no tendría nada que hacer aquí. Me he llegado a enfrentar a bestias como Julius Randle (LA Lakers) y Karl Anthony Towns (Minnesota Timberwolves), y para defenderles necesitas una preparación física y técnica brutal», admite Jorge, que actualmente es indiscutible en el quinteto inicial de su equipo, los Mavericks., bien de pívot o de ala-pívot.
La filosofía del deporte juvenil en Norteamérica es distinta a la existente en Europa. Son dos conceptos que no tienen nada que ver, «aquí en Estados Unidos ir a la universidad es muy caro, no existe una UPV para gente con ingresos medios/bajos en sus casas. Para muchos jóvenes, conseguir una beca deportiva es su medio para salir adelante en la vida, casi como una misión. En Europa jugamos para ganar, divertirnos, aprender... Pero no con esa necesidad».
Hoy en día, después de innumerables entrenamientos, horas extra en el gimnasio y una estricta dieta, su juego se caracteriza por la intensidad, la fuerza y una energía descomunal en cada uno de sus movimientos en el parqué. Evolución y supervivencia, la ley de la vida aplicada al deporte. No le va mal con esa filosofía de trabajo, claro.
En cuanto al espectáculo y a la parafernalia que rodea a la NCAA, Jorge cuenta que «estamos en la división más alta de todas las que forman esta categoría. Somos más de 300 universidades y aquí estás jugando en pabellones con más de 20.000 espectadores en las gradas... Es tremendo, todo muy mediático, hay mucho dinero de por medio. Tienes a la ESPN y otros canales que retransmiten nuestros partidos, en marzo las últimas eliminatorias son vistas por millones de personas en todo el mundo. Una locura».
¿Y cómo es tu relación con los aficionados?
Puedo decir que estoy muy satisfecho de haber caído tan bien a los fans de mi equipo. Me han apoyado y animado desde el principio, e incluso me han dedicado una especie de cántico: '¡Hip, Hip, Jorge!'. Lo usan cada vez que hago una acción destacada o algo por el estilo (risas). ¡Hasta han comercializado unas camisetas con este lema! El aprecio entre ambas partes es mutuo. Con las aficiones rivales, en cambio... Es distinto. Me suelen gritar mucho, estan en mí contra porque soy un chico que viene de fuera, blanco (a diferencia de la mayoría afroamericana) y que además juega con mucha pasión y peleando cada balón... No importa, esas críticas son como gasolina para mí, me motivan a seguir trabajando duro.
«Me despierto sobre las seis de la mañana. Pico algo y me voy al estadio a hacer pesas. Vuelvo a casa, desayuno bien y voy a clase durante tres horas, para luego al terminar irme a casa a comer. Después, vuelta al estadio. Nos toca sesión de vídeo y reunión, una hora o algo más de tiempo si el cuerpo técnico no está contento con algo de lo que hemos hecho... De ahí salimos a la cancha para entrenar con el equipo unas dos o tres horas, depende del día. Al salir, vamos a una sala para estudiar, tenemos nuestros propios tutores a disposición para ayudarnos en lo que queramos. Ya al final del día vuelvo a casa para cenar y, a veces, vuelvo al estadio para terminar mis horas extras de baloncesto... Sobre las 11 de la noche toca irse a dormir ya para estar descansado al día siguiente».
En un futuro no muy lejano
Ante la extrema complejidad de poder terminar 'drafteado' para jugar en la NBA («la competencia es muy alta, feroz, y solo acaban llegando unos 40 entre más de 3.000 jugadores») y el inminente final de su etapa como estudiante y deportista en la universidad de Texas-Arlington, a Jorge se le plantea ahora un horizonte desconocido. Como mal menor, su formación académica y baloncestística va a ser de un nivel sobresaliente, «aquí valoran mucho el aspecto de los estudios, y a mí no me va mal, estoy aprobando todo con buena nota».
¿Dónde te ves dentro de cinco años?
No lo sé, la verdad. Hace unos años ni me imaginaba que ahora estaría aquí, jugando y estudiando en Norteamérica. Pase lo que pase, por mi cabeza solo pasa aprovechar al máximo todas las oportunidades que tenga en la vida, buscar una mejora continua y no rendirme jamás. Espero que pueda vivir en una buena ciudad, y ojalá sea ganándome la vida jugando al baloncesto. Por supuesto, llegar algún día a ser parte del Bilbao Basket sería increíble. Soy aficionado desde pequeño y poder jugar en Miribilla, en Bilbao, la mejor ciudad del mundo, delante de mi familia, mis amigos... Sería genial.
Los sueños de este bilbaíno son, como él, muy grandes. Habrá que seguir bien de cerca sus evoluciones, porque es una figura emergente del deporte vasco que promete dar mucho que hablar en los próximos años. '¡¡¡HIP, HIP, Jorge!!!'.
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