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El pasado 19 de septiembre, durante el debate sobre el estado de la villa, Juan Mari Aburto repitió una misma frase en dos tonos distintos. El primero era optimista, el segundo enfático. No es cosa mía, ahí están las actas. «Bilbao es una ciudad segura. ¡Bilbao es una ciudad segura!», dijo el alcalde en su discurso inicial. A continuación, ofreció a la oposición y «a quienes estén dispuestos a trabajar pensando en el bien común de todos y todas» un Pacto por la Seguridad. Hoy resulta curioso comprobar cómo entonces parecían pesar en el ambiente municipal los atentados de Barcelona y Cambrils y lo bien que había transcurrido la Semana Grande. Aludiendo de un modo inconcreto a esa clase de peligros -aglomeraciones urbanas, amenazas externas, temores contemporáneos-, Aburto invitó a los partidos a «abandonar luchas ventajistas sobre la generación de inseguridad y miedo».

Medio año después, todo ha cambiado mucho. Tras una desgraciada sucesión de hechos dramáticos, la inquietud ha aumentado en Bilbao, que sigue siendo una ciudad segura, pero ya sin exclamaciones. Que esa sensación de desconfianza presente un origen local, de cercanías, relacionado con asaltos, menores, bandas, robos, botellazos y navajas interpela directamente al Ayuntamiento. Por eso es un triunfo del equipo de gobierno que el Pacto por la Seguridad haya llegado a tomar forma, adaptándose a las contingencias, incluyendo propuestas de la oposición y obteniendo el respaldo unánime de todos los grupos políticos. Se trata de un logro tan notable como infrecuente. Hace pensar en lo sensata y promisoria que puede llegar a ser la dimensión municipal de la política. La ciudad tiene un problema y los partidos han consensuado una reacción estratégica, dejándose pelos en la gatera, otorgándose votos de confianza y anteponiendo la responsabilidad a los intereses particulares.

Se equivocará el gobierno si considera el acuerdo como el fin del trayecto. En realidad, es solo un principio y está lleno de posibilidades. El espíritu del pacto consolida, entre otras cosas, un impulso hacia una policía de proximidad, cercana, de comunidad, que esté presente en la vida cotidiana de los barrios y ejerza una labor preventiva. Es otra de las cosas sensatas que una ciudad mediana y avanzada debería poder conseguir.

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